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Tómame con tus manos mágicas

Andrés Canedo

Desde el nacer, se criaron en el circo y desde niños empezaron a subir al trapecio. Ahora, ya hombres, Jacinto y Pedro, eran dos profesionales y amigos profundos. Pocos años después, nació María y se transformó en la hermosa écuyère, que flotaba sobre su caballo blanco. Ambos, secretamente, se enamoraron de ella, con una pasión intensa y callada. María, percibió pronto esos amores y los alentaba con miradas y sonrisas. Pero hoy, antes de la función, Jacinto vio que Pedro conversaba con ella y que la tomaba de la mano. Algo, en su mirada, le dijo que María se había decidido por su compañero. Una ira sorda, le invadió el pecho.

Ellos subieron a hacer su número. La caballista los observaba, como siempre. Pedro, que quiso lucirse, subió por la cuerda, en escuadra y en espiral, lo que le tomó cuarenta segundos. Ya, hamacándose en sus trapecios, se preparaban para el doble salto mortal. Pedro era el volante, Jacinto el cátcher. Pedro, al lanzarse mientras daba los dos giros en el aire, imaginó que se lanzaba hacia las manos mágicas de ella. Jacinto, en un arrebato de dolor, retrasó en un segundo la orden de partida para su compañero. Las manos no se encontraron y Pedro cayó al piso sin red y un segundo después se fracturó las vértebras cervicales. La écuyère, que lo miraba con naciente amor, sintió ese segundo tan extenso como los cuarenta de la subida. Es que el tiempo de la muerte, tiene sus propias dimensiones.

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