La virgen puta. Una novela negra y punk por entregas de Patxi Irurzun con ilustraciones de Juan Kalvellido.
Siempre había odiado y a la vez experimentado una irreprimible atracción por el espejo. Mirarse en él era verte a ti mismo a través de los demás y comprobar que sus ojos eran de cristal. El espejo era un enigma. Lo mismo que el hecho de que yo hubiese besado antes los labios de vidrio de una litrona que los de una chica.
Mi primer beso, el primero cuyo recuerdo no se lo llevó una meada de cerveza por la alcantarilla, me hizo sentirme adulto, pero al volver a casa y mirarme en el espejo yo sólo vi a un niño asustado.
El niño asustado continuaba todavía allí, ante el espejo, espiando a Lorea desnuda en la ducha, enjabonándose los pechos, deslizando la pastilla a lo largo de sus piernas sin fin…
¿Cuál sería el reflejo que ella vería de mí?
A veces yo me encontraba a mí mismo feo (mi dentadura eran las teclas requetemanoseadas en el organillo de un músico ambulante, mi nariz una partida de canicas con mis cromosomas) pero tampoco tan feo para que hiciera juego con mi aspecto punk. Otras, sino guapo, algo resultón: los ojos negros, tan grandes como mi tristeza, las pestañas largas, el cabello oscuro… Vaya. No podía evitarlo. Siempre que pensaba en mi pelo olvidaba que ahora era de color azul. Aquello quería decir que a los demás tampoco les molestaba demasiado. Quizás hubiera llegado el momento de hacer algo. Tal vez rapármelo, como Lorea.
Lorea. ¿Vería ella en mi cara lo mismo que yo? Supuse que si se mostraba tan obsesionada con madurar, no. Mejor, si era así como yo le gustaba. Puede que enamorarse de ella no resultara tan terrible. Igual a su lado desaparecía de una vez por todas el niño asustado del espejo.
No iba a ser fácil. Se trataba de que ella eligiera entre su padre y yo. De todos modos, mientras decidía tampoco estaba de más que fuera conmigo con quien follara.
Tras los últimos acontecimientos y el entierro del Tiñoso esa mañana resultaba muy relajante. Era como si llevara colgando del escroto todos mis miedos, todos mis rencores, todas mis culpas, y al escupírselos a Lorea en el vientre transformara aquel batiburrillo en el amor y la calma suficientes para poder volver a amar.
Una buena ducha, afeitarse, tambien ayudaban.
El único nubarrón sobre aquel remanso de paz era la radio hablando, desde el salón, de guerras, accidentes de trenes, de los octavos de final de la copa del rey… En cualquier momento podía volver a anunciar otra muerte. Peor, aún, en cualquier momento podía morir otra persona que había pasado de puntillas por el mundo y que la radio no dijese nada.
No lograba quitarme de la cabeza al Tiñoso, pero sabía que lo que había pensado era la única solución.
-¿En qué piensas, Felisín?
Lorea había salido de la ducha, se había acercado por detrás y ahora me acariciaba los pezones.
Intenté contestarle, pero todavía me quedaba esperma, y este ahogó mis palabras.
Me
volví hacia ella y enrosqué mi lengua a la suya. Cuando no estaba
borracho los besos con lengua estaban muy bien. Eran más íntimos que
todo lo demás. De hecho creo que esa fue la primera vez que era yo quien
la besaba.
Me empalmé despacito y mi glande se deslizó por el
estómago de Lorea como un dedo manipulando una bomba de relojería.
Después la hice girarse. Los besos con lengua estaban muy bien pero a mí
lo que me gustaba de verdad era aquel culito respingón.
Chupé su oreja y froté mi polla entre sus nalgas, arriba y abajo, arriba y abajo. Lorea se arrodilló, colocó las manos en el suelo, levantó el trasero. Se la metí. Empujé. No había sido culpa mía. Empujé otra vez. Yo no lo había matado. Otra . Ellos lo mataron. Una más. Ellos… ¡Ellos!… ¡ELLOS!
Quedamos tendidos sobre el suelo del cuarto de baño. Las baldosas estaban frías pero resultaba refrescante. Lo peor era el polvo, pegándose a nuestras espaldas.
-Lorea.
-Qué.
-Voy a pedirte un favor.
-Qué.
-Que voy a pedirte un favor.
-Ya, ¿cual, que favor?
-Ah, perdona, es que es… un poco “jevi”… Bueno, no, es un poco, bastante punk- rectifiqué.
-Tú cuéntame.
-Le he dado muchas vueltas y es la única salida para seguir adelante con toda esta mierda.
-¿De qué se trata?
-Hay que desenterrar al Tiñoso.
Un
sinfín de diminutos volcanes erupcionaron sobre mi piel. Acaricié uno
de los muslos de Lorea con el reverso de la mano y comprobé que a ella
le sucedía lo mismo.
-Hostia, hostia, hostia- balbuceó al cabo de un rato.
-Tengo que ver uno de esos cuerpos. Es la única manera de saber qué está pasando. Ayer no tuve oportunidad en el tanatorio, con toda aquella gente metiendo bulla, y el vigilante entrando cada dos por tres. Pedernal va a por mí y me habría buscado la ruina- continué hablando, intentando justificar aquella locura. Por eso no escuché lo que Lorea dijo.
-¿Qué?- pregunté.
-Que está bien, te acompañaré-
Los cráteres sobre mi piel efervescieron, escupiendo toda su lava.
También la espalda quemaba, de puro frío, adormecida por la escarcha sucia del suelo.
-Habrá que volver a ducharse- dije.
-¿Para qué…- preguntó Lorea- …si dentro de unas horas nos vamos a poner hechos un cristo?
Aquello me sorprendió. Yo no había pensado en esa misma noche. Pero tenía razón. Cuanto antes mejor. Después de todo puede que no resultara tan terrible.