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Vacaciones familiares / Gustavo Munckel

Vacaciones familiares

I

Como las vacaciones van a ser largas, papá y mamá quieren que vayamos todos de viaje. Dicen que vamos a conocer otro país y que iremos lejos, al campo. Van a ser unas vacaciones especiales. Sin tele, sin compu, sin teléfonos, sin videojuegos. Eso nos explica mamá, pero como yo me quejo porque quiero que las vacaciones sean divertidas, nos dice que si nos portamos bien, al volver nos van a comprar más juegos. Pero sólo si nos portamos bien. Tenemos que hacer caso en todo, comer de calladitos y no pelearnos. Eso me lo dice a mí, porque a veces le pego al Nico cuando molesta mucho. Papá dice que vamos a ir al campo para estar solos con la naturaleza, que sus amigos nos prestaron una cabaña en la montaña.
Mamá dice que va a ser divertido.

II

Del avión no me acuerdo mucho, sólo un poco de las nubes blanquísimas vistas desde arriba. Es que como el Nico es chiquito le dieron un remedio para que se duerma y viaje tranquilo, pero como no quería tomar porque yo no había tomado, también me dieron lo mismo. Yo soy el mayor y tengo que dar el ejemplo, siempre me dicen eso. Por eso no me acuerdo mucho. Yo quería mirar por la ventana, pero me quedé dormido sin darme cuenta.
«Hijito, ya hemos llegado», me dice papá y me mueve un poco para despertarme. Yo sigo medio dormido y no me quiero levantar. «Ya estamos en Córdoba», dice mamá. No me quiero mover del asiento, pero como nos tenemos que portar bien, al final les hago caso y me levanto. Todavía tengo mucho sueño y papá me carga porque me sigo durmiendo incluso parado. Al Nico lo lleva mamá.
Cuando me despierto de nuevo, le pregunto a papá dónde está la cabaña. Dice que está un poco lejos y que ahora tenemos que viajar en auto para subir a la montaña. Me pone en el piso y me lleva de la mano para que no me caiga, porque sigo con sueño.
El auto es blanco y nuevito. Papá mete las maletas y luego nos dice que subamos, pero el Nico se pone a llorar porque no es nuestro auto. No se quiere subir porque dice que lo estamos robando. Mamá le explica que no, que no lo estamos robando, que sólo lo hemos alquilado, que es un auto prestado. Luego me pide que suba y le dice al Nico que mire cómo me subo yo, que soy valiente y no lloro.
En el auto viajamos más tiempo que en el avión. Paramos para comprar comida y cargar gasolina, luego papá sigue manejando. Yo voy mirando por la ventana porque quiero saber cómo es estar en otro país. Y todo es diferente pero parecido. Los mismos árboles, los mismos perros. Hasta el cielo es igual, del mismo color celeste. Las casas son un poco diferentes, pero no mucho, y las personas también, pero no tanto. La única diferencia es que hablan raro. No es otro idioma; es el mismo que hablamos nosotros, pero diferente. A la gasolina le dicen nafta, en vez de lluvia dicen shuvia. Es divertido.
Mamá dice que ya estamos en Córdoba, pero que todavía no hemos llegado a donde vamos a pasar las vacaciones. Entonces le pregunto a papá a dónde estamos yendo y si todavía falta mucho. Me dice que a la montaña, en Traslasierra, y que todavía falta.

