En una entrevista con el periódico ABC, Peter Higgs, nos revela su faceta más humana, donde la humildad y la sencillez destacan por encima de sus extraordinarios logros científicos. Este físico británico, galardonado con el Premio Nobel por su teoría del bosón de Higgs, nos enseña que la grandeza científica puede convivir con la modestia más genuina. A pesar de su monumental descubrimiento en 1964, Higgs reconoce con humildad que otros científicos también realizaron avances similares antes que él, mostrando así un ejemplo de humanidad que contrasta con la magnitud de su contribución a la física.
En jornadas en las que nos vemos rodeados por conflictos bélicos la reciente película sobre Robert Oppenheimer ha vuelto a poner en el centro del debate público el dilema ético y moral de la creación de la bomba atómica. Oppenheimer, conocido como el padre de esta devastadora arma, citó los versos del Bhagavad-Gita, «Me he convertido en la muerte, el destructor de mundos», reflejando su profundo conflicto moral y arrepentimiento por el uso de su creación. Estos versos simbolizan el tormento interno de Oppenheimer y su lucha por encontrar sentido a las devastadoras consecuencias de su trabajo.
La ciencia y la humanidad se entrelazan de formas complejas y a menudo paradójicas, como lo demuestran las vidas de Peter Higgs y Robert Oppenheimer, ambos dejaron huellas imborrables en la historia de la física, aunque sus trayectorias personales y sus luchas internas fueron tangencialmente distintas.
Peter Higgs, un hombre de humildad y humor afilado, pasó casi medio siglo en relativa oscuridad, dedicado al estudio de las partículas subatómicas. Su predicción del bosón de Higgs en 1964 revolucionó la física, pero fue solo cuando el gran colisionador de hadrones certificó sus teorías que su nombre se convirtió en sinónimo de descubrimiento científico. A pesar de los honores, incluyendo el Nobel y el Premio Príncipe de Asturias, Higgs siempre se sintió incómodo con la fama, prefiriendo la tranquilidad de su vida académica.
En la entrevista con XL Semanal de ABC a los 84 años, Higgs recordó con ironía y modestia los desafíos de su carrera y la resistencia inicial a su teoría. A pesar de la importancia de su trabajo, compartió generosamente el crédito con otros físicos que contribuyeron al descubrimiento del bosón. Su relato, lleno de anécdotas y risas, reflejaba una vida dedicada a la ciencia sin perder la conexión con su propia humanidad.
Oppenheimer enfrentó una batalla interna de una naturaleza distinta, ya que fue profundamente afectado por las implicaciones morales de su trabajo. La famosa cita del Bhagavad-Gita, «Me he convertido en la muerte, el destructor de mundos», resonó en su mente durante la primera detonación nuclear en la prueba de Trinity en 1945, pensamiento que compartió durante varias entrevistas de 1960, reflejando su conflicto moral y profundo arrepentimiento.
El Bhagavad-Gita, un diálogo entre el príncipe guerrero Arjuna y el dios Krishna, explora temas de deber sagrado y liberación final. Arjuna, lleno de dudas sobre luchar contra sus propios familiares, es instruido por Krishna para cumplir con su deber sin apego a los resultados, ya que el alma es eterna y la muerte una ilusión. Oppenheimer encontró en esta filosofía una forma de interpretar sus acciones durante el Proyecto Manhattan. Sin embargo, nunca logró la paz interior. Su remordimiento por las devastadoras consecuencias de la bomba atómica lo acompañaron hasta el final de su vida.
En contraste, Higgs, aunque también enfrentó dificultades y rechazos, encontró satisfacción en su vida académica y mantuvo una visión modesta de su contribución a la física. A pesar de los honores y la fama, Higgs permaneció fiel a sí mismo, valorando la tranquilidad y la colaboración por encima del reconocimiento individual.
Las historias de Higgs y Oppenheimer nos recuerdan que detrás de los grandes descubrimientos científicos hay seres humanos con grandes luchas internas. Higgs, con su humor y humildad, y Oppenheimer, con su profundo conflicto moral, nos muestran las distintas formas en que los científicos lidian con el impacto de su trabajo en el mundo, mientras que en las entrañas de sus existencias persiguen algo elevado, como la redención, el perdón y la paz.
Estas reflexiones donde encontramos una verdad universal: la ciencia avanza, pero son las personas, con su humanidad, quienes dan forma a su significado y su impacto en el mundo, son el producto del intercambio con un pensador boliviano, ingeniero y hombre de Dios, Luis Fernando Gonzales, falleció el pasado 24 de mayo, en un último audio mi amado primo Luis se refería a los descubrimientos de Higgs y Oppenheimer, a sus consecuencias, por ello la relevancia del amor fue su máxima prerrogativa ¿Qué sería un día sin amar? Sino es a tu pareja, a tus hijos, a tus padres, a tus hermanos, a tus amigos, a tus mascotas. El único justificativo de nuestra vida es amar, resaltaba con su honda voz. Un día sin amar es un día perdido, esa maravillosa reflexión fue el regalo de Luis para todos, amar a toda costa.