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Vivan los libros

Heberto Arduz Ruiz

Al pasear las calles de París, en la zona de Vincennes, tuve la grata sorpresa de toparme –literalmente— con un anaquel de libros en vía pública bajo la forma de una letra “V”, de vida o viva; punto citadino en el que los lectores pueden llevarse una obra que concite su atención y/o dejar otra, a fin de incrementar el número de ejemplares que contiene la atractiva estantería, cuyos autores estarán plenamente satisfechos allá donde se encuentren, sea en la nube de la eternidad, o en cualquier confín de este maltrecho planeta que sus habitantes pugnan  por volver a una “normalidad” anormal, pues causaron mucho daño a la naturaleza.

En un área relativamente cercana encontré la corteza de un árbol que en su interior guarda varios libros, a entera disposición de los transeúntes, en un franco y amigable convite   a la lectura, fuente nutricia del entendimiento y superación mental e intelectual. Esta iniciativa significa un importante aporte a la promoción cultural, al permitir hojear los libros y desbrozar como el otoño francés que empieza lo hace con las hojas de los árboles; pudiendo leer en la pequeña plaza del lugar, o sencillamente tomar la obra impresa y leerla después en el domicilio, o de modo inmediato en el medio de transporte elegido, sea el metro, autobús o tren. No importa, en este caso, el dónde, si no el cómo, situación en que atesoramos el bien obtenido, el libro, con magnetismo y cariño por el feliz encuentro de las circunstancias.

Una experiencia similar recogí en algunas viviendas en propiedad horizontal, en los accesos a la planta baja antes de ingresar al ascensor, viendo algunos títulos de volúmenes disponibles destinados a la lectura y, de igual modo, la posibilidad de dejar otros a fin de que sean leídos por los residentes en el edificio y sirvan de bienvenida a las personas que esperan a alguien.

Lo referido contribuye a crear el hábito de la lectura, que cuando empieza a menor edad se vuelve costumbre arraigada, y no obligación impuesta por el profesor. Por ello mismo, en cada hogar se debiera incentivar en niños y jóvenes, tal cual se inculcan otras normas de convivencia, el aseo, protocolo de saludos, o respeto al prójimo.

Ojalá en Bolivia pudiésemos asimilar estas vivencias y seguir el ejemplo francés en pos de la cultura y la formación de las nuevas generaciones en un ambiente que abrirá mejores opciones de vida futura, beneficiando a la ciudadanía desde estudiantes, artesanos, profesionales, e incluso tal vez más que cualquier otro sector, el de los políticos, que en el día a día dan muestras evidentes de ignorancia e intereses subalternos de la conducta. En suma, los habitantes a partir de la niñez hasta la tercera edad deben adentrarse a este mágico mundo, rutilante y bello, sin condicionamientos ni discriminación alguna. Y si las autoridades administrativas, o del ramo educativo, no hacen nada al respecto, que la iniciativa privada salga por sus fueros. Y que vivan los libros por siempre.

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