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Uribe jinetea, Evo no entrena

Ando en Colombia, en medio de la segunda vuelta electoral vencida -con menos margen del pensable- por Iván Duque, candidato del Centro Democrático (CD), nombre que me recuerda al partido de Adolfo Suárez, el sutil presidente de centroderecha de la transición española.

CD es el partido conservador del expresidente Álvaro Uribe, en origen un político liberal. Suena paradójico, pero estamos en Latinoamérica. En esta región también reside el Movimiento Al Socialismo, de Evo, partido que en origen llevaba un guión y una “U”, apéndice de su denominación. La “U” de “Unzaguista”, por el apellido del jefe de Falange Socialista Boliviana hasta 1959.

La prensa y sus rivales, como el izquierdista Gustavo Petro, desdeñaron de inicio al candidato del CD, arguyendo que la contienda sería entre “el que diga Uribe” y sus antagonistas. En términos históricos, empero, el desdén por Duque es una forma de supurar frustración por Uribe. No hay otro político latinoamericano que, gobernando su país por ocho años, dirija la mayoría electoral 16 años después de jurar, luego de promover la elección de sus dos sucesores. Y pese a que el primero -Santos- le salió respondón como Lenin Moreno a Correa.

Sondeamos los ejemplos latinoamericanos entre políticos del mismo corte, olvidando que episodios como la reelección permean por olas la historia común. Ésa que se escribe en tomos del mismo título, con variaciones de trama. Así, los dilemas de Evo se comparan con las penurias de Correa, Maduro, Cristina, Ortega o Lula. Uribe será su antónimo político, pero es también la excepción en cómo sobrevivir a una presidencia “imperial”.

Uribe comenzó a gobernar Colombia en 2002. La banda sonora de su posesión fueron los morteros de las FARC contra la Casa de Nariño, anunciando los peligros que acechaban. A esa posesión asistió el entonces vicepresidente Carlos Mesa (a propósito: el Gobierno le teme tanto como para, en un acto fallido -en inglés se dice “desliz freudiano”, por Freud-, hacerlo un eje del debate público otra vez).

Cumplido su primer mandato, Álvaro Uribe introdujo también a su favor el virus reeleccionista en Colombia. Ya al borde de concluir su segundo período, el exmandatario intentó igual extender sus años presidenciales, pero su Corte Constitucional careció de la tierna munificencia del Tribunal Constitucional de Bolivia con Evo, y torpedeó el referéndum de Uribe.

Ese fracaso acabó beneficiando al expresidente -hoy senador- colombiano, prueba de que no sólo las mieles conducen al buen fin. Lo obligó a jugar con las reglas y a construir un proyecto que, protegiéndolo, lo trascendiera. Además, privó a sus enemigos de cañonear su legitimidad por no poner fin a su grato paso por el Estado.

Después de las últimas elecciones, Uribe parece haber logrado lo que otros políticos latinoamericanos, no. Su ahijado Duque se diferencia del expresidente Santos en qué éste no tenía un Santos como modelo de qué pasa si uno se distancia de Uribe, luego de ser entronizado con su bendición.

Uribe no estuvo libre de costos en esa ruta. Su hermano está preso por alegados nexos con el paramilitarismo. Sus hijos han sido blanco frecuente; incluso actores del establecimiento político colombiano han cuestionado sus actividades empresariales. Pero, como amonestaba Harry Truman a sus pares políticos: “¡si no puedes aguantar el calor, sal de la cocina!”

Hay matices que pierden quienes evalúan a Uribe con el prisma de la lejanía o de la antipatía. Por ejemplo, él es de derecha y terrateniente, pero en Colombia es una figura alejada de la acicalada élite bogotana y hasta mordaz con ella. Prueben verlo en un viejo video en YouTube, de una visita que le hizo Goni hace unos 16 años. Uribe monta campechano a caballo con una pequeña taza de café (un “tintico”), sin derramar gota; gestos como ése lo hicieron también un político popular.

Los adláteres de Evo harían bien en entrenarlo a jinetear como Uribe el potro que se le viene. Dudo que funque si sólo atinan a repetirle que todas las mieles que le gustan, lo embellecen.


Gonzalo Mendieta Romero es abogado.
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