Olga Amarís Duarte
El símbolo de la promesa es un lazo, una cuerda, a veces, una finísima hebra…
La promesa es un concepto esencial en el pensamiento político y se plantea como un acto lingüístico capaz de establecer un vínculo solemne y duradero entre las partes. La palabra de la promesa es performativa, un abracadabra capaz de hacer real aquello que profiere.
Según Hannah Arendt, por medio de aquellas “islas en un mar de incertidumbres” que abren las promesas, los individuos se hacen responsables en el presente de sus acciones futuras, al tiempo que fortalecen los lazos de confianza con sus conciudadanos. De forma totalmente voluntaria, nos comprometemos, por el poder de lo prometido, a desterrar la impredecibilidad del ámbito político.
La palabra de la promesa es inamovible y no se deja pervertir por los juegos lingüísticos de las ideologías. Los que se hacen promesas llaman a las cosas por su nombre en la convicción de que las palabras tienen su peso, concitan gestos y dejan marcan indelebles en la memoria. También, porque han aprendido que las promesas son el frágil material con el que confeccionamos las historias que contamos y que nos cuentan. Por eso los niños no se cansarán jamás de empezar sus fábulas con la quintaesencia de toda narración: “Te prometo que es verdad”.
