A seis meses de las elecciones generales en Bolivia, la oposición sigue enredada en su laberinto de acuerdos frágiles y rupturas anticipadas. Entre los rostros conocidos que buscan volver a la arena política, Jorge «Tuto» Quiroga emerge como el sobreviviente de una generación de candidatos que ya han probado suerte —y fracasado— en la carrera presidencial. Sin embargo, su discurso no parece haber evolucionado más allá del antimasismo visceral, sin una propuesta clara de país.
La visita de Tuto Quiroga a algunas ciudades del Beni como Riberalta, Rurrenabaque, Reyes, entre otras, no pasó desapercibida. Como en cada campaña electoral en la que ha participado, su discurso estuvo cargado de ataques al Movimiento al Socialismo (MAS). Una vez más, insistió en que Evo Morales y Luis Arce han destruido Bolivia —en lo que la mayoría de los bolivianos estamos de acuerdo—, pero entre tanto rechazo al oficialismo, no hubo una sola propuesta concreta. Nada sobre economía, salud, educación o desarrollo. Solo el eco de un antimasismo desgastado y sin horizonte claro.
Sin embargo, el oficialismo tampoco ha demostrado ser mejor. Fraccionado en una guerra interna entre evistas y arcistas, el MAS también ha reducido su discurso a descalificaciones e insultos. Evo Morales acusa a Luis Arce de traidor, mientras que el gobierno de Arce responde señalando la corrupción del pasado. Entre acusaciones de narcotráfico, conspiraciones y pugnas internas, el MAS se ha convertido en una versión fragmentada de sí mismo, donde cada facción se disputa el poder sin preocuparse por el país. Al igual que la oposición, el oficialismo se ha enredado en un enfrentamiento estéril en el que todos se acusan de corruptos, vendepatrias y delincuentes, pero nadie presenta soluciones concretas.
Lo más llamativo es que, pese a su historial de divisiones y fracasos electorales, la oposición ha vuelto a agruparse en torno a la figura de Quiroga. Carlos Mesa, quien hasta hace poco se perfilaba como un posible candidato, ha declinado oficialmente su postulación, dejando un vacío que Quiroga intenta llenar. Sin embargo, el futuro de la frágil unidad opositora sigue siendo incierto. Aún no se sabe qué harán Samuel Doria Medina, Efraín Suárez (representante de Luis Fernando Camacho) —porque Camacho ya ha demostrado que no puede hacer mucho desde donde se mantuvo todo este tiempo— y otros actores que en su momento firmaron un acuerdo de unidad.
La oposición ha construido su estrategia sobre la promesa de sacar al MAS del poder, pero sin una oferta real de país. Los rostros se repiten, los discursos son los mismos y la falta de una visión clara de futuro es evidente. Quiroga insiste en que Bolivia necesita un cambio, pero su propio historial político deja muchas dudas sobre si él puede representar esa renovación. Lo mismo ocurre con el MAS, que después de casi dos décadas en el poder ha demostrado que su capacidad de gestión está agotada, pero insiste en mantenerse en el poder a toda costa, sin abrirse a nuevos liderazgos ni ideas.
Durante el breve mandato de Quieroga entre 2001 y 2002, Bolivia atravesó una crisis económica y social de la que pocos quieren acordarse. La comunidad internacional no tuvo una percepción favorable de su gestión, y su liderazgo dentro del país fue débil. Su paso por la política nacional quedó en el olvido, salvo por un detalle clave: en 2019, cuando se descubrió el fraude electoral de Evo Morales, fue Tuto Quiroga uno de los principales gestores de la salida de Morales y su cúpula. Pero lejos de resolver la crisis, su actuar dejó un vacío de poder que permitió la llegada del gobierno transitorio de Jeanine Áñez, el cual, a su vez, terminó allanando el camino para el retorno del MAS con Luis Arce.
