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Un cementerio del centenario

Lupe Cajías

            Este jueves 31 de octubre, mientras las almas se acicalaban para visitar a los vivos, del brazo de mi amigo Alan Shave, crucé la hermosa verja del camposanto más escondido y más misterioso de La Paz: el cementerio inglés, conocido oficialmente como Cementerio Anglo-Americano.

            En las caminatas por la Avenida Vázquez -ese pedazo de microclima de eucaliptos, retamas y kantutas en el corazón de Pura Pura-, me intrigaba el pequeño jardín con lápidas, casi escondido en un recodo, rodeado de los muros de las fábricas del apogeo industrial paceño.

LA ESTACIÓN

            Al recorrer la zona, en plena pandemia, con barbijos y alcoholes, un atardecer brumoso, Gerardo Velasco y José Luis Rodríguez de la Cámara Nacional de Industrias (CNI) me contaron que ahí reposan ingleses, quienes llegaron fundamentalmente durante la construcción de los ferrocarriles desde fines del siglo XIX y para cumplir otras funciones durante la primera mitad del siglo XX.

            La Estación Central quedaba a pocas cuadras, también rodeada de arboledas, con una permanente sensación de partidas, de llegadas. A la vez era un espacio fronterizo entre La Paz más urbana y criolla y la ciudad de laderas, que sube y serpentea, entre montañas, hacia el Pacífico, ahora convertido en una vistosa parada del Teleférico Rojo.

            Los gerentes y funcionarios de la Railway fueron poblando pequeñas casas que siempre parecían recién pintadas, con sus ventanas luciendo preciosas cortinas azules, con porches de macetas. Aún persiste el rastro del césped bien cuidado, las cadenas de eucaliptos, los senderos, las filas de rosales y alguna palmera de esas pioneras que se atrevieron a crecer a 3.600 m.s.n.m.

            Ellos trajeron diferentes costumbres que, de tan cotidianas, los bolivianos creen que siempre estuvieron en sus hogares. Hace unos días, en la celebración del cumpleaños de su Majestad, la Embajada Británica presentó un video para recordar que el the at five fue una importación alegremente adoptada por las señoras andinas; que patear pelota con reglas de juego y portería fue su invención. En Pura Pura comenzó la práctica del tenis y el Club más antiguo celebrará 100 años este próximo 2025.

            Muchos migrantes europeos llegaban solos. Algunos retornaban a sus países después de cumplir los contratos. Otros traían familia y gustaron tanto de los cerros azulados que se establecieron en Los Andes. Hubo los que se enamoraron de collitas y acá dejaron sus huesos.

            Alan Shave -exdiplomático inglés que junto a su esposa Lidia, nacida en Chile, eligió vivir su jubilación en La Paz-, ha reunido (sigue reuniendo) cientos de fichas para contar las innumerables anécdotas de los anglos que llegaron a Bolivia.

            En su libro, aún inédito, encontré las pistas para conocer la historia del cementerio inglés. Gentil, como buen caballero, consiguió prestarse la llave oficial del lugar. Acordamos casi por azar la fecha de la cita, hasta que nos dimos cuenta de que era Halloween, vísperas de Todos Santos y el Día de Difuntos. Fue el mejor cicerone para recorrer la desértica necrópolis en ese ambiente fúnebre.

LA VISITA

            A pesar de la puntualidad inglesa, el taxista amable que consiguió gasolina y que partimos en hora matutina, cruzar desde Sopocachi el centro con sus eternas marchas, vencer las calles estrechas, salvar un bus trancado y las otras delicias paceñas, llegamos más tarde de lo programado a la antigua zona fabril.

            Fue toda una ceremonia: abrir los grandes candados, recorrer la verja, asegurarla, quedar encerrados en un osario. Una vez, un visitante llegó en silencio cuando Alan en solitario fotografiaba tumbas y él no quería repetir el susto, pero yo hubiese preferido dejar libre el regreso, por si acaso.

