Mirna Luisa Quezada Siles
En medio de tiempos difíciles, cuando la crisis golpea con fuerza a tantas familias y la cercanía de la Navidad nos invita a recuperar la empatía y el sentido de comunidad, surgen historias que nos recuerdan por qué la solidaridad es más urgente que nunca. Son relatos que revelan no sólo las carencias materiales, sino también la profunda necesidad de ser vistos y acompañados.
La historia de Ronald De Herrera Barrero es una de ellas, un testimonio que, más allá de cualquier controversia, nos llama a mirar de frente la fragilidad humana y a preguntarnos cuánto estamos dispuestos a hacer por quienes luchan silenciosamente cada día.
Ronald, Ingeniero electrónico de profesión, cuando aún cursaba el octavo semestre de la carrera de Ingeniería Electrónica en la Universidad Mayor de San Andrés, en La Paz, vivió un encuentro que marcaría su destino, según cuenta. Era 1985 y asegura haber escrito en una hoja de papel una idea que cambiaría la historia de la tecnología, un algoritmo que haría posible el funcionamiento del sistema operativo más famoso del mundo y de muchos dispositivos electrónicos en la actualidad. Aquella idea, afirma, la compartió con un joven llamado Bill Gates, entonces ya conocido por su empresa Microsoft en el mundo de la computación.
Esa historia, que él mismo relata en su libro “Yo soy el inventor de Windows, la verdad escondida de Microsoft”, es el eje de su vida. También grabó un video, disponible en YouTube, donde vuelve sobre el mismo relato es decir el origen de Windows y la lucha de un boliviano que dice haber contribuido con la chispa inicial de una nueva era de la tecnología que millones de personas usan cada día.
Más allá de la veracidad que la historia pueda tener frente a la versión oficial de Microsoft, que sitúa el nacimiento de Windows entre 1981 y 1985 como evolución de un proyecto propio, el relato de Ronald encierra una dimensión humana profunda que es la de un hombre que no se resigna a ser olvidado.
El accidente que cambió su vida
En diciembre de 1988, mientras se encontraba en São Paulo, Brasil, Ronald sufrió un accidente de taxi. En ese momento pareció un susto menor, pero con los años el golpe se reveló devastador. Primero llegó el adormecimiento en la mano izquierda, luego la pérdida de fuerza y finalmente la inmovilidad.
Hacia 1996 ya vivía con hemiplejia y con el tiempo la lesión en la médula espinal derivó en una cuadriplejia que lo dejó paralizado del cuello hacia abajo. Los médicos mencionan una siringomielia cervical y retención de líquidos en la cuarta vértebra, un cuadro complejo y doloroso. Hoy necesita asistencia permanente: alguien que lo alimente, lo asee, lo ayude a tomar su medicación y a sobrellevar el paso de los días.
Hasta agosto de 2024 todavía lograba alternar entre su cama y la silla de ruedas. Ahora pasa casi todo el tiempo recostado. Una escara que no cicatriza desde hace más de un año lo obliga a permanecer quieto, a observar el techo mientras el tiempo se dilata.

La batalla por la pensión y la dignidad
Ronald no puede trabajar. Su cuerpo no le responde y su mente -tan lúcida como siempre- lucha por no rendirse con un ánimo que dice lo saca de Dios, de Jesús y la Virgen María. Vive de la Renta Dignidad, el único ingreso que recibe del Estado. Según sus cálculos, sus gastos mensuales superan los 10.000 bolivianos entre medicamentos, alimentación, atención médica, un asistente, alquiler, servicios básicos. Todo se va en sobrevivir y… los ahorros se acaban.
Intentó tramitar su pensión de invalidez, pero asegura que la Comisión de Prestaciones del SENASIR rechazó su solicitud argumentando que no existía historial en la Caja Nacional de Salud y que los registros antiguos habían sido depurados. “Dicen que no hay papeles, pero yo sí existo”, comenta.
Ante la negativa, decidió apelar y planea presentar un amparo constitucional y acudir a instancias de derechos humanos. Para todo esto contrató a una persona que le ayuda con los trámites. Aun así, sabe que el camino será largo.
Un llamado a la solidaridad
Su historia no busca compasión, sino comprensión. Ronald no pide lujos ni favores, sólo el derecho a vivir con dignidad. “La discapacidad no debería ser una condena al olvido”, dice. En su habitación, de un modesto departamento, rodeado de libros, cables y recuerdos, mantiene viva la esperanza de que alguien escuche su voz.
Quienes lo conocen aseguran que, pese a todo, conserva el sentido del humor y la curiosidad que lo llevó, en su juventud, a soñar con mejorar la tecnología que existía en esos años. Ronald lo logró, no solamente por el impacto que tuvo la idea que proporcionó a Bill Gates, sino también por la tesis de grado que presentó en 1990 sobre el primer sistema de Inteligencia artificial interactuando mediante la voz, de lo cual según nos cuenta tiene la patente Registrada en Bolivia, se puede ver el video en YouTube. En sus días buenos, conversa sobre tecnología, sobre el futuro de la inteligencia artificial, sobre cómo cree que el mundo podría ser más justo si se reconociera el esfuerzo de los que nunca tuvieron una vitrina.
Una historia que interpela
La historia de Ronald puede ser vista desde muchos ángulos. Desde el tecnológico, es una anécdota improbable que toca los bordes del mito porque se trata de un ingeniero boliviano que comparte una idea con Bill Gates. Desde el humano, es el retrato de un hombre que perdió casi todo, menos la convicción de que su vida tiene valor.
En un país donde los trámites para obtener un certificado de discapacidad suelen ser una carrera de obstáculos y donde el Estado a menudo llega tarde a quienes más lo necesitan, Ronald es un espejo de tantas otras personas que también esperan justicia. Bolivia tiene miles de casos similares: hombres y mujeres con discapacidades severas que viven en condiciones precarias, dependientes de la ayuda de familiares o de desconocidos solidarios.
Su testimonio nos recuerda algo esencial: la verdadera grandeza no está en las patentes ni en los millones de usuarios, sino en la resistencia de quien, a pesar del dolor, sigue creyendo que su historia merece ser contada.
A pensar
Más allá de la veracidad sobre la autoría de Windows, algo que la historia oficial atribuye a los equipos de Microsoft desde comienzos de los 80, la historia de Ronald es la de alguien que se niega a desaparecer. Un hombre que, entre cables, papeles y recuerdos, continúa buscando reconocimiento y -sobre todo- humanidad.
Su lucha pone sobre la mesa un tema que el país suele esquivar: ¿qué pasa con quienes ya no pueden trabajar, pero todavía tienen tanto por decir? A lo largo de 20 años los gobiernos del MAS hicieron poco o nada por atender integralmente a las personas con discapacidad severa, muchas de las cuales viven en el abandono o dependen de colectas ocasionales.
El caso de Ronald no es sólo el de un hombre que asegura haber inspirado a Bill Gates, también es la historia de un boliviano que, desde una cama, sigue peleando por algo más importante que el reconocimiento mundial, él lucha por el derecho a ser visto, escuchado y respetado.