Rapsodia primera
A caballo desciendo del sueño,
y sin saberlo
hacia un febril paisaje
poblado de oscuras potestades.
fue un día en que miraba ciega
la medida del vasto cielo que cubría la isla,
al soplo de los vientos del norte
que aquí convocan
los cautos fuegos de verano.
¿cómo imaginar, la presencia de un gran mal altivo?
ardoroso, como pozo negro en el mar
dispuesto, como volcán,
a echar piedras encendidas
langostas voraces sobre campo labrado.
¿cómo imaginar entonces
los faroles de la muerte
al interior de la isla?
ilusa de mí
sin lámpara de ojo precoz.
al descansar bajo la sombra
de un frondoso molle de perlas escarlata
el soplo velado de un vanidoso viento
levanta la seda azul
que cubre mis ojos arrogantes.
una paloma cenicienta cruza el cielo del país
de norte a sur, de norte a sur.
¿sabes tú que las palomas grises son de mal agüero? ¿lo sabes tú?
y no vas a creerlo, como para confirmar
el signo malhadado
tres cuervos me arrebatan las joyas
que adornaban mi bandera
un no sé quién me coloca
un racimo de uvas amargas
en la palma de mis manos,
como si fueran ellas vasijas vacías.
pero fueron los lirios los que me urgieron retornar a mi morada.
fueron los lírios.
vuelve a casa. me digo, vuelve a casa
mientras presiento la miseria
de un ácido paraíso de hojalata.
en el umbral de lo que fue toda mi gloria
se habían anclado los más insólitos caprichos.
en el centro del patio encolumnado
rodeado de coloridos despojos,
desaires y deshechos de años
un mal olvido acumulaba trajes
como laderas de basura.
y debajo de esta infecta colina
casi despedazado,
un cajón de tumultuosas voces
briznas de palabras, hojarasca, envolturas
confundiendo al más despierto.
irreconocible es el lazo que las unía.
el magnífico salón: una ruina
vapores de espesos insecticidas
envenenando la atmósfera.
los muebles en discordia
como gritos de seres arrancados de su sitio
colinas de cenizas, montañas de insultos: insanos, insalubres.
oscura cosecha de una ácida colmena.
ahí estaban. feroces las enemigas secretas.
espectros de lo que soy. ahí estaban.
sentadas en el comedor de ébano.
harapientas, mendigando la luz
de mis mejores días.
hurtando felicidad ajena a su desgracia.
corrompiendo la luz con su opaca presencia.
ahí estaban. las mujeres pordioseras.
las mujeres silenciadas.
las mujeres perturbadas.
há fuenestas hermanas,
los suburbios nos han capturado
bajo las turbias incubaciones
de otras voces rencorosas.
así no podremos vivir más entre nosotras.
¿quién lavará el limo
de nuestros ojos encendidos?
¿con qué agua? ¿de cuál manantial?
si el tallo se corrompe no habrá flor reluciente ni fruto sosegado.
ay nefastas criaturas, las tinieblas no pueden ser nuestra mejor alianza
oh muchachas, si el tallo se corrompe ¿quién cuidará de la flor?
para encender el fruto ¿dónde las dulces manos jardineras?
salí a la calle dando de gritos.
las largas avenidas sólo diseñaban las rutas de un violento cielo.
un estruendo de piedras lloraba por los senderos antiguos.
sólo el cementerio yacía mudo. sólo el cementerio nada decía
porque ahí se aplican
ciertas medidas desconocidas.
El reposo
Entro en mi casa
y me alojo en su centro
esperando la temperatura
que enmudece los ruidos inútiles.
en un andar del silencio
comienza el mundo
en un olor a fuego
en una hoja
en un cambio de sábanas
en una gana de hacer cosas
no siempre precisas.
ya no soy la misma
y mis pasos en la voz
resuenan más oscuros.
otro es el sol que arde
en los crepúsculos que contemplo
viajera inmóvil
pienso
sólo quiero cuidar de lo vivo
y tener luz
para él
y mis niñas.
Evocación
Al atardecer, en esta ciudad
-en el café de la universidad-,
estábamos los dos, los tres, los cinco…
húmedo de luz,
y detenidos en la corriente
de una respuesta instantánea.
Y éramos cálidos
En la intimidad del humo,
Ciegos en la noche intocada,
Para descubrir un día
El esplendor y la desdicha
De un paisaje ávido,
Que entraba por la ventana.
Llegó un nombre
Llegó un canto y ardió el hombre
Para entregarnos
El latido de una fiera obstinación.
(Para el Che Guevara) / De: Asistir al tiempo
El reposo
entro en mi casa
y me alojo en su centro
esperando la temperatura
que enmudece los ruidos inútiles.
en un andar del silencio
comienza el mundo
en un olor a fuego
en una hoja
en un cambio de sábanas
en una gana de hacer cosas
no siempre precisas.
ya no soy la misma
y mis pasos en la voz
resuenan más oscuros.
otro es el sol que arde
en los crepúsculos que contemplo
viajera inmóvil
pienso
sólo quiero cuidar de lo vivo
y tener luz
para él
y mis niñas.
Biografía
Blanca Wiethüchter nació en la ciudad de La Paz en 1947 y falleció el 16 de octubre de 2004 en la ciudad de Cochabamba
Cursó estudios de Literatura en la Universidad Mayor de San Andrés, en La Paz, donde después fue docente y directora, y se graduó en Ciencias de la Educación en Universidad de La Sorbona, en París, y en Literatura Hispanoamericana en la Universidad de París.
Dedicada a la docencia, escribió sobre todo poesía: ‘Asistir Al Tiempo‘ (1975), ‘Travesía‘ (1978), ‘Noviembre 79′ (1979), ‘Madera Viva y Árbol Difunto‘ (1982), ‘Territorial‘ (1983), ‘En Los Negros Labios Encantados‘ (1989), ‘El Verde no es un Color‘ (1992), ‘El Rigor de la Llama‘ (1994), ‘La Lagarta‘ (1995), ‘Sayariy‘ (1995) y ‘Qantatai‘ (1996).