Los amos del poder político no terminan de enterarse que nuevos vientos corren, desde el momento en que cocaleros yungueños hicieron retroceder a las tropas policiales que, cotidiana e infaltablemente, enviaba el ministerio de Gobierno, para mantener la usurpación del mercado de coca en manos de los dirigentes aliados al bando oficial.
Y, si su olfato no alcanza a reconocer que el congelamiento del trámite de la ley 218 (antilegitimación de ganancias ilícitas) es una señal más estruendosa, exactamente en la misma dirección que la anterior, acelerarán el desgarramiento interno del MAS que es el principal acontecimiento de la coyuntura, pese a los desesperados esfuerzos del oficialismo, para tratar que aparezca como un episodio de confrontación con sus enemigos.
El distanciamiento entre la base social y electores del MAS con su cúpula, lleva acumulándose por años, al calor de la desbocada corrupción e impunidad del régimen. Si no llegó a traducirse en la simple sustitución electoral de gobernantes, se debe a que carece de una oposición partidista que pueda hacerle frente. A falta de ella, el hartazgo y la resistencia social abrieron el paréntesis de 2020, al enfrentar el golpe y el fraude masistas para eternizar su predominio.
En esas condiciones, a finales del año pasado, la mayoría de votantes, desencantados pero pragmáticos, prefirió los males bien conocidos, a los revelados durante los meses de vida del Gobierno interino. En tales términos, transcurre este nuevo año que venimos sumando los perdidos previamente.
En ese plazo no se ha superado ninguno de los problemas mayores que enfrentamos y, menos que menos, se ha avanzado en siquiera bosquejar las medidas para llevar adelante la profunda y acelerada transformación que necesitamos ante el hundimiento del modelo económico y el torcido funcionamiento estatal que lo preserva.
En vez de enfrentar esta situación, los gobernantes, alentados por su triunfo del año pasado y la tolerancia social, creyeron que podían dedicar su tiempo y los recursos de todos a reinventar el pasado para controlar el futuro. Pensaron que, con el uso de la represión y la propaganda, manipularían a su antojo la realidad, preparando el retorno de su mesías político, reciclado y recargado, en 2025, o antes.
Pero, el paquetazo de leyes, incluida la madre del proyecto de “desligitimación de ganancias”, que nos ofrecen a falta de soluciones apunta a reconcentrar poder y liquidar a su oposición política, pero lo intenta en tales términos que genera un gran descontento social, ajeno al partidismo opositor, poniendo en apronte a la mayor parte de su base social, moldeada y reforzada por el capitalismo salvaje que hipertrofió durante 14 años, ese casi 80% de nuestra economía subterránea, como la llama el FMI, o informal como se la designa habitualmente.
Es esa la rebelión que se ha desatado, y no la lucha “contra la oligarquía”, o “la clase media tradicional”, con las que quieren desviar la atención el exvice García o el exministro Quintana. La ampliación de vías para la expropiación y la arbitrariedad funcionaria, reforzada por estas leyes, colisiona, en primer lugar, con el instinto propietarista de su propia base de sustento, incluyendo a los más pobres y a los que menos tienen. Esos sentimientos, que hoy chocan con sus dirigentes, se consolidaron firmemente durante la experiencia gubernamental de 2006 en adelante, ajenas al palabrerío político e ideológico.
El gobernador de La Paz lo ha percibido con claridad, al llamar “maldita” a la ley 1386 que, en sus palabras, “solo beneficia al Gobierno (y) no al pueblo”.
La pelea transcurre en ese plano, Gobierno contra las grandes corporaciones (“sectores”) que han sido sus más firmes apoyos: cooperativistas, comerciantes populares, transportistas, cuentapropistas, etc. Las leyes cuestionadas apuntan a terminar de maniatar a la oposición, pero están hechas de tal manera que desnudan una completa falta de comprensión del MAS respecto a su origen y destino.
El choque político entre supuestos bloques políticos polarizados es, por ahora, un triste lema publicitario que se hará real, con una faz completamente inesperada, si los gobernantes, enceguecidos por el guion de su ansioso candidato, continúan apostando por el espectáculo y postergando el enfrentamiento de los reales problemas que nos acorralan.
Roger Cortez Hurtado es director del Instituto Alternativo.