Roger Waters, cofundador de Pink Floyd, dijo haber recibido el “ofrecimiento de una enorme, enorme cantidad de dinero” del CEO de Facebook, Mark Zuckerberg, a cambio de los derechos de Otro ladrillo en la pared II. ¿Cuál fue su respuesta? “Fuck you! No fucking way!”. Al parecer, son agua y aceite y, aunque el joven y sobrio multimillonario expresó su admiración por el músico, este no quiso devolverle gentilezas con corrección política.
El autor de The Wall reveló todo esto en medio de un acto en el que habló de “un insidioso movimiento de tomar control de absolutamente todo”. Luego, dirigiéndose a su despreciado oferente (que, por supuesto, no estaba entre el público), volvió a atacarlo con sus delicados modos: “no seré parte de esta pendejada, Zuckerberg”.
Después leyó: “Te damos las gracias por tomar en consideración este proyecto. Sentimos que el sentimiento esencial de esta canción aún está vigente y es, hoy, necesaria, lo cual tiene que ver con lo atemporal que es…”. Pero, de nuevo saliéndose de libreto, dejó a un lado el papel, enojado: “Y, sin embargo, la quieren usar para hacer que Facebook e Instagram sean aún más grandes y poderosas de lo que ya son, para que sigan censurando a todos los que estamos en este cuarto, y evitar que se sepa la historia sobre Julian Assange, para (evitar) que la población en general diga ¡¿qué?! No, nunca más (…)”.
A Waters, como se puede ver, lo que le molesta es la grandeza y el poder de ese par de redes sociales, más el detalle no menor del trasfondo ideológico. El propósito de Zuckerberg, según lo que le expuso en su carta, era utilizar el popular tema de Pink Floyd en la producción de una película para promocionar Instagram. Pero tuvo el desatino de enviar su propuesta justo la mañana del día en que el viejo lobo del rock debía participar en una conferencia de apoyo al fundador y portavoz de WikiLeaks, y recibió un ladrillazo.
Waters es un enamorado de Assange. Se manifestó varias veces a favor de su liberación desde el retiro del asilo en Ecuador dispuesto por Lenín Moreno y el posterior encarcelamiento del activista en Belmarsh (Reino Unido). Lo acusan de espionaje y piratería informática por haber publicado documentos secretos sobre las operaciones de EEUU durante la guerra contra Irak y Afganistán. Todo un héroe de la información libre, un “chico malo” del Internet que provocó quebraderos de cabeza al Primer Mundo.
Tenemos así una aparente pugna entre la ética “incorruptible” de Waters (amigo de la rebeldía de Assange) y el dinero soez, que lo compra todo, de Zuckerberg (marionetista de las empresas tecnológicas más robustas del planeta); a simple vista, al autor de una canción con el legítimo derecho a decidir sobre su obra, si le pone precio o la considera impagable. Lo distintivo aquí es que Waters, muy ofendido, no solo desestima la oferta (onerosísima, por lo que dijo; habría que ver si hubiese hecho lo mismo estando en otra posición económica), sino que lleva esta fallida transacción comercial a un plano político, y además la expone como algo condenable desde el punto de vista ético y moral.
En principio, la idea de que el dinero pueda comprarlo todo genera un natural rechazo; ni qué decir en aquellos que nos imaginamos obscenamente lejos de las posibilidades de un Zuckerberg. Ahora, notable sería que Waters hubiera sentido que podía fijar el mensaje de que no hay poder económico en el mundo que pueda contra ciertas convicciones, sin intereses de otro tipo: ¡suena muy bien que ese poder, por lo menos, tuviera un límite!
Pero, el problema de esta clase de protestas organizadas en aras de la justicia social (por ponerle un nombre) es que, al tener un trasfondo político, con frecuencia devienen en shows de encabronados para aplaudidores. Por más integridad moral que ostentasen, indefectiblemente terminan cayendo en la demagogia. Y, en cuanto a su ética, yo no creo que Waters sea un Bielsa, para trazar un parangón con el fútbol.
Al apegarse a Assange, alienta la idea de algunos de la necesidad de crear un Che Guevara, aunque sea rubio y “tan solo” un moderno opositor al establishment de las comunicaciones globales. Y nada más obvio hoy en día que concientizar sobre los excesos del poder colocando en frente a un antihéroe fácilmente detestable como Zuckerberg.
Oscar Diaz Arnau es periodista y escritor.