III

La cabaña en la montaña es lejos de verdad. Lejos de la ciudad, lejos del pueblo, lejos hasta de las otras casas. No hay nada cerca, sólo árboles y piedras. Pregunto dónde está la montaña y los papás se ríen. Mamá me explica que ya hemos llegado, pero que no se ve porque estamos en la parte de arriba. Para mí se ve igual a los cerros que hay en nuestro país, pero no les digo nada para que no me riñan por malcriado.
Bajamos del auto cerca de un arroyuelo y papá dice que es agua limpia y que se puede tomar así nomás. Se agacha, mete sus manos al agua y luego las acerca a su boca. Nos dice que probemos, que es fresquita. Mamá no quiere y el Nico tampoco, pero yo me acerco porque quiero saber si su sabor es igual o diferente. Y como mi hermano es un copión, se agacha a mi lado y mete sus manos al agua fría.
Papá camina cargando la maleta más pesada y las bolsas con comida, mamá lleva la otra maleta y una neverita de plástico. El Nico y yo llevamos nuestras mochilas, pero como yo ya soy grande me dejan ayudar con unas bolsas.
La cabaña es pequeña. Es redonda y sus paredes son de piedra. No se parece a las de la tele, pero no digo nada para que no me riñan. Cuando llegamos a la puerta, mamá señala el techo. «Un hornero», dice y apunta con su dedo a un pájaro café, igualito a los que hay en nuestro patio. «Está construyendo su casita».
Dentro de la cabaña hay una chimenea, muebles de madera y cosas raras que nunca había visto antes. No hay juguetes, pero por suerte tenemos los nuestros. No hay tele ni compu. Tampoco refrigerador, ni siquiera microondas, y la cocina no es como la de la casa. Papá nos explica que funciona a leña porque en la cabaña no hay luz. El Nico se asusta y pregunta cómo vamos a ver. Le digo que no sea tonto, que sí hay luz, pero no electricidad. Luego mamá nos dice que de noche hay que prender velas, pero el Nico no las puede tocar y yo tengo que tener muchísimo cuidado.
Mientras mamá guarda la comida en los estantes y en la neverita, papá revisa el cuarto que vamos a compartir los cuatro y arma las camas. Mamá me dice que lo vigile al Nico para que no rompa nada, porque no son nuestras cosas. Para no aburrirnos, revisamos qué hay en los estantes. Puro cosas raras, como herramientas y adornos de madera. También algunos libros. Como ya sé leer, agarro uno para ver qué es. Se llama Las ciudades invisibles. No tiene dibujos, ni siquiera de las ciudades, pero está bien porque si son invisibles entonces no se pueden dibujar.
Como mamá tiene que trapear el piso, nos dice que salgamos a jugar al patio, pero sin irnos muy lejos. Yo le pregunto dónde está el patio, porque no lo vi al llegar, y mamá se pone a reír. Nos explica que todo lo de afuera es el patio, sólo que no hay paredes como en la casa. Papá nos dice que no vayamos más allá del arroyuelo y que está prohibido entrar al bosque. También nos dice que tengamos cuidado con los bichos porque hay unas moscas grandes que pican y se llaman tábanos.
Afuera hay campo para jugar fútbol, pero la pelota está adentro de la cabaña, en la maleta grande. Yo sé que si entro a buscarla me van a reñir por ensuciar con mis pies llenos de tierra, así que le digo al Nico que me siga y vamos caminando hasta el arroyuelo. Al borde crecen muchas plantas. Una tiene un olor fuerte, como a chicle de menta, pero son unas hojas verdes. Arranco unas cuantas y le digo al Nico que las guarde en su bolsillo para mostrarle a mamá. Luego le digo que juguemos a los exploradores, porque se está aburriendo. Seguimos el arroyuelo y llegamos hasta unos árboles, pero el Nico ya no quiere avanzar porque es el bosque y tiene miedo del lobo. Le digo que no tenga miedo, que sólo hay lobos en otros países, pero entonces me acuerdo que estamos en otro país y también me da un poquito de miedo.

