Sagrario García Sanz
Cuánto daño habían hecho las Navidades, hacía ya más de un mes que habían terminado pero los kilos acumulados se negaban a abandonarle, se habían adherido a él como un potente velcro que no había manera de neutralizar.
Frente al espejo del gimnasio, que no había pisado en los dos últimos meses, constataba la dolorosa evidencia de que había dejado de tener su antigua cintura de avispa para pasar a tener una amplia cintura de obispo. Se imaginaba claramente con una ancha correa morada alrededor de su generoso contorno que había cubierto con una enorme camiseta negra del tamaño, precisamente, de una jodida sotana.
El colmo fue cuando en el bar del barrio la tapa estrella que era “patatas a lo pobre con lomo de orza”, pasó a llamarse “patatas a lo pobre con lomo de lorza” en su honor, y la verdad es que estaba riquísima, pero se pegaba descaradamente al velcro junto con las cervecitas que la acompañaban. Su amigo Pepe había estado graciosillo con el nombre de la tapa, ¿pero es que se había puesto de moda el humor en su gente a costa de sus lorzas? Hasta su mujer había empezado a llamarle “Lorzon Welles”, maldita la gracia.
Con gran desidia se subió sobre la cinta de correr para empezar a calentar y a los diez minutos ya estaba reventado y tenía la camiseta más sudada que si hubiera estado dos horas picando en el campo. Decidió pasar a la bicicleta estática, así por lo menos estaría sentado, pero mientras pedaleaba con absoluta desgana, notaba el vaivén de sus carnes en modo flan, lo cual contribuyó a desmotivarle más si cabe.
Se había propuesto hacer ejercicio al menos tres días a la semana y cuidar la alimentación, de hecho, no tenía previsto volver a pisar el bar de Pepe por el momento, la tentación era demasiado grande, pero contribuiría a su obstinación el mosqueo que tenía por la dichosa tapa.
Cuando un par de horas después llegó a su casa tras una buena paliza en el gimnasio y con la sensación del deber cumplido, su mujer le propuso para la cena pedir un par de raciones del bar de Pepe. Se quedó pensando y sopesó el esfuerzo llevado a cabo en el gimnasio, así como su mosqueo con Pepe y, mientas observaba la media sonrisa burlona en la cara de su mujer, finalmente claudicó y respondió con la frase más utilizada durante las pasadas Navidades:
–De perdidos al río.
Y se fue a la nevera a por un par de cervezas bien frías.
Su frágil y recién estrenada fuerza de voluntad le había dejado completamente tirado.