Cada 29 de septiembre, el mundo conmemora el Día Internacional de Concienciación sobre la Pérdida y el Desperdicio de Alimentos, una fecha proclamada por la Asamblea General de las Naciones Unidas en 2019. Esta efeméride no es solo un recordatorio simbólico, sino un llamado urgente a enfrentar una paradoja devastadora: mientras millones de personas padecen hambre extrema, el planeta continúa desperdiciando cantidades colosales de alimentos que podrían salvar vidas.
En 2025, más de 295 millones de personas en 53 países sufren inseguridad alimentaria aguda, según el Informe Mundial sobre las Crisis Alimentarias. Esta cifra representa el 22,6% de la población evaluada y marca el sexto año consecutivo de aumento. Las causas son múltiples y complejas: conflictos armados prolongados, crisis económicas estructurales, fenómenos climáticos extremos y desplazamientos forzados. Al mismo tiempo, el mundo desperdicia más de 1.050 millones de toneladas de alimentos al año, lo que equivale a una de cada tres comidas que nunca llegan a un plato.
El desperdicio de alimentos ocurre en todas las etapas de la cadena agroalimentaria. En países de ingresos bajos y medios, las pérdidas se concentran en la producción, el almacenamiento y el transporte, debido a la falta de infraestructura, tecnología y acceso a mercados. En países de ingresos altos, el problema se traslada al consumo final: hogares, restaurantes y supermercados desechan productos por sobrecompra, confusión con fechas de vencimiento o estándares estéticos. El Informe sobre el Índice de Desperdicio de Alimentos 2024 del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente revela que el 60% del desperdicio proviene de los hogares, seguido por servicios alimentarios con un 28% y minoristas con un 12%. En promedio, cada persona en el planeta desecha 79 kilogramos de comida al año. Esta cifra no solo representa una pérdida de alimentos, sino también de recursos naturales como agua, suelo fértil, energía, semillas y trabajo humano. Cada producto que termina en la basura implica emisiones de gases de efecto invernadero, especialmente metano, que es 25 veces más potente que el dióxido de carbono.
Países más afectados por el hambre aguda
Los países más afectados por el hambre aguda en 2025 incluyen la República Democrática del Congo, con más de 26 millones de personas en situación crítica, Sudán con más de 20 millones, Yemen con 17 millones y Afganistán con más de 15 millones. También figuran Etiopía, Nigeria, Haití y Somalia, con entre 8 y 12 millones de personas cada uno enfrentando niveles severos de inseguridad alimentaria. En América Latina, Haití destaca por niveles de hambre que alcanzan la fase 5, considerada hambruna, mientras que Colombia aparece en el informe por el impacto del desplazamiento forzado y la migración venezolana.
La región latinoamericana enfrenta una contradicción similar. Se pierden más de 127 millones de toneladas de alimentos al año, suficientes para alimentar a más de 200 millones de personas. Brasil, México, Colombia y Argentina figuran entre los países con mayores volúmenes de desperdicio. En zonas rurales, la falta de infraestructura de almacenamiento y transporte impide que los productos lleguen a los mercados. En las ciudades, el consumo desmedido y la escasa educación alimentaria agravan el problema.
Bolivia: pérdidas rurales, hambre urbana
Bolivia, aunque no figura entre los países con mayor volumen de desperdicio, enfrenta una alta pérdida de alimentos en la producción rural, especialmente en comunidades indígenas y campesinas. Según el Plan Multisectorial de Alimentación y Nutrición 2021–2025, más del 30% de los alimentos producidos en zonas rurales no llegan al consumidor final. Las causas incluyen cosechas no comercializadas, falta de rutas logísticas, escasa refrigeración y débil articulación entre productores y centros de abasto. A esto se suma una creciente inseguridad alimentaria urbana. Un informe conjunto de la FAO y el Programa Mundial de Alimentos advierte que 2,2 millones de bolivianos —el 19% de la población— enfrentan hambre aguda. La situación se ha agravado por la inflación sostenida, la escasez de combustible y la caída en la producción de maíz, lo que encarece la canasta básica y reduce el acceso a alimentos nutritivos.
Las comunidades indígenas bolivianas enfrentan desafíos estructurales. Un estudio de Rimisp y PROSUCO revela que estas comunidades sufren pérdidas postcosecha por falta de infraestructura, y que existe una desconexión entre los saberes tradicionales y los mercados modernos. La transición agroalimentaria requiere políticas interculturales, acceso a tecnología y fortalecimiento de redes comunitarias.
El costo ambiental del desperdicio
El desperdicio de alimentos también tiene consecuencias ambientales profundas. Se estima que genera entre el 8% y el 10% de las emisiones globales de gases de efecto invernadero, principalmente por la descomposición de residuos orgánicos en vertederos. Además, consume el 25% del agua dulce utilizada en la agricultura y degrada grandes extensiones de tierra fértil. La producción innecesaria de alimentos contribuye a la deforestación, la pérdida de biodiversidad y la contaminación de ecosistemas. Si el desperdicio de alimentos fuera un país, sería el tercer mayor emisor de gases contaminantes, después de China y Estados Unidos.
Frente a este panorama, se han impulsado diversas soluciones desde organismos multilaterales y gobiernos nacionales. La FAO y el PNUMA promueven la medición estandarizada del desperdicio, la educación alimentaria y las alianzas público-privadas. En América Latina, la CELAC y la CEPAL han incluido la reducción de pérdidas y desperdicios como eje del Plan de Seguridad Alimentaria 2025. Países como Francia han aprobado leyes que obligan a los supermercados a donar alimentos no vendidos. Italia ofrece incentivos fiscales para empresas que donan excedentes. México implementa una estrategia nacional para reducir pérdidas en toda la cadena alimentaria. Colombia fortalece bancos de alimentos y alianzas con el sector privado.
¿Qué se está haciendo?
En Bolivia, aunque aún no existe una estrategia nacional articulada, se han desarrollado iniciativas locales como ferias de trueque, mercados campesinos, bancos de alimentos comunitarios y campañas escolares. El Plan Multisectorial propone articular estos esfuerzos con los saberes ancestrales y la medicina tradicional, reconociendo el rol de las comunidades indígenas en la construcción de sistemas alimentarios sostenibles.
Más allá de las cifras, el desperdicio de alimentos interpela nuestra relación con la tierra, con el trabajo, con el consumo y con los demás. Cada alimento tiene detrás el esfuerzo de agricultores, transportistas, comerciantes y cocineros. Tirarlo no solo es un acto de ineficiencia: es una forma de invisibilizar el valor humano y ambiental que lo sostiene. En tiempos de crisis climática y social, reducir el desperdicio es una de las formas más efectivas de proteger el planeta, garantizar la dignidad alimentaria y construir un futuro más justo.