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2018

Hoy arranca en Bolivia un año pre electoral. Será el lapso en el que las tendencias detectadas durante los tres últimos comicios terminarán por sedimentarse o quizás de reconfigurarse sustancialmente. En este 2018 se juega la batalla crucial previa que alimentará, meses después, la victoria de unos o la derrota de otros.

La información útil para “predecir” el mediano plazo está al alcance de los ojos. Solo hay que saber mirar.

En las elecciones municipales de 2015 aprendimos que el Movimiento al Socialismo (MAS) se había encogido a su estatura original, aquella con la que irrumpió en la vida electoral del país allá por el año 2002. Así, por ejemplo, hace tres años, el partido de gobierno perdió las elecciones en las ciudades de El Alto y Cochabamba, epicentros de las dos convulsiones sociales sobre las que se encumbró para conquistar el poder total. Revisados los resultados electorales de esa competencia y en gran medida debido a la torpe represión ordenada en Chaparina, el oficialismo retrocedió a ser aquella fuerza campesina, huérfana de apoyo en las ciudades y carente de liderazgos exitosos en las capitales más pobladas. Este repudio urbano a Evo Morales se ratificó en el referéndum del 21 de febrero del año siguiente, cuando la mitad más uno de los ciudadanos rechazó la posibilidad de que el Presidente aspire por quinta vez al mismo cargo.

Las elecciones judiciales del 3 de diciembre de 2017 fueron un espejo aún más nítido de esta nueva realidad electoral de Bolivia. El voto nulo, conducta recomendada activamente por la oposición, se impuso en el conteo nacional, reiterando el porcentaje del 21 de febrero. Un análisis detallado, municipio por municipio, nos corrobora el carácter rural del MAS y el predominio urbano de las fuerzas opositoras.

En términos telegráficos, las judiciales nos han enseñado lo siguiente: 1) Pando es azul, aunque el resto de la antes llamada “media luna” se mantiene en rebeldía (Santa Cruz, Tarija y el Beni). 2) Todas las capitales más importantes, incluida El Alto, se han alejado del MAS de manera nítida. Destaca y sorprende la ciudad de Potosí, en la que el nulo superó el 70%. 3) El voto rural pro Evo es el bastión electoral más persistente del que se tenga memoria. Abarca casi todas las provincias de manera homogénea con la excepción de aquellas contenidas en el Beni, Santa Cruz, Tarija y parte de La Paz. Los Yungas y Achacachi, por ejemplo, ya no forman parte del inventario masista.

Si estas tendencias se prolongan, en las elecciones de 2019 habrá un ganador ajustado. Las victorias holgadas a las que el MAS se había acostumbrado durante una década, serán cosa del pasado. Eso significa que Evo podría ganar por un porcentaje ligeramente inferior o superior al 40%. Es lo que le alcanza de la mano de la minoría campesina que hoy lo sigue aplaudiendo. La oposición triunfaría cómodamente en todas las ciudades, incluidas El Alto y Cobija. Ello podría darle, por primera vez desde 2005, un caudal muy competitivo aunque si se presenta unificada, hasta podría rozar el 50%. Este escrutinio apretado engendrará para 2020 un gobierno sin mayoría congresal. Quien gobierne quedará obligado entonces a pactar alianzas para aprobar leyes.

¿Y la segunda vuelta?  No olvidemos que ésta solo se organiza si la diferencia entre el primero y el segundo es inferior a los diez puntos porcentuales. El MAS puede evitarla si consigue un triunfo de mayoría relativa con suficiente margen. No es improbable que lo consiga, de modo que si la oposición asiste dividida a la contienda, su futuro será aún más gris que en este momento.  Consejo final: que el MAS recupere terreno en las ciudades y que la oposición succione votos en el campo. El que haga mejor su tarea, se lleva la silla.

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