A pesar de estos antecedentes, Quiroga sigue en campaña. Desde que dejó el Palacio Quemado ha intentado varias veces volver, pero nunca ha logrado superar el 28% de los votos. Su insistencia es llamativa, pero más llamativo es que aún haya sectores que lo ven como una opción viable.
El argumento de que Bolivia lleva 20 años bajo el MAS y que eso ha provocado la crisis actual no es del todo falso. Sin embargo, la solución no puede ser el reciclaje de los mismos políticos que han estado girando en la esfera pública por décadas. La política boliviana necesita renovación, nuevas voces, nuevas ideas. No un regreso al pasado con los mismos rostros de siempre.
Mientras tanto, el escenario electoral sigue fragmentado. Con la entrada de Quiroga en la contienda, la lista de candidatos opositores sigue creciendo. Todos hablan de derrotar al MAS, pero ninguno parece dispuesto a ceder espacio para lograr una verdadera unidad. Esta dispersión es, como en otras ocasiones, el mejor regalo para el oficialismo.
El problema no es solo la falta de propuestas, sino la falta de credibilidad. Quiroga ha cambiado de alianzas y estrategias tantas veces que su palabra pesa poco. Firmó un acuerdo de unidad con Mesa, Doria Medina y Suárez, pero en menos de 48 horas ya había buscado su propio camino. La oposición, que tanto habla de la necesidad de un candidato único, sigue atrapada en sus propias contradicciones. Pero el MAS no es distinto: las disputas entre evistas y arcistas han dejado claro que el partido de gobierno tampoco tiene un rumbo claro ni una estrategia coherente, menos una propuesta seria de Estado.
A medida que se acercan las elecciones, el país enfrenta una crisis económica, social y política profunda. La gente busca respuestas, pero lo que encuentra son candidatos atrapados en el pasado. No hay renovación, no hay liderazgo. Solo un bucle interminable en el que los mismos nombres vuelven a aparecer como si el tiempo no hubiera pasado.
En el Beni, después de la visita de Quiroga, algunos comentan que nada ha cambiado. Que las elecciones en Bolivia no son una competencia entre futuro y pasado, sino una disputa entre el pasado y otro pasado. Que, una vez más, el país parece condenado a girar en el mismo círculo vicioso.
La candidatura de Tuto Quiroga es un reflejo de la crisis de liderazgo en la oposición boliviana. Más que una opción renovadora, parece un intento de reciclar viejas figuras sin un proyecto claro de país. Mientras el MAS enfrenta sus propias fracturas internas, la oposición sigue en su espiral de división y personalismos. En este escenario, el gran perdedor no es un partido o un candidato, sino Bolivia, que sigue esperando una alternativa real y viable para salir de la crisis.
Cada día que pasa, se asienta la certeza de que en Bolivia las elecciones son, cada vez más, un ritual en el que se cambian los actores, pero no el guion. Y mientras la oposición sigue en su laberinto, el MAS observa, esperando que la historia vuelva a repetirse.
Me permito coincidir con lo planteado por Carmen Angola en una publicación en su página de Facebook:
“Respeto y propuestas, no ataques. En este tiempo de elegibilidad y representación política, es fundamental que quienes aspiran a un cargo mantengan el debate con ética y respeto. La verdadera competencia se da con ideas y propuestas, no con ataques o descalificaciones. Si eres candidato o candidata, construye con tu visión y compromiso, sin embarrar a tus contendientes. Nuestro país merece representantes que trabajen por el bien común, no por la división. ¡Que la política sea un espacio de crecimiento y no de enfrentamiento!”
Su reflexión resuena en el contexto actual. La política boliviana ha sido reducida a un campo de batalla donde los ataques personales han desplazado el debate de ideas. Oficialismo y oposición parecen dos caras de la misma moneda, atascados en una guerra de insultos sin propuestas de cambio. Si realmente quieren ser opciones viables, deben abandonar el antagonismo vacío y empezar a construir un proyecto de nación sólido, inclusivo y con visión de futuro.