Maurizio Bagatin
Se siguen oyendo cantos después del carnaval. El agua sube en los ríos y se van cargando los reservorios de agua en las cumbres. Es un canto también esto. Contemplábamos, antes del horrible ruido mecánico, la luz que filtraba entre las hojas de los árboles, el canto de las madres y el silbar de un padre solitario, a veces el silencio detrás de lo que luego llegamos a llamar banalidad.
En la vida hay un cuaderno que es un columpio, silencio y bulla, fiesta y luto, locura y cordura. Ahí está todo anotado. Será mañana la bitácora de una vida, que son todas las vidas: la escritura en estas hojas es la suma de todas las demás escrituras, los efectos de muchas causas.
En mi bitácora están todos aquellos personajes que están adentro de la caverna de Platón.
Hay la bitácora de los cuatro bien escogidos evangelistas y la bitácora de Antonio Pigafetta, que no era florentino, y hay la de los días de la peste que vivimos y de la cual, hasta hoy, no sabemos nada.
En una bitácora hay el banquete de Platón y una poesía que canta: “Puede que no te guste el mundo/O quizás a él no le gustas tú/De todos modos esta es otra historia/Este es Hemingway”, la oía mientras estaba escribiendo esta bitácora. Es el tiempo que carcome el óxido que algún día fue rabia aristotélica. Otra bitácora contendrá el repetirse de las cosas, eternamente, la costumbre al mal, que es la falta de aquel encanto que reúne y encierra el simple instante. En la ilusión, un canto de sirenas, un caleidoscopio, una Fata Morgana, el azar que valga el juego.
Hay una bitácora del tiempo, en Borges fue un reloj de arena o la memoria de Funes. A veces son los personajes que se recorren adentro de los libros: es Gregorio Samsa que persigue a Josef K.
Una bitácora es la del espacio que nos sigue faltando. Buscando entre los escombros del pasado una huella, un sentido, la ausencia del ser. La bitácora desvelada por Jean Valjean, Ferdinand Bardamu, Pierre Bezújov, el príncipe Mischkin…
Imagen: Vicent Van Gogh, Hombre que lee, 1881