El discurso maniqueo, la partición de la sociedad en buenos y malos —incondicionales y enemigos—, la promoción del odio y la explotación del resentimiento, son recursos que siempre utiliza el líder populista. A pesar de las complejidades de la realidad, el populismo impulsa una áspera polarización. De una parte se encuentra el campo de los virtuosos. En la otra, todos los demás. El líder populista divide a su sociedad para apoyarse en el bloque de los adeptos, que se cohesiona en contraste con quienes no lo son.
El conflicto así planteado es difícilmente resoluble. El sociólogo ecuatoriano Carlos de la Torre lo describe en estos términos: “El discurso populista se basa en la diferenciación de la sociedad en dos campos que se enfrentan de manera antagónica en una lucha maniquea entre el bien y el mal, la redención y el vasallaje. Los discursos populistas generan pasiones e identidades fuertes que dividen a la sociedad entre el pueblo virtuoso encarnado en el líder y sus enemigos construidos como la anti-patria” (Carlos de la Torre y Enrique Peruzzotti, editores, El retorno del pueblo Populismo y nuevas democracias en América Latina FLACSO, Quito, 2008).
A la polarización desatada por el líder populista no se le puede soslayar: divide y contamina la vida pública, corrompe la conversación social, arrincona y/o etiqueta a quienes no comparten los puntos de vista del dirigente populista y sus seguidores, fragmenta todos los espacios de relaciones colectivas. La polarización es profundamente arbitraria porque construye dos bandos contrapuestos a pesar de la diversidad que hay en la sociedad. Muchas personas, de manera natural, le rehúyen porque no quieren ser parte de esa confrontación. Con buena fe, y no sin una dosis de sentido común, hay quienes rechazan la polarización negándose a formar parte de ella. No saben, o no quieren reconocer, que de todas maneras están ubicadas en uno de esos dos bandos y no porque lo hayan decidido sino porque así lo ha dispuesto, con todas las consecuencias que eso implica, el líder populista que tiene la aceptación de un segmento de la sociedad.
La polarización es consustancial a los regímenes populistas. Los ciudadanos no votaron por ella pero el líder populista, cuando se encuentra en el poder, busca ampliar su respaldo y anular a sus rivales. Ese es, casi nota por nota, el ritornelo del populismo que se ha repetido en numerosas experiencias nacionales.
La maniobra polarizadora de López Obrador está en marcha desde tiempo antes de la elección de 2018 pero se ha acentuado desde entonces con los recursos, la tribuna y la capacidad clientelar que le da el ejercicio del gobierno. La sociedad se encuentra dividida, ya no por la histórica desigualdad que ha sido nuestro rezago más lacerante, sino por el embaucador pero exitoso discurso polarizador del presidente de la República.
El discurso de la polarización, hasta ahora, le permite a López Obrador perpetrar excesos en todos los campos de la administración pública, hacer de sus caprichos proyectos de Estado, disimular equivocaciones y distraer la atención pública respecto de los problemas que no ha resuelto y de los que ocasiona día tras día. La retórica de la confrontación es fuente de coartadas inverosímiles si se le mira con un mínimo de rigor, pero creíbles para las personas que le tienen fe al presidente.
López Obrador ha promovido esa polarización. Es preciso partir de ese reconocimiento para describirla, explicarla y señalarla. Es imposible ignorarla o eludirla. Hay que señalar la responsabilidad del presidente que, en vez de cumplir con su obligación constitucional de gobernar para todos, actúa como caudillo de una facción y desprecia las opiniones, las propuestas y los intereses legítimos del resto de los mexicanos.
Limitado por las anteojeras de la polarización, López Obrador convierte sus prejuicios en políticas públicas. La decisión de negar vacunas al personal de salud que trabaja en instituciones privadas retrata esa infeliz polarización. El presidente considera que esos médicos, enfermeras y afanadores son privilegiados. Muchos de ellos reciben salarios insuficientes y se exponen con generosidad y compromiso al atender a personas que pueden tener Covid-19. El problema no son sus remuneraciones. Aunque ganasen sueldos altos (lo cual sólo ocurre en algunos casos) son profesionales y trabajadores de la salud que, solamente por eso, tienen derecho a la vacuna. López Obrador y quienes lo respaldan en esa ignominiosa decisión proponen que los derechos —en este caso el derecho a la salud— están limitados por la condición económica de las personas. López Obrador confunde los derechos, con los privilegios. Sostener que quienes trabajan en instituciones privadas tienen reducido su derecho a la salud es una discriminación absolutamente contradictoria con la ley y que se enmascara, reforzándolo, en el discurso de la polarización.
