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Toni Negri y la tentación de la violencia revolucionaria

Rafael Narbona

Negri no se equivocaba al identificar al Estado con el Capital. El poder real no está en las urnas, sino en los grandes grupos empresariales. La democracia es el barniz que maquilla esta nueva forma de feudalismo.

El filósofo y politólogo italiano Toni Negri, acusado sin pruebas de ser el ideólogo de las Brigadas Rojas y el responsable del secuestro y asesinato del político democristiano Aldo Moro, animó a los trabajadores en las páginas de la revista Classe Operaia, fundada por Mario Tronti, a involucrarse en “una lucha más violenta contra el patrón”. La revista Classe Operaia se había distanciado del Partido Comunista Italiano por su tibieza y se mostraba partidaria de descartar la vía parlamentaria para concentrar los esfuerzos en la subversión violenta, una idea que circulaba con fluidez entre los militantes de base, cada vez más desencantados con la democracia burguesa. Asaltar los cielos parecía el único camino capaz de plasmar algún día la utopía de una República de Trabajadores, donde el poder real ya no estuviera en manos del Capital, sino de las clases populares.

Nacido el 1 de agosto de 1933 en Padova, ciudad industrial del norte de Italia, Antonio Negri inició su singladura política en los años 50, cuando militaba en la Juventud Católica. Desencantado por la actitud conservadora de la iglesia, que cultivaba una relación de complicidad con las elites, sustituyó la fe por un “ateísmo virtuoso” y se unió al Partido Socialista Italiano, pero enseguida consideró que había vuelto a escoger el camino equivocado. A los veinte años, participó en la vida colectiva de un kibutz israelí. Fue una experiencia determinante. “Allí me hice comunista”, declararía más tarde. A su vuelta a Italia, se implicó en las luchas obreras de Porto Marghera, complejo industrial de su ciudad natal. En 1961, se incorporó a la revista Quaderni Rossi (Cuadernos Rojos), dirigida por Raniero Panzieri, que abogaba por instigar la confrontación con el Capital en las fábricas, verdadero campo de batalla de la lucha de clases. En 1962, se produce en Italia la primera huelga revolucionaria con tintes de insurrección popular. Jóvenes obreros de Turín, muchos sin filiación política y procedentes de las zonas rurales, abandonan sus puestos de trabajo durante tres días y se enfrentan con las fuerzas policiales en calles y plazas.

Nombrado catedrático de Ciencias Políticas en la Universidad de Padova, Negri convierte su departamento en una trinchera política. En 1967, participa en la fundación de la revista Potere Operario (Poder Obrero), que promueve la lucha de clases en fábricas, barrios y centros educativos. Surge de este modo un movimiento situado en la izquierda extraparlamentaria que prioriza el papel de las masas sobre la hegemonía de un partido. El objetivo primordial es debilitar al Estado, una herramienta de opresión al servicio de las elites. Para alcanzar esa meta, el poder obrero debe transcender el entorno de las fábricas y diseminarse por el paisaje urbano. El trabajador ya no es un simple operario, sino un “obrero social”, el artífice de una revolución que aspira a devolver al pueblo la riqueza sustraída mediante la explotación capitalista.

La agitación impulsada por esta línea de acción política no dura solo unas semanas, como el Mayo francés, sino casi dos décadas donde se suceden atentados, huelgas, secuestros y represión policial. La izquierda revolucionaria y el neofascismo se enredan en una espiral de violencia que coloca al país al borde de un golpe de estado. El partisano y anarquista Giuseppe Pinelli, responsable de una serie de atentados contra entidades bancarias y el monumento al rey Víctor Manuel III, muere en una comisaría, presumiblemente arrojado al vacío desde un cuarto piso. La Red Gladio, creada por la CIA y la OTAN, pone en marcha una estrategia de tensión para frenar el avance del comunismo en el sur de Europa y, en el caso de Italia y Grecia, justificar la implantación de una dictadura militar. Con la intención de desacreditar a la izquierda revolucionaria, Gladio organiza varias operaciones de bandera falsa, como el atentado de Piazza Fontana en 1969 (diecisiete muertos y ochenta y ocho heridos) y la masacre de Bolonia en 1980 (85 muertos y doscientos heridos).