IV

Mamá nos grita desde la puerta para que entremos a almorzar y papá sale a buscarnos. Está preocupado porque dice que no nos veía desde la ventana y que está prohibido irse tan lejos. Como yo no quiero que nos riña, le pido disculpas y le digo que no estábamos lejos, que sólo fuimos hasta el arroyuelo y que no entramos al bosque. El Nico le dice que en el bosque vive el lobo y que tiene miedo. Papá me mira enojado. Me riñe por decirle mentiras a mi hermano, por inventarme cosas y por asustarlo con el lobo. Le digo que no es verdad, que yo no le dije nada del lobo, que el Nico solito se ha inventado que el lobo vive en el bosque. Como el Nico le dice que sí, papá se calma y nos explica que no hay lobos en Córdoba, pero que igual hay que tener cuidado porque puede haber víboras.
Mamá dice que nos sentemos en la mesa para comer. El mantel debe ser muy viejo porque tiene agujeros y además huele raro. Para el almuerzo mamá hizo sándwiches de atún con mayonesa, tomate y lechuga. El Nico no quiere comer porque no le gusta la lechuga. Yo lo riño, le digo que tiene que comer de calladito. Mamá dice que yo tengo razón y que para los que se portan bien y comen todo su almuerzo hay helado de postre.
Cuando terminamos, mamá saca el helado y nos sirve en unos vasos porque no hay pocillos. Como no hay refri, el helado está medio derretido y además tiene como unos grumos duros, pero lo peor es que es de coco. Yo no quiero que me riñan por escoger la comida, pero tampoco quiero comer eso, así que pido permiso para ir a comer mi postre afuera. Papá se enoja y dice que no, que tenemos que terminar todo el helado. Pero como mamá lo mira como cuando le pide por favor, al final me dice que sí, pero que lo lleve a mi hermano. Cuando estamos saliendo, mamá nos dice que tenemos que acabar todito nuestro postre y que volvamos rápido para hacer la siesta con ellos.
Afuera, me fijo que los papás no me estén mirando y boto todo mi helado al pasto, detrás de una piedra grande para que no se vea desde la puerta. El Nico me mira asustado y yo le digo que no me gusta el helado de coco. Como es un copión, dice que a él tampoco y lo bota en el mismo lugar que yo.

V

Ni el Nico ni yo tenemos sueño y no queremos hacer siesta. Ya hemos dormido todo el camino y ahora sólo queremos jugar.
Jugamos calladitos y sin ir muy lejos para que no nos riñan. Más tarde le digo al Nico que entremos un rato para ver si los papás ya están haciendo siesta, y que si están durmiendo podemos sacar la pelota para jugar fútbol, pero sin gritar ni hacer bulla.
Adentro, los papás están bien dormidos, así que abro la maleta grande bien despacito para no hacer ruido con el cierre y saco la pelota. El Nico está parado en la puerta del cuarto, mirando feliz. Es la pelota nueva que papá nos compró de regalo cuando se acabaron las clases. Salimos de puntitas y nos vamos a jugar fútbol un poco más lejos para no hacer bulla y no romper los vidrios.

VI

Jugamos hasta tarde y el Nico se porta bien. A veces se cae cuando le toca atajar, pero no llora. Sólo se pone rojo y le salen lágrimas, pero cuando le digo que no llore porque nos van a reñir, me hace caso y se aguanta.
Cuando nos cansamos de jugar, volvemos a la cabaña para buscar refresco. El Nico quiere despertar a mamá para que nos sirva Coca-Cola, pero le digo que no la moleste y que, como ya soy grande, yo le voy a servir.
La botella está en la neverita y cuando el Nico ve que la estoy abriendo, me dice que quiere helado. Yo sé que le gusta el de coco y que sólo lo botó por copión. Pero como se estuvo portando bien y no nos hizo reñir, le digo que sí y busco el helado para invitarle un poco. Saco el envase, pero está vacío. Adentro sólo hay basura: una cajita y un frasco grande de remedios, todo vacío. Así que le digo al Nico que ya no hay y que sólo queda refresco. El Nico se pone a llorar porque quiere helado. Le digo que se calle porque va a despertar a los papás y nos van a reñir por su culpa, pero él sigue llorando y gritando que quiere helado y quiere helado y quiere helado.
Los papás deben estar muy cansados porque no se despiertan con toda la bulla que mete el Nico. Al final se cansa de gritar y se sienta en el piso. Yo le hablo bajito para no despertar a los papás. Lo riño porque es un malcriado y le digo que yo soy el mayor y me tiene que hacer caso. Le sirvo un vaso de coca y se toma todo de golpe. Le digo que tenga cuidado porque se puede atorar, pero seguro que de tanto gritar se está muriendo de sed.

