He revisitado dos publicaciones de diferentes autores que hace tiempo no veía pero que, como son las buenas obras, perduran y dicen algo para cada temporada. Empecemos por El juego de los tronos.
En uno de los episodios iniciales de la primera temporada, la bella reina Cersei habla con su hijo Joffrey sobre un altercado que tuvo con sus primas en el que el príncipe adolescente quedó llorando e impotente frente a las niñas que se vieron más fuertes que él. La reina reconstruye la historia y se la cuenta al hijo exactamente al revés: él defendió y el honor con coraje frente a las indisciplinadas parientes. Contrariado, el pequeño argumenta en llanto que no fue eso lo que pasó, a lo que la experimentada política responde: “Algún día tú estarás en el trono, y la verdad será lo que tú decidas”.
La escena subraya lo que se sabe hace siglos: la historia la escriben los vencedores y los poderosos. Siempre ha sido así, los hechos no son libres y neutros, están sometidos a quien los narra, que lo hace dependiendo de la disputa del momento y su posición en el campo intelectual y político. En múltiples contextos el libreto se repite, véase la historia de la Guerra del Pacífico que se promueve en Chile, cualquier invasión argumentada desde Estados Unidos, la guerra en Ucrania desde Rusia, la llamada “noche triste” en México que narra la derrota de Hernán Cortés, y un largo etcétera.
Bolivia no fue la excepción. El lector acucioso habrá entendido mi punto: la farsa del relato del Golpe de Estado en el 2019 recupera las mejores prácticas de los vencedores que falsean los hechos, fabrican pruebas y mienten (fascistas, socialistas, comunistas, neoliberales, poco importa la ideología en este punto). Con base en verdades a medias, crean una historia de buenos y malos que exime a los primeros de toda culpa y que justifica la condena para los segundos.
Por suerte han existido importantes relecturas que ponen las cosas en su lugar. Pienso en el ensayo de Amin Malouf, Las cruzadas vistas por los árabes, donde cuenta aquellos acontecimientos desde otro lado. Lo propio La visión de los vencidos, de Miguel León Portilla, para el caso de la conquista en México. No es un tema de un punto de vista, es una cuestión de fidelidad -y honestidad- con la verdad.
Aunque hay algunos libros muy lúcidos y sinceros, estoy esperando todavía que llegue un documento contundente que termine de desmontar la tan audaz como falaz historia del “Golpe”, haciendo honor a esa tradición intelectual crítica del poder que no somete su pluma a los intereses de los políticos victoriosos.
La construcción de una verdad, cuando se tiene el aparato de poder controlado y la sociedad maniatada (como es el caso en Bolivia), implica la creación de un marco legal que permita y justifique las acciones, que ponga cuerpo a la historia, que encarcele a los que el poder decidió que son culpables y exonere a quienes definió cómo inocentes. Y aparece sabiamente una segunda lectura que volvió a mis manos en estos días: Pedro Páramo, de Juan Rulfo. En un diálogo entre los protagonistas, Rulfo desnuda la razón del poder oculta en el discurso jurídico:
“¿Y las leyes?
¿Cuáles leyes, Fulgor? La ley de ahora en adelante la vamos a hacer nosotros. ¿Tienes trabajando en la Media Luna a algún atravesado?
Sí, hay uno que otro.
Pues mándalos en comisión con Aldrete. Le levantas un acta acusándolo de ‘usufructo’ o de lo que a ti se te ocurra. Y recuérdale que Lucas Páramo ya murió. Que conmigo hay que hacer nuevos tratos”.
Sabio Rulfo, parece un cronista de nuestra era. Cierto, estos son tiempos de sumisión. Sometidos los ciudadanos a un único partido viendo cómo sus dirigentes se destrozan entre sí. Sometida la verdad a la interpretación del poder victorioso que decide qué fue cierto y qué falso. Sometida la justicia a los intereses del gobernante. Sometidos todos, pero alimentando un fogón que atice la esperanza.