La sociedad tiene que asumir la polarización. No se trata de aceptarla, sino de reconocerla para cuestionarla y desmontarla. Los partidos que han formado una difícil coalición han entendido que, sin hacerse cargo de que esa polarización existe y escinde al país, no podrían resolverla. Encarar la polarización es una causa mucho más importante que las diferencias que han tenido y mantienen PAN, PRI y PRD.
Mientras más poder acumule, mayor será la capacidad de López Obrador para desbaratar o al menos incapacitar a las instituciones que le hacen contrapeso al autoritarismo del gobierno. Esa es la clave de la elección del 6 de junio. Si Morena y sus aliados consiguen controlar la Cámara de Diputados, se profundizarán la polarización y sus efectos antidemocráticos.
La coalición opositora carga con el lastre de la mala fama y los errores, aún sin aclaraciones suficientes, de los partidos que la integran. No han conseguido explicar que no proponen más de lo mismo. En realidad no han explicado prácticamente nada: siguen sin recuperarse del aturdimiento que padecen desde hace casi tres años, sus propuestas si es que las tienen se desconocen, su precario discurso se concentra en una nebulosa descalificación del gobierno pero por lo general sin precisiones ni oportunidad.
La coalición opositora no ha dicho, y si lo ha hecho es con demasiado sigilo, por qué la tarea de enfrentar al gobierno es tan importante que decidieron competir juntos en 219 de los 300 distritos electorales. Esas elecciones serán locales pero la coalición, y el contexto de todo este proceso, son nacionales. Los dirigentes y candidatos de los partidos así coaligados no carecen de argumentos, pero actúan como si no quisieran confrontarse directamente con el gobierno (aunque ya lo están) y dejan el espacio público a merced de las catilinarias en Palacio Nacional.
Asumir la confrontación requiere de un discurso preciso, cohesionado, informado y esclarecedor, que responda a las invectivas y mentiras del presidente pero que además proponga y establezca compromisos. Ese discurso tendría que reiterar que el responsable de la polarización es López Obrador y que para mitigarla es preciso diversificar la composición del Congreso, entre otros contrapesos institucionales.
Va por México es la mejor opción —realmente la única— para que Morena no tenga mayoría en la Cámara de Diputados y no se afiance en otras posiciones. Sin embargo hasta ahora a esa coalición se la conoce fundamentalmente por el escándalo que suscitan algunas de sus candidaturas. En Baja California postulan a una ex reina de belleza sin experiencia política. En Campeche, a un sobrino del líder nacional del PRI. En Chihuahua la alianza es sólo del PAN y el PRD, que hicieron candidata a la ex presidenta municipal de la capital del estado a pesar de que tenía en su contra una averiguación judicial acusada de haber recibido sobornos.
Movimiento Ciudadano quiere ser el partido bisagra que atempere a cualquiera de los dos bloques principales. Cuenta con candidatos inteligentes y honestos en sitios como la Ciudad de México. En otras partes cobija a personajes impresentables como Samuel García en Nuevo León, o improvisados como Paquita la del Barrio en Misantla. La tragedia de Movimiento Ciudadano es que, aun cuando pretende ser alternativa a la polarización, no puede escapar a ella. En los distritos y estados en donde haya competencia cercana entre los candidatos de Morena y Va por México, los votos para MC serán votos que dejará de recibir la coalición opositora. Es decir, el avance de Movimiento Ciudadano en esos sitios le será muy útil al partido de López Obrador.
La elección del 6 de junio será a favor o en contra de Morena y el presidente. Esa disyuntiva no la han creado los partidos de oposición y mucho menos la sociedad, pero tienen que enfrentarla. Las urnas ofrecen la oportunidad de contender la escisión y los atropellos que impone el populismo. Asumir la polarización implica reconocer el significado de esa elección y votar en consecuencia.