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Trans, pero “deplorable”

La película Emilia Pérez estuvo nominada al Premio Óscar en no sé cuántas categorías. Sea como fuere, solo Selena Gómez merecía esa nominación. Reclutada por su ascendencia mexicana, la actriz de marcado acento gringo, debió de hacer un esfuerzo descomunal durante el rodaje para no reírse de sus propios diálogos. El extraviado director francés pensó las frases de su personaje (la esposa del líder de un cártel de drogas en México) en su propio idioma y las tradujo en Google. Entonces ella, en lugar de usar la jerga de cualquier chilango y decir, por ejemplo, que le punza la panocha, le gime a su amante que le duele la vulva…

Pero no voy a hablar de ese bodrio (que más que musical parece una farsa italiana), sino de la protagonista, Karla Sofía Gascón, que al igual que su personaje, es una transexual. Gascón era una perfecta desconocida hasta que los Premios Globo de Oro la subieron a la palestra como un modo de compensar décadas de discriminación  cinemático-transfóbica. A partir de ahí, la gloria: nominaciones o premiaciones de los BAFTA, los Goya, y por supuesto los Óscar.

Pero la gloria duró poco. Una periodista freelance canadiense se había dado a la edificante tarea de reunir y exponer unos tuits que convertían a la “gran actriz transgénero” en una principiante “transfacha”. La periodista, que creía estar salvando al mundo, solo ponía en evidencia que dentro de las minorías también podía haber gente “deplorable”. Mientras tecleaba esos tuits, Karla Sofía transpiraba racismo y xenofobia y, quién lo diría, menospreciaba los Premios Óscar: “Cada vez más, los Óscar se parecen a una entrega de premios de cine reivindicativo” (y cuánta razón llevaba). Netflix la quitó de la promoción de la película; le vetaron la entrada a los Goya, a los AFI, a los Critics’ Choice Awards y a otros; la editorial que iba a publicar sus memorias en España canceló el contrato; y el director de la película, Jacques Audiard, la negó tres veces.

El mismo Audiard, que días antes del destape de los malhadados posts de Karla Sofía hizo unas declaraciones que la corrección política optó por barrer y esconder bajo la alfombra roja: “El español es una lengua de países emergentes, una lengua de países modestos, de pobres y migrantes” dijo el director francés. Este, a diferencia de Gascón, que es la última de eslabón en esta historia, salió muy bien parado, pese a su detestable paternalismo, propio de quienes barnizan sus variadas maneras de discriminar.

Karla Sofía Gascón tenía y tiene el mismo derecho que el resto de expresar sus opiniones (bajo el mismo riesgo que el resto de ser demandada por quien se sienta agraviado), y tenía y tiene el mismo derecho que los demás tuiteros de odiar. De modo que esta cacería de brujas resulta pavorosa. A Gascón la han mandado a la hoguera por sus ideas. No porque esas ideas sean inmorales (algunas claramente lo son), sino porque no comulgan con la nomenclatura de la corriente en boga.  

Una periodista, española como Karla Sofía, llegó a decir en un programa de televisión que el objetivo de esta campaña en contra de la actriz era “que las personas que piensan cosas no respetables dejen de pensarlas”. Si George Orwell estuviera vivo, sentiría un orgullo enorme por su Gran Hermano. Estos garantes de la moral se vuelven policías del pensamiento y no hay quién los pare.

Saturno devora a sus hijos. Hollywood alimenta durante meses a su hija predilecta del momento, que ya regordeta por tanto alimento inclusivo, es engullida frente aquellos a quienes los principios les pesan. Hasta hace poco, Karla Sofía era una de sus portaestandartes –pues era la primera persona transgénero nominada al Óscar en la categoría de interpretación-, pero su islamofobia alertó a la Academia de que no era tan buena actriz. Y las 13 nominaciones terminan en un par de premios consuelo al director francés (que es más de la línea oficial), otorgándole a su película el Óscar a la “mejor canción”. Aun cuando la canción era grotesca e incluso cuando en esa categoría competía contra Elton John y la estatuilla la entregaba Mick Jagger.

La directora de contenido de Netflix ha declarado que la plataforma podría reconsiderar su proceso de selección de actores para futuros proyectos. Tal vez antes del casting se les consultará si son buenas o malas personas (por si acaso ya no es suficiente pertenecer a la comunidad LGTBQ+, ni ser hispano o afroamericano). Ahora todo dependerá del perfil en las redes sociales y de qué tipo de banderitas coloquen ahí. Pero lo que en verdad definirá el talento será la cantidad de posts en X apoyando a los “Queers for Palestine”, al “Black Lives Matter” o la última marcha del 8M.

Una de las películas nominadas a los Premios Goya este año era “El 47”, la historia de un conductor del autobús de la línea 47 en Barcelona. Un columnista, con absoluto sentido del humor y de la Humanidad “contó” que el autobús protagonista no acudiría a la gala de entrega de los premios, al filtrarse que atropelló a un hombre en 1986.

La estupidez ha alcanzado un umbral elevado. Es difícil ya distinguir entre la parodia y la realidad. De ahí que me quedara la duda de si esa nota sobre el bus era una caricatura o una simple noticia del espectáculo.

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