            El cementerio es relativamente pequeño y escasamente ocupado, aunque aparentemente no habría más sitio pues los lugares que quedan entre el centenar de sepulturas están reservados para familiares. Quizá sus fundadores pensaron que tenía que proyectarse todo el espacio para albergar a la entonces notable colonia británica, antes de las revueltas nacionalistas.

            El pequeño sitio está próximo a cumplir un siglo, cuando el barrio era todavía rural y recién asomaban las chimeneas de las fábricas de avena, galletas, cartones y papelería, zapatos y botines, algodones y gasas, sueros, bebidas.

            Aunque la placa principal lo identifica oficialmente como Anglo-American es más referido como British Cementery y, de hecho, hay pocas lápidas que reconocen a estadounidenses, entre ellos al fundador del colegio americano. El primer entierro en 1936 fue de un ciudadano de Estados Unidos.

            Fue consagrado en 1935. En la historia recogida por Shave, el sitio fue vendido por la Antofagasta (Chili) and Bolivia Railway en 1930 a los ciudadanos que tuvieron la iniciativa de contar con un coto específico para su comunidad. El Ferrocarril Guaqui-La Paz de la Peruvian Corporation también estaba en manos inglesas. El municipio autorizó ese mismo año su uso como cementerio.

            La Railway mandó construir los muros y administró el diseño como un jardín de paz y tanto empresas como individuos aportaron con donaciones para concluir el proyecto, cercano a las vías del tren.

            Cuando los servicios ferroviarios fueron nacionalizados, el cementerio fue administrado voluntariamente por dos miembros de la Logia Masónica Anglo-Boliviana en La Paz: Chris Brain, un ex ingeniero de la Cable West Coast y luego Mike Tondu, cuyo padre holandés era cónsul honorario en Bolivia.

            El mantenimiento del cementerio fue financiado entre otros por el empresario británico Archie Sears, masón que hacía sus donaciones de forma anónima. Murió en Cochabamba en 2018, a los 104 años. Su primera esposa descansa en el cementerio inglés.

            Los archivos han tenido que superar el rigor del paso del tiempo, los tumultos políticos en la zona, los olvidos y otros obstáculos hasta llegar a la Embajada británica que es la actual propietaria legal. Al principio, el terreno fue dividido en dos secciones para las ceremonias protestantes con los reverendos ingleses, y para las ceremonias católicas que contaban con sacerdotes, inclusive con la participación del nuncio.

LÁPIDAS

            Casi todas las lápidas están borrosas, alguna parece incluir un signo masónico, y tienen características algo distintas a las de los cementerios generales bolivianos.

            W.A. Pickwoad, gerente general del ferrocarril está enterrado en Pura Pura. Otro nombre aparece relacionado con una curiosa historia de espías y de donaciones anónimas dignas de una novela policial británica. Thomas Elwyn Pryice, nacido en Wales en 1922 y ahogado en Guaqui en 1954, cuya muerte fue investigada por el historiador James Durkeley. Shave la cuenta en detalle en su libro.

            También hay sepulcros de familias que quedaron en La Paz como marca de gente laboriosa como los Kent, los Ashton, los Martin, los Tredinndick y otros con descendencia boliviana.

            En La Paz existen otros cementerios para las comunidades alemana, judía; otros son privados y algunos se expanden en los barrios periféricos. Al pie del Huayña Potosí está el hermosísimo cementerio de Milluni, cuyas diminutas casitas y cruces de hierro se han convertido en un concurrido paseo turístico.

            El Cementerio General del siglo XIX está en el límite de su espacio; de él hablaremos en la próxima entrega pues el exalcalde Luis Revilla y el responsable Adrián Conitzer lo sacaron del deterioro con imaginativas iniciativas con coloridos murales en los mausoleos. Una semana después del Día de Difuntos se realiza la otra ceremonia, para las ñatitas.

            Los cementerios bien cuidados son visitas obligadas en París, Barcelona, Nueva York o Berlín. Bolivia cuenta con muchos ejemplos. El más notable es el de Sucre. Otra tarea pendiente para aprovechar leyendas y relatos, a la vez que se dinamiza el turismo interno y externo.

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