Sin renunciar al lenguaje, el escritor concibió una poética donde las palabras se solidarizaron con las imágenes y la indignación moral con la esperanza
Rafael Narbona
La literatura de Sebald insinúa que la palabra es insuficiente para explicar el mundo. Eso explica que se funda con la imagen. La combinación de ambos elementos no es un capricho, sino el signo de una particular forma de contemplar y desentrañar la vida. Sebald convierte su literatura en un paseo. No se limita a evocar paisajes. Los revive desde dentro.
La experiencia humana es inseparable de su tránsito por el mundo natural, pero no es menos significativa su inmersión en los textos o la reproducción de la realidad mediante la tecnología de la imagen. La fotografía y el cine evidencian que la técnica es la verdadera naturaleza del hombre, lo que determina sus posibilidades, pero también sirve para testimoniar su ignominia.
En Austerlitz (2001), Sebald se interna en el documental grabado por los nazis en Theresienstadt para comprender la connivencia entre el mal y la tecnología. El documental fracasa en su simulacro de normalidad. Al pasar las imágenes a cámara lenta, se pone de manifiesto la verdad. El sistema de campos solo es un matadero, donde el extermino está precedido por la voluntad de negar la humanidad de sus víctimas.
Los hombres y mujeres que aparecen en la película grabada en Theresienstadt son el producto de una impostura. Son una falsificación de la condición humana, que pretende escamotear la peculiaridad de cada individuo. La esencia del totalitarismo es la transformación de los ciudadanos en masa y su clasificación en virtud de criterios biopolíticos.
La iniquidad de los gobiernos totalitarios se trasfunde al lenguaje. Sebald nos recuerda los eufemismos empleados por la dictadura nacionalsocialista para referirse a la deportación y el exterminio. La creación de una sello postal con la imagen de Theresienstadt no es menos monstruosa que la música añadida al reportaje sobre el campo. El scherzo de El sueño de una noche de verano se convierte en una melodía aterradora.
La perversión del lenguaje, la música y las imágenes obedece a un modelo no ya político, sino de mundo, un modelo o proyecto que pretende reescribir la historia sobre falsas mitologías. La literatura no puede comprender este fenómeno, sin incorporar a sus creaciones los mismos elementos que utiliza el discurso totalitario. La poética de Sebald nace de ese impulso. Es una poética que no se conforma con ser un estilo, sino que pretende esclarecer las condiciones trascendentales de la especie humana en su devenir histórico.
Sebald escribió cuentos, libros de viajes, novela y poesía, sin respetar en ningún caso el canon establecido para cada género. Del natural (1988) es un largo poema narrativo dividido en tres secciones. La primera se adentra en la vida y época del pintor, ingeniero y arquitecto alemán Matthaeus Grünewald. Su pintura funde un realismo desgarrador con lo fantástico y sobrenatural. Desdichado en su existencia personal, recrea el mundo desde una perspectiva nihilista: la Naturaleza es un desorden patológico, una enfermedad que se reinventa una y otra vez. La obra más conocida de Grünewald es la Crucifixión. De nuevo, una imagen usurpa el lugar del lenguaje para interpretar la realidad. El lienzo de Grünewald, que también deslumbró a Canetti, refleja el dramatismo de la vida humana. El dolor es la clave de la experiencia humana. Ni siquiera el misterio Encarnación puede separar al hombre del sufrimiento.
La segunda sección del poema escoge al botánico Steller para relatar la desdichada
expedición de Bhering. Ante el infortunio, el hombre solo puede refugiarse en la pasión de conocer. El conocimiento es la única forma de orden en un mundo dominado por el caos. La última sección tiene un carácter autobiográfico, pero el giro hacia la memoria y la introspección no despeja el horizonte. Sebald evoca su infancia mediante una fotografía, donde aparecen su maestra y sus compañeros de escuela. La imagen está acompañada de una anotación: “En el futuro / la muerte yacerá a nuestros pies”. Esa profecía se cumplirá no en una ilusoria victoria sobre la muerte, sino en el apogeo de la destrucción representado por la matanza de inocentes. Los bombardeos sobre Núremberg, Berlín o Dresde no pueden equiparase con el espanto de Auschwitz. Hitler definía a la Naturaleza como “una reina cruel” y pretendía aplicar sus leyes a la historia humana. Sus doce años en el poder convirtieron esa fantasía en realidad, escarneciendo cualquier idea de progreso.
La alusión a la política exterminadora de Hitler aparece en todas las obras de Sebald. En Vértigo (1990), el nomadismo apátrida se perfila como la única opción moral capaz de romper los vínculos con el nacionalismo que invoca la trascendencia de la Tierra y el Suelo. El Extranjero es la única figura que restituye la dignidad de nuestra especie. El arte es la única patria del hombre.