VII

Como el Nico dejó la puerta abierta, se metieron las moscas. A mamá no le gustan y por eso en la casa siempre hay que dejar la puerta cerrada, porque si se meten bichos ella se enoja y nos riñe. Pero las moscas de aquí son diferentes. Unas son iguales, pero hay otras más grandes y lentas. Al Nico se le para una en el brazo y se pone a llorar. «¡Los pábamos, los pábamos!», grita, y sale corriendo al patio. Ese rato me acuerdo de lo que papá dijo de las moscas que pican y se llaman tábanos. Salgo corriendo a buscar al Nico. Está sentado en el pasto, llorando otra vez, diciendo que el pábamo le ha picado su brazo. Lo reviso, pero no tiene nada. Le digo que no llore, que no pasa nada y que ningún bicho le ha picado. También le enseño que se dice tábano, no pábamo.
Al final lo llevo a la cabaña porque sigue llorando y quiere que mamá le cure su brazo. Yo sé que no tiene nada, pero como no se calla, lo llevo de la mano para que mamá lo revise. Le digo que es un desconsiderado, un malagradecido y un descomedido; que los papás están cansados y no los debería molestar con macanas; que no tiene nada en su brazo y que es un llorón.
Entramos a la cabaña y vamos al cuarto para despertar a mamá. Le hablo despacito, pero sigue durmiendo. La muevo un poco, como hacen ellos, pero nada. Seguro está cansada después de un viaje tan largo, así que la dejo dormir y voy a despertar a papá. Está bien dormido, porque tiene una mosca caminando por su cara y no se da cuenta. Su boca está sucia y pegajosa de helado, y hasta la almohada está manchada, así que se está llenando de moscas. Las espanto con mi mano y lo muevo para que se despierte, pero tampoco me hace caso.
Salgo del cuarto y le digo al Nico que los papás siguen durmiendo, pero que mamá me dijo que como yo soy el mayor lo tengo que curar. Busco mi mochila y saco las curitas de Batman que me compraron en la farmacia. Le pregunto al Nico dónde le ha picado el tábano y me dice: «Aquí, en mi brazo». No tiene nada de nada, pero para que no moleste le pongo una curita. Incluso le dejo elegir la que más le guste, y con eso se queda tranquilo.

VIII

Como nos estamos aburriendo y adentro no hay nada que hacer, salimos de nuevo para jugar a los exploradores. Esta vez le digo al Nico que cierre la puerta porque si la deja abierta se van a entrar los tábanos y le van a picar. Como sigue un poco asustado, me hace caso y cierra con cuidado para no hacer ruido.
El hornero que mamá nos había señalado antes está tirado en el piso, en el mismo lugar donde botamos el helado. También hay un montón de hormigas y moscas. Algunas están pegadas en la mancha de helado, otras siguen volando cerquita.
Vamos hasta el arroyuelo y tomamos agua con las manos. Luego caminamos por el borde y llegamos hasta el bosque. Yo sé que papá ha dicho que está prohibido, pero igual quiero entrar a explorar porque nunca había visto un bosque. El Nico me dice que no, que tiene miedo del lobo. Le digo que no hay ningún lobo, que papá ya nos ha explicado. Entonces me dice que tiene miedo de la víbora. Ya estoy cansado de estar con él porque lo estuve cuidando todo el día, así que le digo que yo voy a entrar y que si no quiere ir conmigo me espere ahí, sin moverse y sin llorar.
Entro al bosque yo solito. No hay nada especial, sólo más árboles. Camino un rato buscando algo, aunque no sé qué, pero no encuentro nada, sólo árboles y más árboles. Me aburro y me doy la vuelta para salir del bosque. No lo quiero dejar solo al Nico mucho tiempo para que no me riñan los papás. Camino un poco y me paro de golpe porque escucho un ruido a lo lejos, como pasos pequeños. Debe ser el Nico, que seguro me ha estado siguiendo sin que me dé cuenta. Me doy la vuelta, pero no hay nada. Luego vuelvo a escuchar los pasos y veo que algo se mueve. Me empieza a dar miedo. Escucho esos pasos otra vez, pero más cerca. Debe ser el Nico, que se está escondiendo para que no lo riña por haberme seguido. Pero no es él. Al final lo veo: es el lobo. Es negro y grande. Es peludo, con orejas largas y ojos rojos. Grito y empiezo a correr hasta que llego donde el Nico. Lo agarro de la mano y corremos a la cabaña. Grito: «¡El lobo, el lobo!». El Nico se asusta más y empieza a llorar. Se cae y me hace caer con él. Me doy la vuelta y veo que el lobo se está acercando. El Nico lo ve y se pone a gritar. Lo jalo para que se levante y sigamos corriendo. Entramos a la cabaña, llorando los dos porque yo también tengo miedo. Cerramos con llave y nos sentamos en el piso, apoyados contra la puerta para que el lobo no la empuje.

