Maurizio Bagatin
La clase obrera es sin el paraíso, tampoco acercándose a Dante Alighieri se puede ver un circulo que sea diferente, Dante mira atrás y ve el origen campesino de Virgilio. La verdadera cuestión es hoy describir cual fue el sueño de aquella época, el sueño de la última generación absolutamente edipica, algo difícil de percibir hoy. Si lográramos describirlo, el intento ya es una pesadilla: el obrero que vivió una guerra, algunos de ellos las dos guerras. El sueño vendrá después, sueño consumido en todas las ilusiones de su tiempo.
El poeta cuenta los dias con sus dedos, se aproxima un viaje, no recuerda cuando, no sabe dónde. El relojero dejó el tiempo vivo, la cuerda ya no fluía y la voz era sorda. Don Quijote no puede ser sin Sancho Panza, la aguja flota ahora aquí, ahora allá, sin equilibrio desde una fisura donde todo puede fluir, pero desde allí siempre entrará la luz. Otro poeta me escribe, anoche vio por enésima vez Film de amor y anarquía, una poesía que lo conmovió como medio siglo atrás, cuando lo vio por primera vez. El tiempo es también eso, un retorno a la nostalgia, un maldito martillo que golpea a los más débiles, que fortalece a los más fuertes. Al final todos sucumbimos.
Pecando de retórica, como cuando se escribe así, como siempre cuando se escribe. Pecando, pero no para convencer sino para recordar. Cantaban en los campos, cantaban en las fábricas, cantaban siempre. ¿Qué habrá sido entonces la alegría? ¿Y qué fue ahora de esa alegría? Mi padre cantaba siempre, y que linda voz tenía, votaba comunista, aquel partido que aún tenía dignidad, Enrico Berlinguer y millones de obreros. Pensar en la revolución era creer en las masas, creer en la rebelión era creer en uno mismo. De todo esto nada ocurrió, mientras quedó una pesadilla que nuestra historia no ha logrado aún metabolizar. La clase obrera sigue sin el paraíso, de repente llegaron vendedores de caramelos melifluos, y la televisión con todos los colores y un nuevo miedo, un nuevo dolor: la modernidad.
Un día se acordó del cinematógrafo que hubo en el pueblo de Pasiano, y de la única película que fue a ver con mi mamá, Guerra y paz, quizás identificándose en algún desgarrador episodio con Pierre Bezújov, o en las aventuras del Príncipe Andréi Bolkonski y siempre enamorado de Natasha. Como en las canciones que iba entonando en los matrimonios, brillaban los ojos frente a mujeres que amaban el ritmo, los bailes, la voz que llenaba el escenario. Otro día me contó de cuando eran niños y los juegos eran la naturaleza y el hambre, correr, saltar, escapar, retornar; ocho hermanos varones que huyan de las ocho hermanas, desobediencias hechas de inocentes travesuras; sin que me lo haya contado supe por otra boca que cuidó a su madre durante dieciséis años, propio como yo hice con la mía; fue él que se iba en bicicleta a recoger la leche de diez madres, me pasó de cerca este recuerdo propio ayer mientras iba en bicicleta a llevarle la leche de mi hija a mi nieto al hospital. Casi todo se repite, las vivencias personales, las vivencias genéticas y la Historia.
Ahora es cuando se me permite recordar y pensar en esta su figura, unas fotos, y cuanto la experiencia puede ofrecerme como un acumulo de imágenes que van formando estas palabras. La Segunda Guerra Mundial, el 8° Bersaglieri en Tobruk, este pasaje mágico llamado “dopoguerra”, la alegría que contagiaba también adentro a una fábrica. Y también el recuerdo de cuanta sangre y cuanto esperma ha circulado en esta tierra de confín, se necesitarían dias para nombrar todos los pueblos, los Celta, los Romanos, los Unos y los turcos, venecianos y franceses, austriacos y cosacos y muchos más.
Alguna vez pensé en esta su vida y en la mía, y también en la nuestra sobre esta tierra, pensaba que una frase de Gary Cooper hubiera podido resumirla: “Un hombre feliz es aquel que durante el día, debido a su trabajo, y por la noche, debido a su cansancio, no tiene tiempo para pensar en sus cosas”. Nunca fue así por mi padre. Él, como toda su generación, no soñaban el paraíso, simplemente soñaban un mundo mejor.