Tras el otoño caliente de 1969, Alberto Franceschini, Renato Curcio y Mara Cagol fundan las Brigadas Rojas. Su lema es: “Golpear a uno para educar a cien. Todo el poder para el pueblo”. Las primeras acciones del grupo consisten en atentar contra edificios y coches particulares de grandes empresarios; después, comienzan los secuestros y, finalmente, los asesinatos. Las primeras víctimas son jueces y policías, pero en 1978 se ataca al corazón del Estado, secuestrando a Aldo Moro, ex presidente del Consejo de Ministros y presidente de la Democracia Cristiana. La voluntad de Aldo Moro de sellar un compromiso histórico con los eurocomunistas liderados por Enrico Berlinguer para llegar a un gobierno de concertación incomoda al mismo tiempo a OTAN, la CIA y las Brigadas Rojas. Aunque Moro fue asesinado por el comando de las Brigadas Rojas que lo retuvo en un piso de Roma durante casi dos meses, siempre han circulado serias sospechas sobre la implicación de la Red Gladio en el crimen. La viuda de Moro contó que Henry Kissinger y un agente de la CIA amenazaron al político democristiano por su intención de pactar con los eurocomunistas. Kissinger agarró del brazo a Moro y le escupió en la cara: “Debe abandonar su política de colaboración con todas las fuerzas políticas de su país… o lo pagará más caro que el chileno Salvador Allende, nosotros jamás perdonamos”.

El asesinato de Moro se utilizó para criminalizar a la nueva izquierda. Se acusó a Negri de ser el artífice del secuestro y la ejecución. Aunque no se pudo acreditar ningún vínculo con las Brigadas Rojas, fue condenado a 30 años de prisión por defender en sus artículos y libros la insurrección contra el Estado. Negri pasó cuatro años en la cárcel, que aprovechó para continuar su labor de investigación, escribiendo -entre otras obras- La anomalía salvaje, un estudio sobre Spinoza. Incluido en las listas electorales del Partido Radical de Marco Panella, consiguió un acta de diputado y, gracias a la inmunidad parlamentaria, pudo salir de la cárcel, pero el parlamento revocó a los pocos meses su inmunidad y Negri se exilió en Francia, donde el gobierno de François Mitterrand rechazó la solicitud de extradición. Profesor en la Universidad de París VIII (Saint-Denis) y en el Collège International de Philosophie, publicó nuevos ensayos y artículos, y en 1997 regresó voluntariamente a Italia para cumplir el resto de su condena, con la esperanza de promover un debate público que permitiera el retorno de los exiliados de izquierdas acusados de subversión durante los años de plomo. Tras una breve estancia en prisión, pasó a la situación de arresto domiciliario hasta 2004. Negri falleció en París el 16 de diciembre de 2023 a los noventa años, dejando un legado polémico.

A finales de los sesenta, el intelectual italiano sostenía que las democracias occidentales no eran un Estado de derecho, sino -como apuntaba Marx- simples consejos de administración de las grandes oligarquías. Frente a esa forma ilegítima de dominación, Negri preconizaba una revolución que implantara una democracia popular. El verdadero sujeto de la historia debe ser el trabajador, el obrero. No es posible dialogar con el capital y resulta absurdo intentar humanizarlo. La esencia del capitalismo es la explotación y, por tanto, solo cabe la ruptura radical, la demolición definitiva de su estructura política y social. No se puede acusar a Negri de ser el detonante de la violencia de las Brigadas Rojas, pero su discurso proporcionó argumentos a los que iniciaron el camino de la lucha armada. El profesor italiano no apoyó la aparición de una vanguardia armada que liderara la insurrección, pero sí respaldó la idea de un contrapoder revolucionario ejercido por las masas que destruyera gradualmente el poder del Estado y ocupara su lugar.

El problema de la violencia revolucionaria es que conlleva la creación de una estructura militar jerárquica, una idea que desagradaba a Negri, pues el liderazgo vertical menoscaba el poder de las masas, obligadas a respetar una disciplina de partido. De ahí que él instara a perfeccionar “la relación aún incierta entre la lucha de masas y la lucha armada” con el fin de comunicar eficazmente “estos dos niveles distintos pero necesarios”. En 1974, Negri escribe: “Solo la lucha armada en su progreso, en su consolidación, en su extensión puede permitir a la lucha de masas atacar al sistema […] la lucha armada es el hilo conductor de la organización”. Ese mismo año, los Carabinieri asaltaron un piso franco de las Brigadas Rojas y, entre los papeles incautados, hallaron un texto escrito por Toni Negri, según el cual el capitalismo es “un sistema global de dominación organizado por las multinacionales”, lo cual significa que ya no hay distinciones entre Capital y Estado. Si bien las Brigadas Rojas se inspiraron en algunas teorías de Negri, enseguida se abrieron grietas entre el profesor y la organización. Negri criticó el elitismo de los brigadistas, su distanciamiento de las masas, su ausencia de proyecto revolucionario. Cuando las Brigadas Rojas asesinaron a Aldo Moro, rompió definitivamente con ellas. Dicen que no fue por humanidad, sino porque se había adoptado la decisión de ejecutar al político secuestrado de forma unilateral. No sabemos si es cierto, pero lo que sí está demostrado es que Negri mantenía expuesto un mono azul en el salón de su casa parisina para testimoniar su compromiso con la clase obrera.

