Hay un precio en la economía que es el más importante de todos -el tipo de cambio-, el macroprecio que nos relaciona con el mundo por medio del comercio exterior. En Bolivia y la generalidad de países, el tipo de cambio expresa el precio de la divisa estadounidense -el dólar- y su nivel depende de su disponibilidad y su utilidad para comprar bienes y servicios importados, viajar al extranjero, pagar deudas al exterior, etc.
El tipo de cambio puede ser flexible (corrigiéndoselo en función del comportamiento del mercado, las devaluaciones e inflación a nivel internacional) o “fijo”, como en Bolivia, utilizándoselo como instrumento antiinflacionario (el dólar en enero de 2006 costaba Bs 8,08 y fue bajando hasta llegar a Bs 6,96 en noviembre de 2011; no subió desde entonces).
Los economistas estamos llamados a estudiar los fenómenos económicos para, en función de la fase del ciclo económico que se viva (expansión, auge, recesión, crisis), recomendar oportunamente qué conviene y qué no conviene hacer, sabiendo que las decisiones que se tomen hoy, afectarán nuestro futuro.
Durante el auge que acabó en 2014, cuando las Reservas Internacionales Netas (RIN) del BCB superaban los 15.000 millones de dólares, estando el tipo de cambio rezagado, se recomendaba corregirlo; no así hoy porque -pese a que la teoría económica lo recomienda- el remedio sería peor que la enfermedad, siendo que las RIN no llegan a un tercio y la economía no está en su mejor momento. En esto no hay disonancia, más bien, una lectura acorde a una nueva realidad.
El propio Gobierno, a través del ex ministro de Economía Luis Arce, más de una vez, no descartaba una devaluación: “El Banco Central de Bolivia (BCB) tiene la capacidad de mover 20 puntos el tipo de cambio, ya sea 10 puntos hacia arriba o 10 puntos hacia abajo (…) nuestro tipo de cambio no es fijo y puede moverse en función de los objetivos” (“Si hay efectos por la devaluación, se tomarán medidas”, Página Siete, 14.04.2015).
Bolivia se caracterizó durante muchos años por su estabilidad, habiendo podido capear shocks externos, como el de 2009, e internos -como el rechazo en las calles a la subida del precio de la gasolina y del diésel que provocó inflación a fines de 2010- lo que obligó a anular la medida, pasando así la congelación de sus precios a ser una camisa de fuerza.
La segunda camisa de fuerza en la que se ha metido el Gobierno es el tipo de cambio: una devaluación produciría inflación, algo que pudo ser asimilado en tiempos de bonanza, pero ya no en el tiempo que vivimos; es sabido que el pueblo perdona todo, pero que le toquen el bolsillo, no (“Que la sangre no llegue al río…”, EL DEBER, 23.10. 2019).
La gente se acostumbró al boliviano fuerte y a un “dólar debilucho” que ayuda a bajar la inflación a costa de la pérdida de RIN, dada la alta propensión a importar a precios bajos por la vía legal y el contrabando. Esta situación se pudo soportar con la enorme cantidad de dólares que entraron durante el auge por exportaciones, remesas, colocación de bonos en el exterior y la inversión extranjera, pero eso ya es historia…
El Instituto Boliviano de Comercio Exterior (IBCE) sostiene que una devaluación, considerando el bien mayor, no siempre es buena -esto es- cuando las condiciones no están dadas, cuando se ha perdido el “momentum” para hacerlo.
“La teoría económica -haciendo una lectura crítica de los números que tenemos en el momento- aconsejaría, efectivamente, avanzar hacia una devaluación del boliviano. Sin embargo, la realidad de las cosas lo desaconseja”, sostuvo el gerente del IBCE, Gary Rodríguez (…) ejecutar una devaluación, en el momento actual, podría desordenarlo absolutamente todo (…) podría provocar que la economía se dolarice y que los depósitos del público en los bancos -actualmente más del 90% se encuentra en bolivianos- empiecen a migrar. Todo lo anterior, además, podría ocasionar que los precios suban y que se indexen al dólar, y hacer que los que ganan en bolivianos pierdan poder adquisitivo y terminen siendo los más castigados. Perderíamos la estabilidad que hoy tiene la economía, remarcó Rodríguez” (“El IBCE desaconseja devaluar la moneda y pide apostar por el sector agroexportador”, Correo del Sur, 13.12.2020).
¿Qué hacer frente a estos bretes? “Apostar por las exportaciones no tradicionales (de bienes y servicios con rápida capacidad de reacción); sustituir importaciones (en sectores donde seamos competitivos) y atraer inversión (dando seguridad e incentivos). No hay secreto, así de facilito” (“El fantasma de la devaluación”, EL DEBER, 28.10.2020).
Si la estabilidad a corto y mediano plazo de la economía y la moneda va a depender de que haya suficiente cantidad de dólares en el país, la recomendación del IBCE ha sido, es y siempre será, apostar por las exportaciones no tradicionales, principalmente de los sectores agropecuario/agroindustrial y forestal/maderero, por su inmediata capacidad de reacción (agrobiotecnología de por medio, hoy, con un sentido de urgencia, además).