Como se sabe, el 21 de febrero marca un hito en la historia política boliviana reciente. Es probable que, a pesar de los políticos opositores en el país, “respeto a la democracia”, “respeto al voto” tengan mayor poder de interpelación que cualquier campaña política si las elecciones fueran por estos meses. Con todo, los análisis políticos en las últimas semanas han equivocado el camino. Quizás por conveniencia, quizás por error, se tiende a asumir dos concepciones: por un lado, que existe un clima de polarización (con una mayoría que “manda” y una minoría que se “aferra al poder” y “defiende el Proceso”); que solo desde el referéndum por la modificación del artículo 168 de la CPE de 2016 –y, por supuesto, la victoria del “No”- existe una “ciudadanía empoderada” que sale a las calles y refuta al Movimiento Al Socialismo. Con temor a equivocarme, me gustaría plantear una hipótesis: que la crisis política actual, a pesar de la lucha por el respeto a la democracia e institucionalidad, no permite concebir nuevas narrativas políticas, es decir, que esta lucha no nos permite aprehender un sentido político totalmente democrático. Porque una cosa es pedir el respeto al voto y a la institucionalidad, y otra es luchar por una radicalidad democrática.
El Mito de la Polarización: ¿Dos Bloques Enfrentados?
Está demás decir que Bolivia no vive un clima democrático, pero tampoco dictatorial: existe la competencia entre partidos, un clima de relativa libertad de prensa, pero también el uso de ciertos medios para lograr ciertos fines –la sentencia 0084/2017 puede indicarnos que el poder judicial está sometido al ejecutivo- así como un poder legislativo débil. Steven Lewitsky y Lucan Way llaman a este escenario “autoritarismo competitivo”. Para lo que interesa, existen tres razonamientos comunes en el análisis político boliviano que desmienten la polarización.
Como demuestran varios análisis políticos en el país, el problema de estudiar un régimen con las características de Lewistky y Way es que se asume que existe un campo político partido en dos: uno, que defendería al “Proceso de Cambio”, con todo lo que implica, otro, que se indigna frente al autoritarismo y que lucha por la democracia. Este es un razonamiento que no se desapega de lo esencial y obvio de un referéndum: cuando se presentan dos opciones de voto, como en el de reforma al artículo 168, significan apoyo o rechazo a una modificación de un artículo, pero no dos proyectos de estado necesariamente, o sea, de organización estatal. Uno podrá decir que, en el caso boliviano, se trataba de una opción que representaba un estado “dictatorial” (venezolano, cubano) frente a una opción que representaba un estado donde se respeta la institucionalidad y el voto, en todo caso más democrático. Por ejemplo, los enfrentamientos entre la “Media Luna” y el Movimiento Al Socialismo indican un clima de polarización: un bloque que demanda mayor autonomía estatal frente a otro que todavía no asume una posición frente a la descentralización estatal como disposición del MNR de Sánchez de Lozada, en todo caso, dos tipos de articulación política enfrentada, la articulación política en torno a lo étnico frente a la articulación política regional, donde las élites económicas son también políticas. Primer requisito, entonces: un clima polarizado requiere de dos bloques con dos visiones o formas de hacer política totalmente distinta. Este, por supuesto, no parece ser el caso en lo que respecta al 21F.
Otros análisis políticos demuestran que cuando se habla de “polarización” debe tomarse en cuenta el porcentaje de votantes por la opción “No” (51.3%) frente al porcentaje de votantes por el “Si” (48.7%). En otras palabras, que una “mayoría dijo No” y que existe una “minoría” que defiende un proceso que no respeta el pedido de la mayoría. Esta tampoco es una condición para hablar de un clima polarizado. Los actores que defienden esta posición parecen hacerlo a conveniencia porque, en lo general, se tiende a enmarcar en esa mayoría a un sinfín de posiciones políticas que no demandan principalmente “institucionalidad” pero sí, por ejemplo, respeto al medioambiente o respeto a derechos de minorías. Es decir, estos análisis políticos reducen toda lucha política anterior al referéndum a una lucha por la democracia.
También están los analistas que dicen que esta no es una lucha política de “derecha ni de izquierda”, sino de una “ciudadanía” que refuta al partido de Morales. Algunos politólogos hasta enarbolan que el único “contrapoder” al MAS es la ciudadanía, que así vendría a ser una masa empoderada desde, justamente, el mismo 21 de febrero de 2016. Primero, es altamente probable que una mayoría de la clase media no desee un Estado a semejanza de Venezuela o Cuba, lo que dota ya un sentido ideológico a su lucha. Segundo, los politólogos que emulan a Rossanvallon y su “contrademocracia”, parecen no ver que en muchas partes del país, las manifestaciones a favor del “No” están contaminadas de políticos de oposición o de formas estatales (alcaldías haciendo campañas, diputados provocando a manifestantes, etc.), por lo que urge una reformulación de la propuesta del autor francés: no es cierto que la ciudadanía se empodera desde el 21F, sino desde una innegable crisis de los representantes políticos en Bolivia y de la cada vez menos creatividad de los partidos para presentar propuestas al electorado (un centro cada vez más programático, que abarca a distintos matices al progresismo y un debate político cada vez menos ideológico, pueden provocar apatía política).
¿Qué democracia?
En suma, no puede hablarse de un clima polarizado sino de una multipolaridad política. Una izquierda casi estéril se enfrenta a un discurso que la rebasa, “democracia” y las consecuencias son trágicas: no existe la posibilidad de articulación entre múltiples puntos de control ciudadano, pero tampoco la necesidad de crear una agenda política común. Uno podrá decir, al calor del 21F, que la ciudadanía se une para derrocar a un enemigo que parece por fin derrotado, pero existen otras cuestiones: por ejemplo, la tendencia a la atomización social pero también sobre los métodos para llegar al poder.
El 21F debe dejar en claro que no existe un clima polarizado, o sea, de un bloque contra otro, o bien, de dos proyectos políticos enfrentados. En todo caso, se trata de un paraguas discursivo que somete muchísimas demandas anteriores al 21F a la lucha por la democracia y el respeto al voto. Aquellos que defienden lo de la “polarización” dicen, entre líneas, que lo que urge ahora mismo es la “democracia” y a este concepto, se someten todas las demandas sociales de los últimos años. En una crítica a un interesante libro llamado “Multicrisis Global”, propuse que un orden democrático no es aquel que negocia entre componentes de un sistema político para llegar a un acuerdo o compromiso, sino uno que permite nuevas narrativas políticas, o bien, dotar de nuevos sentidos a un sistema político. En el ámbito que aquí compete, ¿qué tanto puede la “lucha por la democracia” permitir la confluencia de por ejemplo, narrativas políticas desde los pueblos indígenas de “tierras bajas”? ¿Qué tanto puede esta lucha, replantearse el papel de las mujeres en las organizaciones políticas en el país? ¿Qué tanto puede esta lucha, plantear el papel del ciudadano frente a los partidos políticos, si estos –como está demostrado- no permiten alternancia en sus estructuras? Para luchar por democracia, urge dotar no tanto de nuevos actores políticos al sistema político, sino, más importante, de nuevas visiones.