IX

Se está poniendo oscuro y los papás siguen durmiendo. El Nico los quiere despertar para que nos cuiden y maten al lobo. Le digo que se calle, que nos van a reñir si les decimos que hemos entrado al bosque. El Nico es chiquito, pero no siempre es tonto. Se enoja conmigo porque dice que él no ha entrado al bosque y que ahora el lobo nos va a comer por mi culpa. No le hago caso y me acerco a la ventana. Tengo miedo, pero quiero ver si el lobo sigue ahí. Me da miedo que salte a la ventana, pero no lo veo. Cuando estoy por darme la vuelta, una pata con garras me agarra del hombro y grito, pero sólo es el Nico. Ya está más tranquilo, pero luego se pone a mirar por la ventana, asustado. Levanta su dedo para señalar algo afuera. Todo su bracito tiembla y yo tengo miedo de mirar. El lobo está ahí. Se está comiendo al hornero y todo el helado derretido. El Nico empieza a gritar: «¡Papá, papá!», y no me hace caso cuando le digo que se calle. Entra corriendo al cuarto y se pone a sacudir a papá para despertarlo. Está llorando y gritando: «¡El lobo, el lobo!». Pero papá está cansado y no le hace caso.
Lo agarro de la mano y lo jalo afuera del cuarto. Le digo que no moleste a los papás y que el lobo se va a ir porque ya ha comido. El Nico se acerca corriendo a la ventana y voy detrás de él. El lobo ya no está. Lo vemos más lejos, metiéndose al bosque. Nos sentamos en el piso, debajo de la ventana, y el Nico empieza a llorar. Lo abrazo para que no tenga miedo, pero yo también me pongo a llorar.

X

Ya está oscuro y el Nico me dice que prenda la luz. Me acuerdo de lo que han dicho los papás y le explico al Nico que no hay electricidad. Le digo que no se preocupe, que voy a buscar velas. «Igual que cuando se cortó la luz en la casa». Con eso se queda tranquilo, así que busco las velas en las bolsas que trajimos, luego en los cajones y al final en los estantes. Ahí están.
Encuentro los fósforos al lado de la cocina y prendo dos velas. Le llevo una al Nico, pero entonces me acuerdo que él no las puede tocar, así que las pongo en unos candelabros como los de la casa. Las acomodo con muchísimo cuidado porque si se caen la cabaña se puede incendiar.
Con las velas ya podemos ver mejor y nos quedamos tranquilos, pero luego al Nico le da hambre. A mí también, pero yo no me quejo porque tengo que dar el ejemplo. Voy al cuarto para despertar a mamá, pero no me hace caso. Papá tampoco. Salgo y le digo al Nico que yo le voy a hacer un sándwich. Todavía queda pan, pero ya no hay atún. Saco dulce de leche y también una bolsa de papas fritas. Preparo dos sándwiches con dulce y abro la bolsa de papas. Comemos eso sentados en el sillón. El Nico me dice que tiene frío, así que voy a buscar nuestras chompas al cuarto. Me pongo la mía y luego lo ayudo a abrigarse porque todavía es chiquito y a veces se la pone al revés.
Al final, el Nico se queda dormido en el sillón. No lo quiero despertar, pero como no lo puedo cargar, voy al cuarto y saco una frazada de nuestra cama. Lo tapo y luego voy a mirar por la ventana para ver si el lobo vuelve. Afuera está oscuro. De día, el cielo es igual que el de nuestro país, celeste. Pero de noche es diferente: hay muchísimas estrellas.

