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Vida festiva

Juan Martínez Reyes

— Tengo la certeza, que moriré comiendo y bebiendo.

Así le había afirmado a su hermana muchos años atrás, cuando celebró con toda la familia su cumpleaños número sesenta.

Había transcurrido un par de semanas desde que regresó de Taricá, donde se divirtió durante una semana en la fiesta patronal y, Berta, fiel a sus ideas no faltó a la pollada bailable que habían organizado en la cuadra de su casa. Al mediodía se hizo presente, junto a algunos vecinos. Comió y bebió con la dueña de la casa y algunos amigos que encontró allí. Una hora más tarde, salió para dejar dos polladas para sus hijos.

En la calle, dos bandas de pandilleros aparecieron y comenzaron a pelearse a tramperazos para definir quién sería el líder del territorio de Ventanilla y distribuir la venta de las drogas por la zona. Las personas que transitaban por ahí huyeron y, otros, se escondieron en sus hogares.

Ella se asustó. Intentó refugiarse para salvar su vida, sin embargo, uno de los pandilleros la cogió por detrás, mientras los del otro bando seguían disparando sus tramperas. Intentó zafarse, pero no pudo y, una bala le impactó en el pecho. Quiso gritar, pero un débil quejido brotó de su garganta. Cuando ella se derrumbó en el pavimento, el pandillero la soltó y escapó. Intentó inútilmente levantarse, sin conseguirlo. De su pecho manaba la sangre como un torrente irrefrenable. Se arrastró por el asfalto. Sintió que las fuerzas se apagaban como una hoguera en la lluvia. ¿Este será mi fin?, pensó.

Algunas imágenes aparecieron por sus ojos como si de pantalla de cine se tratase. Vio a su padre trabajando en el campo y ella jugando con las ovejas. Su madre regañándola, porque no cocinó temprano para sus hermanos. También reconoció a César, su esposo, con quien nadaba en las tardes de verano en la acequia y, otros recuerdos de su infancia, juventud y adultez.

Imaginó que todo lo sucedido se trataba de un mal sueño. Claro, seguramente la despertarían y se vería en la sala de su vecina, aún con los síntomas de la embriaguez. Volvería a casa para descansar brevemente y después continuar con el festejo. Sí, como en su juventud. Seguir con esa vida hedonista, vivir solo de los placeres, sin preocuparse, ni estresarse por el futuro, porque lo imprescindible en la vida es el ahora, el presente.

Cuando la vieron tendida en la pista, sus hijos se asustaron e inmediatamente la llevaron de urgencia al hospital. Temían por su vida. Sin embargo, a medio camino, Berta no pudo resistir más y, falleció. Su muerte dejó un vacío en el corazón de sus hijos y en su hogar. La velaron dos días. Sus vecinos la recordaban como la mujer más alegre y fiestera de la cuadra. Partió a la otra vida como le aseguró a su hermana, muchos años atrás:  

— Tengo la certeza, que moriré comiendo y bebiendo.

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