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Visiones de enero

Deambulé buscando anticuchos como si necesitara a Cristo. No los encontré. Seguí los pasos de la juventud borracha, los rincones del hambre y nada quedaba. Finalmente, en una esquina, una vendedora con hijo, sola en medio de un manchón de polvo, cocía corazones machacados y removía el ají de maní. Me senté sobre un balde volcado a manera de asiento y vi pasar automóviles oliendo el picante.

Había visto mujer tan hermosa horas antes que me entretuve imaginando tontas canciones de amor, al estilo McCartney. Madura, nariz alargada como prefiero, ajado un poco el nacimiento del seno. Brazos justo antes de que les venga lo feble y cuelguen. Diría la belleza antes de morir que es sin duda la mayor, la sensual, la erótica, la sexual, la última. Imaginé esta Cochabamba urbe pero todavía oscura y apresuré la vuelta a casa, a las lámparas Tiffany sumadas a los grandes muertos. Pensé, sé bien por qué, en Tamara de Lempicka. Me senté a escribir versos alegres y me detuvo inmensa pereza, el cabello sobre la funda roja, el vaso de agua, zapatos sin ton ni son. Dejé para mañana, hoy, intentar recuperar los sentidos de entonces. No esfuerzo mucho la mente para recordarla. La miré tanto y de cada ángulo que bien tenía para hacer con ella un filme. Tu boca entreabierta que semeja perecer y gime. La elegancia de tus pies de uñas pintadas. Perfume, seguro, tenue, apenas por encima de tu magnífico sudor. Cuello que hubiera deseado Charlot, el guillotinador. Llevas calzas verdes, supongo, como el Don Gil de Tirso, breves, a diferencia, mínimas y bordadas, casi venidas de las manos de beatas que venden sus trabajos en el vestíbulo de Santa Clara.

En el trayecto de retorno usé varios bancos para observar y descansar. Se ha multiplicado todo, cierto, pero viene a ser lo mismo. Lugares de comer, no podían faltar aquí, por doquier; aromas de bazaar y especias. Tánger sin magia. Más Hong Kong de gente olivácea; tal vez Samara. Azahar, cedrón, comino y paico.

Si estuvieras. Puedes no darme tu nombre que de hoy a mañana nos esfumamos y ni rastro habrá de anillos de humo. Casi un sueño lamerte el sudor de las axilas, palpar el infinito. Ven, siéntate en la noche de los anticuchos, sorbe el picante amarillo, nadie ni Cristo nos ve y está suelto el pecado. Déjame tocarte las vértebras salientes que puedo contemplar, quitarte del cuello oro y religión, abrir el secreto que deja tu espalda desnuda, pecosa y jugosa. Gotas de calor se deslizan por la ruta de la seda; allí van mis caravanas, con mosquetes de pólvora seca y dagas curvas. Me ofrezco a ser pescado que muera en tu atarraya. Pero el ruidoso silencio destruye el campo de Eros y sigo vivo, caminando José Quintín Mendoza abajo, pasando por la casa de un amigo suicida. Si estuvieras. Tal vez cedería al día nublándolo de cortinas para hacer noche tu presencia. Llegarías a casa, buenas noches esposo, hijos, ajena al vicio que acecha. Mala noche sería la nuestra de tan buena. Sócrates bebiendo con filosofía la cicuta.

Largo intervalo del ron.

Ceibos y eucaliptos de Pihusi, polvo sin tiempo. Modorra de alcohol caribeño. Entrada de Apote, caminos de infancia y padres relucientes, el Volkswagen verde claro. Las fruteras ofrecen chirimoya y achachairú, ha desaparecido el ciruelo blanco. Tu carne lívida tanto la fruta es, de oscuras brillosas semillas, negras tormalinas de entrepierna. Largo, excesivo ron. El ventilador trae aire en dirección a mis pies descalzos. Caí muerto sobre la cama al entrante amanecer. Quizá un día no despierte y si no lo hago jamás recordaré que soñé contigo. Pero ahora, alerta, miro tu fotografía con chaqueta de terno. Por la construcción detrás supongo París pero pudo ser Praga. En cuál de ellas he de amarte no sé, tu espalda rasgada por rugosa corteza.

O sobre el polvo siempre igual de este campo rural que se llamó Pandoja donde tuve mujeres dádivas cuanto febriles. Alfalfa sobre los puntiagudos pechos de G. E que desviste sus delgadas piernas germánicas. F sentada sobre un peñasco en vestido blanco y abierto el sexo atravesado por ventiscas de eucalipto. Has de ser, tú, mi extremaunción; sí, tú, la de ayer.

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