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¿Tenemos diarquías y no nos lo han contado?

Esta es la historia de dos duetos en dos países diferentes, aunque, en lo estrictamente nacional, la de un trío que podría ser cuarteto de no andar el jilata Choquehuanca flotando en el espacio sideral, desde donde, aun siendo vicepresidente, se ocupa de la sexualidad de la gente. Hablemos de cosas serias.

Me compadezco del señor Luis Arce. Tener a un Evo Morales soplándote la nuca las 24 horas del día, con el Twitter en la mano como gatillo fácil, no debe ser nada placentero. Menos aún si tus luces apenas alcanzan a guiñador.

Al joven Del Castillo, en cambio, el incómodo sexagenario le viene bien para su crecimiento como político. A la primera reprimenda del cacique empezaron a temblarle las piernas, pero no le fue mal; la experiencia le va a servir para el futuro. En Bolivia es posible hacer escuela siendo ministro de Estado.

Arce no solo carga con la responsabilidad de conducir un país de más de 11 millones de habitantes, sino de convencerlos a todos ellos de que es él su presidente y no manos de tijera Evo Morales.

Para Evo, 14 años no han sido suficientes. Después de su salto de garrocha desde las bases cocaleras, con chompa roja y humildes zapatillas, hasta la presidencia de Bolivia con trajes de fina estampa, se acostumbró al poder y ahora no quiere soltarlo. No le importa si debe ir en contra de sus propios partidarios. Y de la democracia.

A Evo, si tiene aún un entorno que lo cuida, ya deberían haberle dicho que la historia no lo recordará de la mejor manera si asalta la Casa Grande del Pueblo antes de que Arce cumpla su mandato. (¿Cómo sería?, ¿quizá con la misma fórmula que utilizó, primero, desestabilizando el gobierno de Mesa y, después, ganando sus primeras elecciones? Es decir, ¿boicoteando a la administración de su partido? ¿Sería capaz de traicionar al “hermano” Lucho?

Algunos llaman a Del Castillo “niño ministro”; pero, eso no se hace. Sería mejor tenderle una mano, como un padre lo haría en cualquier parque con su hijo y guiarlo, brindarle cariñosamente unos sanos consejos. ¿Será que hace caso si le dicen que, a pesar de que esto va en contra de la ley y de que se trata de una vileza, “puedes seguir humillando aprehendidos, pero, cuidado quedes como soberbio y obcecado”? ¿Será efectivo sentarlo en las faldas, tal cual lo haría un abuelito un domingo con su nieto, y hacerle caer en cuenta de que, al parecer, nadie le ha contado que a los ministros duros, insensibles y faltos de empatía, antes de él, les ha ido estrepitosamente mal?

A Del Castillo algunos le endilgan el “pecado” de la juventud, pero, a su edad, ha demostrado tener más pantalones que varios de sus colegas mayores plantándose firme ante los cocaleros, incluido el envanecido Evo.

Evo ha emprendido una sistemática campaña de acoso contra el Ministro de Gobierno (del gobierno de su partido) con denuncias muy graves (para las que hasta ahora no ha mostrado pruebas) como que hay infiltrados de la DEA en esa cartera de Estado. Y, en vez de hacerse cargo de sus palabras, acusa a “la derecha” de buscar la división del MAS. “Nos tienen miedo”, dijo, “porque estamos unidos”. Vaya manera de estar unidos. Casi a diario, desde que se han descubierto cuatro laboratorios de cocaína en la ribera del río Sacta, trópico de Cochabamba, le dedica una serie de fulminantes tuits al ministro de Arce que encabeza la lucha antidroga.

Cuando redacto esta columna me llega la alerta de que un camión boliviano con cocaína acaba de ser interceptado en Argentina. Resulta que llevaba cocaína (no coca) oculta en una carga de bananas, y se informa que había partido del Chapare. Es decir, de la región a la que la Policía debe pedir permiso para entrar a preguntar si fabrican droga porque, de lo contrario, el rey de la coca no es cocaína se enoja.

Aunque ninguno quiera admitirlo, la relación-tensión del Presidente de Bolivia con el Presidente de su partido se parece mucho a la del Presidente de Argentina con la (Vice)Presidenta de ese país. Pasan los meses y tanto en un lado como en el otro de la frontera, nadie termina de saber cuál de los dos (o de los cuatro) manda. ¿Porque uno de los dos manda, o no? ¿O es que se ha impuesto la moda de la diarquía, el imperio de dos cabezas al más puro estilo espartano y, en Sudamérica no nos lo han contado?

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