Las palabras, la música o las imágenes definen los límites de lo verdaderamente humano. Más allá comienza la inhumanidad, el furor exterminador. En los cuentos de Los emigrados (1993), el exilio revela su efecto disgregador. La crueldad de la Historia es una invitación permanente al exilio, pero el exilio no es una simple huida. El exilio obliga a reformar el yo o, incluso, a reinventarlo. Es el caso Paul Bereyter, maestro de primaria, con tres cuartas partes de sangre aria y un abuelo judío. Su participación en la guerra como soldado de la Wehrmacht solo acentuará su desgarro interior. Es un emigrado de sí mismo, que no ha renunciado a su identidad alemana, pero que vive atormentado por la complicidad de sus compatriotas con el genocidio. Refugiado en la literatura, se suicidará, imitando a sus admirados Walter Benjamín, Stefan Zweig o Klaus Mann.
El viajero del XIX se convierte en emigrado en el siglo XX. La guerra y el nacionalismo rompen sus vínculos con su lugar natal y con su lengua. Sebald escribe en alemán, pero el recurso a la imagen tal vez expresa el anhelo de engendrar un concepto diferente de la creación artística. Al igual que Max Ferber, uno de los personajes de Los emigrados, Sebald entiende que el arte es incompatible con la autocomplacencia. El riesgo de una exigencia estética tan estricta no es otro que la imposibilidad de concluir una obra. El creador solo produce fragmentos, esbozos.
Los anillos de Saturno (1995) es un extraordinario libro de viajes, que narra una larga excursión por el condado de Suffolk. Esta vez el viajero no es un exiliado, pero la contemplación de la desolación provocada por un urbanismo caótico y agresivo hundirá al narrador en la depresión. La acción del hombre ha transformado los bosques en páramos. No es el desierto, donde se recoge el alma o se produce la necesaria despersonalización del místico, sino el vacío generado por el nihilismo de una época lastrada por un pasado atroz e incapaz de producir un nuevo horizonte.
El género humano se encuentra en una situación similar a la de esa codorniz china que descubre el viajero en una antigua mansión. La codorniz recorre una y otra vez el diminuto espacio de su jaula, sin advertir que existe un mundo más allá de la tela metálica. Descubrir que el gobierno nazi intentó promover la domesticación del gusano de seda revela el lado oscuro del conocimiento. La ciencia no es solo el motor del progreso, sino la matriz de ciertas formas de barbarie, como ese cuadro de Rembrandt que nos muestra una autopsia. La medicina utiliza el cuerpo de un reo ejecutado por robo para ampliar su saber, transformando el cuerpo en un territorio por colonizar, clasificar y explotar.
Sobre la historia natural de la destrucción (1999) despertó la polémica, al ignorar las obras que ya habían abordado la destrucción de las ciudades alemanas. La controversia historiográfica queda al margen del valor estético del texto, que una vez más utiliza la palabra y la imagen para recrear el sufrimiento humano. Es difícil imaginar algo más terrible que el dolor de las madres de Hamburgo, guardando en una maleta los cuerpos carbonizados de sus hijos más pequeños.
Los ensayos publicados en Pútrida patria (1991) nos muestran que Sebald fue un excelente lector y un perspicaz crítico. La referencia a la putrefacción de la patria solo redunda en la necesidad de buscar una patria natural, que en el caso del escritor no puede ser otra que la propia literatura. Pese a su muerte prematura y a la brevedad de su obra, Sebald ya es un clásico y el tiempo se encargará de abrir nuevas perspectivas en la interpretación de sus textos. De momento, nos queda el asombro ante una escritura que, sin renunciar al lenguaje, concibió una poética, donde las palabras se solidarizaron con las imágenes y la indignación moral con la esperanza.
No puedo finalizar esta nota sin evocar a Javier Marías, que admiraba a Sebald hasta el punto de nombrarle Duque de Vértigo del Reino de Redonda, un reino que se ha quedado vacante, pues el escritor español era el monarca de ese lugar imaginario. Marías se anticipó a Sebald en la inserción de imágenes en una novela. En 1989 empleó ese recurso en Todas las almas. Recuerdo que me lo contó en la entrevista que le hice para esta revista poco antes de su prematura desaparición. Sebald murió con 57 años. Marías con 70.
Maldita sea la muerte, que nos privó a dos autores que aún podría habernos aportado grandes obras. No pierdo la esperanza de que sea cierta la frase que alguien anotó en la fotografía de Sebald en la escuela acompañado por su maestra y sus compañeros. En el futuro la muerte quizás yacerá a nuestros pies.