En una entrevista concedida al cumplir 71 años, Negri afirma que “un acto político es un acto de amor”. Se ratifica como ateo y comunista, y rechaza la etiqueta de terrorista, asegurando que jamás mantuvo ningún contacto con las Brigadas Rojas. De hecho, su filosofía política es el “operaísmo”, una variante del marxismo que sitúa la lucha política más allá de las fábricas, atribuyendo al obrero el papel de agente de transformación social. Descrito por sus enemigos como “pérfido maestro”, Negri reivindica a Spinoza y Marx, y asegura que la prisión no es un destino tan terrible para un intelectual, pues gracias a su mundo interior y a su ambición puede resistir el confinamiento mejor que un hombre de acción o un delincuente. En la entrevista, no condena la violencia de forma incondicional, pues considera que es legítimo recurrir a ella para resistir ocupaciones militares y graves vulneraciones de los derechos humanos. No se muestra pesimista, pues opina que el amor es la pulsión más fuerte del espíritu humano. No cree en los liderazgos carismáticos, sino en la posibilidad de multitudes inteligentes. La multitud no es una masa amorfa y estúpida, sino una multiplicidad de singularidades con la capacidad de reconocerse en lo común y de expresar autónomamente sus razones. Negri aboga por el derecho de las masas poseer armas, pues considera que es la única forma de oponer resistencia al poder global de las multinacionales. El ejército y la policía no protegen a la ciudadanía, sino a las elites y reprimen a los pueblos cuando protestan.

Negri no se equivocaba al identificar al Estado con el Capital. El poder real no está en las urnas, sino en los grandes grupos empresariales. Los dueños del mundo no son los políticos, sino los bancos, los fondos de inversión, la industria armamentística, las compañías de petróleo, gas y otros recursos estratégicos, las farmacéuticas, las empresas tecnológicas. El Imperio es una constelación de Multinacionales. La democracia es el barniz que maquilla esta nueva forma de feudalismo. El margen de acción del poder ejecutivo está acotado por la necesidad de financiarse mediante préstamos internacionales y, en algunos países, las donaciones privadas son determinantes para ganar unas elecciones, lo cual convierte a los partidos en rehenes de sus fuentes de financiación. Los políticos nunca se han planteado seriamente subvertir esa situación. Su prioridad es garantizar su futuro mediante los servicios prestados a las grandes corporaciones. El fenómeno de las puertas giratorias garantiza que las elecciones periódicas desempeñen la misma función que las revoluciones burguesas: las cosas cambian en apariencia para que nada esencial se altere. Es la cínica estrategia que Giuseppe Tomasi di Lampedusa ilustró en El Gatopardo.

Advertir que el Estado y el Capital son los dos rostros del poder global, provocó que cierto sector de la izquierda recurriera a la violencia revolucionaria en los setenta, pero esa decisión solo acarreó un sufrimiento inútil. El poder global se parece a Dios: es una esfera infinita cuyo centro se halla en todas partes y su circunferencia en ninguna. Por eso, atentar contra sus tentáculos no sirve de nada. La violencia de las Brigadas Rojas, además de inmoral, constituyó una pérdida de tiempo. El Estado y el Capital no sufrieron ningún menoscabo. Además, como advirtió Negri, la violencia revolucionaria requiere una vanguardia armada que acaba asimilando el espíritu de sus oponentes. Los grupos revolucionarios no aceptan la disidencia ni el abandono. Cualquier crítica o defección se castiga con la muerte.

La violencia siempre es deshumanizadora y eso explica que muchas revoluciones desemboquen en gobiernos autoritarios. ¿Qué se puede hacer entonces? ¿Resignarse ante el nuevo feudalismo, que explota a los trabajadores mediante salarios insuficientes, no cesa de recortar servicios sociales y apalea a los que protestan? Pienso que esas multitudes inteligentes de las que hablaba Negri podrían ser el motor de un cambio histórico, pero su fuerza no debería basarse en el libre acceso a las armas, sino en la desobediencia civil no violenta. Las grandes movilizaciones de los ciudadanos que han inundado las calles de numerosos países exigiendo el fin del genocidio en Gaza han conseguido que sus gobiernos adopten tímidas medidas contra el gobierno de Netanyahu. En el pasado, la lucha por los derechos civiles en Estados Unidos, las movilizaciones feministas o del colectivo LGTBI y las protestas contra el apartheid lograron cambios significativos.

Las multitudes pueden ser inteligentes. De ahí que se las intente manipular para anular su potencial transformador. Negri apoyó la lucha armada en sus inicios. Hoy, lo más revolucionario no es empuñar un arma, sino educar a la sociedad para que no se deje pisotear y pastorear por el poder global. “Atrévete a pensar”, escribió Kant. Dos siglos después, su consigna se ha convertido en un imperativo moral y político. Nada intimidaría más al Capital que una sociedad con multiplicidad de singularidades concertadas para crear un mundo más justo y más humano.

RAFAEL NARBONA

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