“1984”, novela de George Orwell. En su título invirtió los últimos dígitos de 1948, año cuando la escribió. Contexto tétrico el descrito por Orwell en sus páginas. Con mirada profunda extendida a los albores del totalitarismo soviético, lo desmenuza para sostener así su predicción apocalíptica, aventurando plazo de su propagación y, con ella, de condena de la libertad en Occidente. En su seno materno. Nuestro mundo.
En Oceanía, el lugar imaginario donde discurre la historia, la ciudadanía ha sido abolida. Sí. De cuajo. La única igualdad es la condición de sometimiento ineluctable de los deshumanizados bípedos al poder ilimitado de una estructura totalitaria encabezada por el “Gran Hermano”, caudillo mesiánico del partido único, omnipotente e infalible, dueño de la verdad única: de la ideología, “la lógica de la idea”, impuesta a rajatabla. Sobre el círculo de militantes y los otros. Afectando su entendimiento hasta alterar sus sentidos pervirtiendo sus percepciones y los significados de éstas. Exiliando de su existencia la acción en su sentido propio, el de Hanna Arendt, imposible sin libertad.
Tal impacto resulta de la aplicación de mecanismos de propaganda para adoctrinar, cuya eficacia se garantiza penalizando las ideas “traidoras”; esto es, el pensamiento libre, enemigo de la opresión. Incluye la saturación de todos los espacios con el rostro del “salvador” poniéndolo a lucir en carteles, billetes, fotos de portada en los medios de comunicación -redes sociales, en tiempos actuales- dejando claras su fama y su popularidad imbatibles. Más importante aún: su omnipresencia, vigilando. Nadie como él. Ni más ni mejor que él.
La suplantación del pasado con relatos orales y escritos antojadizos a la medida de los intereses del poder es otra clave del dominio subjetivo totalitario en Oceanía. Llega a trastocar historia y literatura en lo contrario de lo que fueron. Manifestación maniquea, se destina a identificar a supuestos “buenos” y “malos”, “amigos” y “enemigos” con base en daños impunes exigiendo venganza, alimentando por una parte baja autoestima, frustraciones y resentimientos; por otra, lealtad sin medida al poder. Es el trazo de un camino directo a la confrontación que requiere la unión alrededor del “Gran Hermano” y el partido para luchar, postergando toda disconformidad por los fallos del sistema que, además, son declarados efecto de la acción de los malos, los enemigos.
El presente también es suplantado. Se manipula mediante la falsificación de los datos acerca del acontecer actual disponibles al acceso público por orden superior. La alteración de la información estadística operada por esbirros a sueldo, nacidos o adiestrados como mediocres amorales, es un caso ilustrativo de tal mecanismo. Así, las mentiras pasan a formar parte de la verdad única en la novela de Orwell. De lo “políticamente correcto”, en palabras de hoy.
El adoctrinamiento no sólo se nutre de la negación de la realidad por la verdad proclamada por el partido; se nutre de la perversión de los conceptos. De las palabras. En Oceanía se impone el “neolenguaje” en el cual “la guerra es la paz”, “la libertad es la esclavitud” y “la ignorancia es la fuerza”. El ministerio encargado de la falsificación de la información es el “ministerio de la verdad”. El centro de torturas a los acusados de traición, “ministerio del amor”. El efecto es la credibilidad en quienes mienten y la simpatía por los verdugos. Actúan por el bien. “Síndrome de Estocolmo” de proporciones gigantescas.
La policía del pensamiento y el espionaje transversal, a gran escala, garantizan la eficacia del sistema. En caída vertical, desde el “Gran Hermano” que todo lo ve y sabe, hacia abajo. Dentro del partido, a cargo de la cúpula y sus esbirros, sobre sus propios militantes, depositarios sumisos y temerosos de fragmentos de poder. Y por supuesto, fuera del partido, sobre el resto al cual se fomenta la prostitución y el vicio. Es la mayoría desinformada al grado de no representar amenaza alguna pues “está” pero no “es”. No sabe lo que sucede, ha aceptado la verdad única y vive una vida gris, mansa e inútil. Sin darse cuenta, es una masa de objetos en soledad. Seres con “daño antropológico” irremediable en los términos de Hilda Molina, la neurocirujana cubana, testigo directo de las atrocidades comunistas en su “isla bella”.
Se califica a “1984” de “novela distópica”. No lo es. Es la imagen real de varios países en el mundo. Entre ellos Cuba, Venezuela, Nicaragua… Bolivia en riesgo de caer del todo en lo mismo. Es una alerta contra la “deconstrucción” de la historia para reformar constituciones con base en odios y enemigos fantasma. Es un llamado a devolver a las palabras su sentido. A negar que hay democracia de partido único o que la lucha por la libertad sea fascismo. A resistir la censura de “lo políticamente correcto”. A dar crédito a lo que se percibe a través de los sentidos. A pensar por cuenta propia. A decir lo que se piensa. A tener valor civil. A SER.