Márcia Batista Ramos
“Y los días se echaron a caminar. Y ellos, los días, nos hicieron. Y así fuimos nacidos nosotros, los hijos de los días, los averiguadores, los buscadores de la vida. “ (El Génesis según los mayas, en Eduardo Galeano, Los hijos de los días)
Una vez que el día se emplaza entre las montañas, los zorzales realizan su baile de apareamiento en el sauce que da a la ventana, mientras las noticias dan cuenta de los amigos fallecidos. Las palabras, tan intimas y cercanas, se hacen vanas ante el dolor de los sobrevivientes.
Las abejas empiezan temprano sus faenas. A su manera, el paisaje eterno y milagroso es distractor de los problemas, ya que los caballos dan cariño, las vacas exigen atención y los pájaros y el murmullo del río, dulces sones, graves y sonoros, que se encargan de la música de fondo.
Pero estamos desarmados, pues tenemos tanta tecnología para acercarnos y un virus que viene y nos arrebata la vida, inmisericordemente. Haciendo con que las distancias, se tornen insalvables. Entonces, si bien la evocación se transfigura en una parte habitual del día, para darles cierta permanencia en el tiempo y espacio, el paso del viento que se agita, que sube y baja, deja la sensación de quien indaga sobre la presencia humana en la faz de la tierra.
Al tiempo que la historia va registrando números sin alma, sin pasado, sin familia… Aceptando, naturalmente, todo el maleficio con alarde y propagandeando sobre el sufrimiento ajeno. Respondiendo a los motivos de orden político, que están por encima de la colectividad que hacemos parte, los comunes de los mortales.
La relación es bastante difícil, por razones de actitud vital y humana, frente al mundo y a la realidad. Tenemos fe, esperanza, coraje y todo lo que nos hace fuertes. Empero, este año fue particularmente difícil, ya que se sumaron los dolores nuevos a los dolores del año pasado, que aún no eran viejos… Reconciliarse se torna bastante difícil.
Las flores, engalanan el paisaje coloreando la tristeza que parece ser amarilla; mientras los frutos insisten en mostrar que la vida se renueva y continua eternamente.
Hay tanta soledad en el dolor, de un año que fue intenso, porque tuvimos que palpar muy de cerca la partida de varios amigos, incluso de los que decidieron viajar en pareja al más allá, dejando en los rincones de sus casas ángeles de sombra, para cobijar a sus hijos.
Las fotografías, junto a las urnas funerarias, una vela y un ramo de nardos parecen parte natural del territorio de la vida, que exige continuidad expresada en la esperanza de días mejores.
La corriente del río disfraza los sollozos y en el extremo del fondo pedregoso cae una lágrima por todos los que emprendieron un vuelo a las alturas, en estos años bastante complicados…
Quedando la certeza de que lo que fue nunca más será.