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¿Y si avanzamos hacia atrás?

Desde una perspectiva simplista, ver con nostalgia el pasado para regresar a él puede parecer “conservador”, y para las mentes simples seguramente sería reaccionario o “antirrevolucionario”. Pero como la historia es tan compleja, deberíamos saber que no todo lo que se realiza por la voluntad de las mayorías constituye necesariamente un hecho positivo y, por tanto, que rescatar los aspectos razonables del maldecido pasado puede ser tan progresista y liberador como ciertas conquistas sociales que se van dando por primera vez con el paso del tiempo.

En una noticia que publicó Deutsche Welle el 15 de diciembre pasado, el medio alemán tituló: “Bolivia desarrolla atípica elección de jueces”. No obstante, el adjetivo puede resultar insuficiente, pues la elección no solo fue atípica (Bolivia es el único país del mundo que elige jueces por voto popular), sino además absurda, ya que elegir jueces por voto directo no puede ser más que un despropósito demagógico que se instituyó premeditadamente con el fin de que las masas sintieran que viven en una democracia de veras, “revolucionaria” o más profunda. Así, es legítimo preguntarse si el modo de elección de altos jueces de antes no sería al menos un poco menos nefasto que el de ahora.

Más o menos como hizo la maquinaria propagandística del MNR en los años de la Revolución, la maquinaria propagandística del MAS intentó convencer a millones de personas de que lo novedoso era sinónimo de “revolucionario” o de un cambio positivo, y de que había que barrer con todo resabio del odioso pasado, burgués y explotador. Estar “del lado correcto de la historia” así lo demandaba… De esta forma, adobando sus discursos con fraseología progresista, suelen interpretar la historia los regímenes autoritarios que se sirven de la democracia para ascender al poder y, una vez en él, tratan de instaurar paraísos terrenales en poco tiempo. Como dijo Vargas Llosa en su artículo “El velo islámico” publicado El País en 2003, el irracionalismo de ese tipo de regímenes se oculta bajo un discurso de alardes progresistas: “…la Edad Media podría así resucitar e instalar un enclave anacrónico, inhumano y fanático en la sociedad [Francia] que proclamó, la primera en el mundo, los Derechos del Hombre”.

En las últimas décadas, varios politólogos y filósofos advirtieron sobre este tipo de gobiernos que fueron implantando en sus respectivos países democracias plebiscitarias o delegativas. Es decir, democracias que decían ser originales o “revolucionarias” (recuérdese el concepto masista de la Revolución Democrática y Cultural) o poseer un humus propio de identidad nacional y que, en la práctica, eran relativas y débiles. Eso mismo es lo que ha ido ocurriendo en Bolivia, que hoy por hoy cuenta con instituciones muy precarias.

En realidad, ya hace muchas décadas Ortega y Gasset se ocupó de reflexionar ese tipo de democracias, llamándolas democracias morbosas; a saber, sistemas que, primero, exageran los principios democráticos o sus prácticas (como el acto de dibujar una equis en una papeleta electoral), convirtiéndolos así en una especie de religión o ritual y, segundo, “plebeyizan” la sociedad, valorando exageradamente (santificando casi) la opinión de las mayorías por encima de la razón y la justicia.

Poner de jueza a una mujer por el hecho de ser mujer, a un homosexual en las listas de candidatos a asambleístas por el hecho de ser homosexual, de ministro a un afro por el hecho de ser afro o a un indígena de defensor del Pueblo por el hecho de ser indígena, no solamente no ha resuelto los problemas de la ciudadanía en general, sino que no resolvió los problemas referidos a aquellos sus grupos (excluidos históricamente, sin duda) a los que decían representar. Sin embargo, generó en los inocentes la idea de que las instituciones por fin se estaban haciendo inclusivas y democráticas y de que un país realmente democrático se estaba instaurando, cuando la verdad era que las mentalidades y los hábitos corruptos, irracionales y autoritarios seguían siendo los mismos. Y a la ingenuidad de los más, también debe agregarse, como motivo del auge de ese tipo de democracias, las modas del día, que generan sobre todo en los jóvenes una atracción irresistible. Nadie, pues, quiere ser un “reaccionario”, un anticuado o no estar con la revolución.

Ojo que con “avanzar hacia atrás” no me refiero a borrar la historia, desandando el camino de conquistas razonables que se consiguieron. Me refiero a rescatar (o al menos valorar) las costumbres y prácticas beneficiosas del pasado, que tan mala prensa han ido teniendo en casi todo el mundo en este último tiempo.

Ignacio Vera de Rada es politólogo y comunicador social

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