Maurizio Bagatin
Recorro a los estudios de Ina Rösing, penetrando el mundo de los Callawayas, como creyó haber visto Enrique Oblitas Poblete, fueron ellos en descubrir la penicilina. Eran de alguna manera magos con las hierbas que recolectaban y con las cuales discurseaban, extrayéndole mucho más que sus propiedades farmacopeas. Tal vez el alma. En el norte Potosí sigue habiendo mucha pobreza, así la identifican los indicadores convencionales, difícil decir que no, difícil no decir lo contrario. La minería y el suelo siguen destapando diferentes variedades de oro. El mineral que enriquece sus tubérculos y que inyecta infinitas propiedades a otros productos de la tierra. Arcoíris de millones de años de formación; agarro una piedra y me imagino un viaje en el tiempo, el big bang y la eternidad, dos ineludibles factores del origen y de la misma existencia. Gabriel recolecta variedades de muñas, el tusawayo y otras yerbas que tienen nombres increíbles: achakaya, ajaranwayu, jayaj pichana, yuraj chinchirkuma, espasmos para Linneo.
Fueron quechuas y aymaras, pueblos que aquí encontraron riquezas y se asentaron. Entrar a Chayanta, valle inmenso en la altura, respirar la nitidez del horizonte despejado, llenarse los ojos con la luz primordial del sol apenas después del conticinio, agarrar un pedazo de tierra del color de la piel de su gente y reconocer en esta simbiosis un principio, me parece un paso bíblico, del tremendo libro del Génesis o de una novela de H. G. Wells. El hombre aquí tiene la misma flexibilidad de la geografía que lo rodea, las curvas de los caminos que ayer recorrieron con camélidos prudentemente cargados de tubérculos y granos. El hombre de aquí es igual a la simbología de sus tejidos, los de sus chulus, de los diseños en las bayetas de sus prendas. Es también todo cuanto de la invasión no queremos aun reconocer: el cruel genocidio y el cruel mestizaje. No es solo en estos cruces de gente y de dolores. Marcado y visible todo en sus miradas desdeñosas, en su mirada al infinito.
Los habitantes de Cotapachi almacenaron por largo tiempo el mejor maíz cultivado en los alrededores y mucho más allá. Con la chilca fabricaban las paredes de las Qullcas que al grano de estos valles ofrecían hospedaje. Fibra fuerte y repelente natural, la chilca alejaba cualquier parasito invasor. Conocían perfectamente el ciclo lunar y de este conocimiento hicieron sabiduría. Nunca hubieran permitido que se coseche el maíz en luna menguante, siempre respetando el ciclo biodinámico no permitieron que se lleve a las Qullcas maíz con algún parasito, y siempre sin ninguna enfermedad. Este grano debía alimentar a las tropas de soldados que llegarían hasta la mitad del mundo, el Ecuador. Sabios como los Callawayas, los habitantes de estos lugares fueron sometidos con el tiempo a una mutación degenerativa.
En estos lugares hubo un mundo asombroso, hecho de gente asombrosa, la magia recorría el conocimiento, las hierbas a los calendarios agrícolas, los frutos a los auténticos rituales y hoy me asombra cuanto logramos eclipsar. Tierras encantadas y encantadoras. Y pueblos que tal vez fueron poseedores de un idioma secreto.