XI

Al día siguiente nos despertamos antes que los papás. El Nico me dice que quiere leche, pero no hay. Le explico que no tenemos refri y que por eso no hemos comprado, porque se hubiera echado a perder. Le digo que le voy a preparar un té y un sándwich.
No hay microondas y no puedo calentar el agua porque no sé cómo prender la cocina a leña. Preparo dos sándwiches de dulce de leche y sirvo dos vasos de Coca-Cola, aunque ya no está fría.
Como los papás siguen durmiendo, le digo al Nico que salgamos a jugar fútbol. Primero se pone contento, pero luego se acuerda del lobo y le da miedo. Le digo que no se preocupe, que si el lobo vuelve, yo mismo lo voy a matar con un palo. «Igual que en la tele».
Afuera, agarro un palo grande por si aparece el lobo, pero no lo vemos por ningún lado. Tampoco está el hornero y hasta la mancha de helado se ha borrado. Sólo quedan algunas hormigas.
Jugamos un rato hasta que nos da sed. En lugar de volver a la cabaña a buscar la coca, vamos al arroyuelo a tomar agua con las manos. Es más divertido. Luego volvemos a jugar fútbol.
Sin querer, pateo la pelota muy fuerte y, como el Nico es chiquito y todavía no sabe atajar bien, se va lejos, cerca del bosque. Cuando le pido que vaya a buscarla, dice que no y se pone a llorar. Sé que tiene miedo del lobo, así que voy yo. Agarro el palo grande y camino despacio, de puntitas para no hacer ruido. La pelota está en la entrada del bosque, así que me acerco con mucho cuidado. Cuando la estoy por agarrar, escucho un ruido raro, como si estuvieran llorando. Pero no es el Nico, porque me está esperando atrás. Me acerco más y el ruido se escucha más fuerte. Suena como un perrito asustado.
Es el lobo. Está echado en el suelo, llorando. Me acerco para verlo más de cerca porque nunca había visto uno. Su barriga sube y baja. Es todo negro y peludo. Me doy cuenta de que no es un lobo, sólo es un perro grande. Sus ojos son cafés y sus orejas son largas. Cuando me ve, se asusta y trata de levantarse, pero se cae y vomita una cosa blanca. Yo me asusto y me voy rápido. Agarro la pelota y corro donde el Nico. Le digo que he visto al lobo y que está enfermo, que está vomitando. Luego le digo que no es un lobo, que sólo es un perrito y que tenemos que ayudarlo.
Corremos a la cabaña para despertar a mamá. Como es veterinaria, ella puede ayudar al perrito. Si se cura, tal vez se pueda quedar con nosotros. Cuando le digo eso al Nico, se pone contento porque siempre quiso tener un perro, pero todas las veces papá dice que no porque nos puede morder.
El cuarto huele feo, como cuando el Nico se hace en sus pantalones, y hay más moscas. Lo riño por haber dejado la puerta abierta otra vez. Nos acercamos a la cama de mamá y le decimos que hay un perrito que está enfermo y que lo tiene que curar. Pero no nos hace caso, así que vamos a despertar a papá. Hay más moscas caminando por su cara y las espanto con mi mano. Luego lo sacudo del hombro, pero tampoco hace caso, así que le digo al Nico que los dejemos dormir y vayamos a ver al perrito.
Cuando llegamos al bosque, el perro ya no está. Tampoco se lo escucha llorar. El Nico se pone triste porque lo quería acariciar, pero yo me alegro porque tal vez se sintió mejor y se fue a su casa.
Volvemos a la cabaña porque tenemos hambre y ya va a ser la hora del almuerzo. Mi reloj dice que son las doce en punto y en la casa siempre comemos a las doce y media. Como mamá sigue durmiendo, le digo al Nico que me ayude a poner la mesa, pero con mucho cuidado y sin romper nada.
A las doce y media, entro al cuarto y les digo a los papás que ya es hora de almorzar. Les digo que ya hemos puesto la mesa para que puedan descansar cinco minutitos más, pero que ya son más de las doce y hay que levantarse. El Nico entra al cuarto y dice que tiene hambre. «Mamá sigue durmiendo», le digo, «pero no te preocupes, yo voy a preparar el almuerzo».

“Vacaciones familiares” forma parte del libro de cuentos El día del fuego, publicado por Editorial Nuevo Milenio.

Biografía

G. Munckel nació en Cochabamba, Bolivia, en 1988. Estudió comunicación social y trabaja como corrector.
Ha publicado el libro de cuentos El día del fuego (2020, Editorial Nuevo Milenio). En la actualidad se encuentra trabajando en dos nuevos libros: Imposible regresar al lugar del que te fuiste y Liminal.

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