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Tenemos que movilizarnos con el alma      

No hay mejor manera de acrecentar los pilares de la vida que con la unidad de todos. En efecto, la unión es una condición indispensable para la fecundidad  de toda existencia humana. Si los océanos, que conforman los dos tercios de la superficie terrestre, son los que generan la mayor parte del oxígeno que respiramos, los moradores del planeta han de ser también más cooperadores y colaboradores entre sí. Por desgracia, son muchos los pueblos divididos, con heridas profundas, que aún no han cicatrizado. A lo mejor hay que seguir echando lágrimas para satisfacer el dolor con el llanto. Sea como fuere, hoy más que nunca necesitamos conciliar otros lenguajes más verdaderos para poder aproximarnos. La reconciliación siempre es una batalla pendiente, y lleva consigo la más bella victoria que nadie debemos perdernos. Vale la pena saborear nuestras andanzas con un latido armonizado. Las cosas se ven de otra manera, y lo más importante, se sienten diferente.

Sin ánimo catastrofista, pero con unas situaciones que no se pueden omitir, toca ¡despertar!. En un mundo, en vías de destruirse, es necesario injertar a las nuevas generaciones una visión auténtica de lo que somos, hablando claro y profundo, pues si las contiendas es un modo de arruinar nuestro propio espíritu constructor, la política también se ha convertido en un vocero del engaño permanente. Sálvese el que pueda. Bajo estas mimbres absurdas de sobreexplotación de todo en todo, resulta imposible continuar con una vida de relaciones. Somos las personas lo que da sentido a esa fraternización humana que, aparte de permitirnos crecer como ciudadanos sin fronteras, de igual forma precisamos alimentarnos de ese espíritu de comunidad, donde nadie sea desecho y todos seamos necesarios.

Tengo la sensación de que ha llegado el momento de las grandes acciones, de poner en marcha movimientos mundiales ciudadanos, para salir del caos y ser más respetuosos con nuestros análogos. Sin duda, hay que unir a la población en su conjunto entorno al objetivo de la gestión sostenible de los océanos, ya que son una fuente importante de alimentos y medicinas, y una parte esencial de la biosfera, pero también hay que adentrarse en la tierra y ver que nuestra actividad humana son más fuente de presiones que cauces de realización personal. Desde luego, la confirmación del abandono americano del pacto climático es un retroceso sin precedente ante un problema que es de todos, lo que exige otros modelos de vida que asegure recursos para todos y para las generaciones futuras, lo que supone moderar el consumo, reutilizar y reciclar más y mejor, propagar la eficiencia del aprovechamiento, limitando al máximo el uso de los recursos no renovables. Abordar todas estas cuestiones, conlleva más coherencia y más responsabilidad con nuestra modo de actuar. Si en verdad queremos celebrar aquello que nos ensambla y que es nuestra propia presencia de caminantes, hemos de ser más solidarios. Por ello, los que tienen corazón y lo cultivan, se distinguen de los que no lo hacen, por el hecho mismo de vivir. Tengámoslo en cuenta.

Destruir la belleza que nos circunda es demolernos a nosotros mismos. Hoy sabemos que la salud de la masa de agua que conforma los océanos está en estado crítico y, por ende, también nuestra salud corre peligro. En la actualidad, nos consta que la presión sobre los ecosistemas costeros y marinos sigue creciendo, debido al aumento de las comunidades que viven en las costas, poniendo un mayor estrés en sus recursos. Esta tendencia continuará dado el previsible aumento de población. Lo mismo sucede con la contaminación atmosférica urbana, que aumenta el riesgo de padecer enfermedades respiratorias agudas, como la neumonía, y crónicas como el cáncer de pulmón y las enfermedades cardiovasculares. La situación no puede ser más preocupante, de ahí esta apuesta por la movilización de las gentes, ante tanta inhumanidad y desvalorización de la vida. La sintonía debe ser distinta, puesto que la realidad radica en la esencia de las cosas. En consecuencia, nuestros ojos han de saber mirar y ver más allá de las apariencias, también los oídos han de estar alerta para escuchar tanto los gritos como los susurros y los silencios. Por consiguiente, estamos llamados a ser personas de nervio y verdad, lo que demanda ser interiorizado un estilo de cohabitar muy diferente al actual, con un talante de apertura, privilegiando a los grupos más débiles y olvidados.

El mundo no nace con nosotros y, por muy importantes que nos creamos, tampoco termina con nosotros. Nuestra identidad humana hemos de reencontrarla en esa capacidad de servicio y donación a los demás, dentro de nuestra historia de caminantes con alma, que es aquello por lo que existimos, concebimos y recapacitamos. A propósito, ya en su tiempo, San Agustín, decía que: «un espíritu desordenado lleva en su culpa la pena». Y ciertamente, así es, el cambio climático es un hecho «innegable» y representa, -como ha dicho recientemente el Secretario General de la ONU-,una de las mayores amenazas actuales y futuras del planeta. Ante estas desconsoladas circunstancias no podemos permanecer pasivos y hay que detener esta bochornosa contaminación que nos deja sin aliento. De seguir así, para el año 2050, se dice que habrá más plástico que peces en los océanos. Realmente, estas previsiones debieran hacernos reflexionar. No podemos continuar ciegos, con espíritu alocado, pues son nuestras mezquinas acciones las que nos están llevando a una atmósfera sin corazón alguno, donde las tensiones son permanentes. En este sentido, nos alegra, que una vez más el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas haya ratificado la decisión por la cual Corea del Norte debe abandonar las armas y programas nucleares actuales “de manera completa, verificable e irreversible” y renunciar a efectuar nuevos lanzamientos que usen tecnología de misiles balísticos o ensayos nucleares entre otras prohibiciones.

Evidentemente, hay cuestiones que hemos de actuar con contundencia y en conjunción universal, por muy diversos que seamos, para recomponer ese espíritu embellecedor que nos entusiasma por sí mismo a la unidad, renovándonos con el perdón y corrigiéndonos en nuestro diario de vida, corrompido en ocasiones, tanto social como familiarmente. Está visto que, en cada época, el ser humano intenta humanizarse un poco más, desea comprenderse y aspira a expresarse mejor a sí mismo. Ojalá sea así, porque será volver al amor y huir del odio. ¡Qué bueno que se activen los sembradores de vida!. No olvidemos, que nuestro interior es un volcán de entusiasmo igual que el de las olas del mar ante el viento. Esto es lo que nos sostiene cada día, la ilusión de desvivirse por vivir. Quien lo descubre, abandona la indiferencia.

Y en todo caso, en una sociedad globalizada como la nuestra, el bien común y el esfuerzo por él, han de abarcar a toda la familia humana. No han de caber exclusiones. Por cierto, lo expresó bien sereno y templado, el fallecido intelectual español Juan Goytisolo (3 de junio de 2017), al recibir el Premio Cervantes 2014: «Volver a Cervantes y asumir la locura de su personaje como una forma superior de cordura, tal es la lección del Quijote. Al hacerlo no nos evadimos de la realidad inicua que nos rodea. Asentamos al revés los pies en ella. Digamos bien alto que podemos. Los contaminados por nuestro primer escritor no nos resignamos a la injusticia». Ciertamente, su llamada bien vale un recordatorio. Abrir el camino a todas las injustas inmoralidades es una esquizofrenia, con tremendos resultados. No cabe el conformismo. Ahora bien, hemos de tener presente, que para juzgar cosas magnas y honrosas, es menester igualmente poseer un espíritu igual de grande y noble. Dicho queda.

Víctor Corcoba Herrero/ Escritor

corcoba@telefonica.net

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