Sobre su inmensa obra han escrito sociolingüistas, antropólogos, sociólogos, teólogos, filósofos, politólogos… y toda suerte de especialistas que encuentran en sus numerosos libros materia prima de investigación, análisis y pensamiento del más alto nivel académico. Sobre su vida hay una biografía importante (la de Carmen Beatriz Ruiz), y numerosas semblanzas publicadas a lo largo de los años, así como documentales y entrevistas en video.
Entonces, ¿qué puedo yo añadir a tantos aportes sobre la vida y la obra de Xavier Albó? Probablemente nada más que estos apuntes de mi propia vivencia con el “P’aqla”, el amigo y colega que mientras escribo estas líneas se encamina con absoluta paz de espíritu hacia el desenlace de sus 88 años de existencia, más de siete décadas en el país que él eligió como puerta, puente y destino final.
Cualquiera de los muchísimos amigos que tiene en Bolivia desde que llegó de Catalunya cuando apenas había cumplido los 17 años de edad, podría ofrecer un testimonio vibrante y personal. Espero que lo hagan para enviarle con sus letras a Xavier el cariño que merece para despedirse de todos rodeado de admiración, respeto y amor.
Sin duda, en la comunidad jesuita muchos convivieron con él momentos preciosos, entre ellos Lucho Alegre y Luis Espinal. Ambos compartieron durante años la misma casa cuando fomentaron una comunidad basada en la amistad y en los valores humanos antes que en la religiosidad.
Los que investigaron con él podrán dar testimonio de su rigor y de su compromiso con el mundo indígena y con las culturas de Bolivia, que lo llevaron a aprender aimara, quechua y guaraní para comunicarse mejor con las comunidades que respetaba profundamente. Conocía Bolivia más que el 99,9 % de los bolivianos, y sin necesidad de desplazarse en avión o helicóptero.
A mi regreso del exilio a fines de 1977, no bien aterricé fui a visitar el grupo de la huelga de hambre instalado en la redacción del diario Presencia, por entonces el más importante de Bolivia. En ese grupo estaban varios amigos: Domitila de Chungara, Luis Espinal y Xavier Albó, entre otros a los que no había visto desde 1975 cuando ingresé clandestinamente a Bolivia. Las fotos que tomé de los diez huelguistas han circulado mucho, quizás por ser de las pocas sobre ese episodio determinante para la amnistía general y la caída de la dictadura.
Poco después comencé a trabajar con Xavier en el Centro de Investigación y Promoción del Campesinado (CIPCA), hasta el golpe militar de García Meza, solíamos viajar a los lugares donde CIPCA apoyaba proyectos. Fuimos juntos a comunidades del altiplano, de Yungas o del Izozog, donde filmé para CIPCA un documental con el Capitán Grande Bonifacio Barrientos, y Xavier fue el productor de campo ideal para lograr ese cometido.
CIPCA no era el único espacio de trabajo y complicidad con el P’aqla, ya que también éramos parte del semanario Aquí, con Lucho Espinal, Erick de Waseige, Amparo Carvajal, René Bascopé, Antonio Peredo, y otros compañeros de la redacción o del grupo de apoyo al semanario. Y en la Asamblea Permanente de Derechos Humanos coincidíamos con Gregorio Iriarte y Julio Tumiri. Menciono los nombres porque son seres excepcionales, que dieron todo por la democracia y las libertades en Bolivia. Gregorio me encargó preparar un libro sobre Luis Espinal pocos días después de su asesinato, y Xavier me abrió las puertas de la casa en Miraflores donde pude sumergirme en los archivos personales de Lucho.
Coincidimos en varios lugares fuera de Bolivia, pero recuerdo sobre todo su visita a Guatemala para un congreso, y una memorable reunión en mi casa con amigos comunes: Miguel Urioste, Victor Hugo Cárdenas, Sergio Delgado y Jorge Dandler.
Cuando en 2009 falleció mi madre, Xavier llegó al cementerio para ofrecer la misa de cuerpo presente. Se lo agradecí como le agradezco que la haya visitado varias veces cuando yo no podía regresar a Bolivia.
Repasé estos episodios ayer, cuando visité a Xavier en Cochabamba y pasé el día a su lado, hablándole y leyendo en voz alta los mensajes que le enviaron sus amigos. Quisiera creer que me escuchó desde su sueño profundo. Necesitaba decirle que su vida es de esas vidas que transforma las vidas de otros.