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Tata Julio y Mama Ricarda

Antonio Eid Peredo

Son las 5 de la mañana y suena el despertador en Villa Flor de Pucara. Es el canto de los gallos que se escucha ya hace media hora. Una base de piedra resistente, paredes de adobe, un par de colchones de paja, varios añejos pullos, una escalera de madera que permite subir al primer piso de una construcción que data de hace más de cien años, hospedan a las visitas. La vista es espectacular: una puerta doble antigua, tiene salida a un balcón de madera, desde ahí se puede contemplar las ruinas de Pucara, Fortaleza Protectora Incaica de Villa Flor, que data de hace más de 700 años. Abajo, iniciando la mañana se hacen escuchar los dos abuelitos. Ella es Mama Ricarda Zárate, de 84 años, apoyada de su bastón entra a su cocina, saca agua de su cántaro para echarla a la caldera y así preparar el desayuno. Él es Tata Julio Pardo, tiene 83 años, va por su hacha, la deja junto a la pared, se acomoda la chuspa, le aumenta coca, con un movimiento de manos se cerciora que haya bico y lejía suficiente para pijchar.

Villa Flor está en Anzaldo, a 70 kilómetros de Cochabamba, es una comunidad del Valle Alto, en la cual hasta el año 2022 vivían solamente parejas de ancianos. La primera vez que supimos el nombre de esa comunidad fue en el periódico Opinión el año 2015, donde justamente mencionaba que, ante la carencia de agua potable, que lamentaba allí Mama Ricarda, los habitantes debían recolectar agua del río Jatun Mayu, pero la familia Pardo Zárate no se había dejado vencer contra la adversidad. Su creatividad hizo que ingeniaran un sistema de cosecha de agua de lluvia hecha de canaletas conectadas a un turril. En Anzaldo la temporada de lluvias se redujo, llega a fines de diciembre y se va a mediados de marzo, además las precipitaciones son de corta duración, pero a veces muy intensas, también graniza y hay heladas, todo eso daña la tierra. Pero la comunidad es resiliente, recientemente amplió el dique, nombrado “Moqon Toqo” que abastecerá de riego toda la época seca.

Tata Julio y Mama Ricarda se conocieron desde niños, primero por ser de comunidades vecinas, ella de Cabrera y el de Pucara. Los tiempos no fueron fáciles: de niños vivieron la Revolución del 52. Mama Ricarda recuerda muchas etapas, una de ellas es cuándo, teniendo que vender licor corría en medio de una balacera de los bandos enfrentados; Tata Julio, que vivió el pongueaje, tenía un patrón de Punata, que les hacía trabajar y entregar las cosechas, estuvo también en una etapa en la champa guerra del valle alto, siendo retenido a la fuerza por los patrones.

Se juntaron, ella con 24 y él con 23 años, recién llegado de Argentina, donde trabajó como albañil un año, hizo capital y regresó a comprar un terreno y construir varios cuartitos, donde actualmente viven dos de sus hijos en Cercado, Cochabamba.

Pasan cerca de diez minutos y recojo, de la modesta granjita, huevos criollos, voy por tomate cherry del vivero, cosecho otras verduras, que tienen una frescura y brillo inusual para mí, están distribuidas en varios cultivos en forma de terraza. Hago un revuelto, al que le añado luego los vegetales. Desayunamos, me sorprende ver el gusto con que Mama Ricarda no deja ni rastro de la yema semi cocida en el plato del revuelto, la raspa con un pan que ella y sus hijas, que la visitaron días antes, hicieron con la harina de trigo que ellos mismos sembraron y molieron en el molino a piedra movido por las aguas del Jatun Mayu. Termina el desayuno que nos dará energía para la jornada de trabajo, conversan en quechua, él le explica con ademanes lo que haremos hoy, le dice a qué hora volveremos, ella le hace recuerdo traer la leña temprano, debe además cocinar para los tres perritos que diariamente los acompañan.

Trabajamos en sus terrenos que están metros abajo, es una especie de corredor, al medio de muchos eucaliptos, molles, alizos, algarrobos, álamos y pinos que bordean ambas orillas del río Jatun Mayu. Se siente un aire diferente, muchas flores silvestres crecen en el costado del canal de riego, a la par la temporada de tuna ofrece al paso sus dulces frutos en toda la comunidad, el corredor también tiene árboles de durazno, que mermaron su producción debido a que hubo una riada que los enfermó hace año y medio, además, este fenómeno dañó el centenario molino de piedra que requirió el esfuerzo de toda la comunidad para ser restaurado. Sin embargo, la tierra sigue siendo generosa, la familia Pardo Zárate, este año sembró oca, quinua, papa y maíz, además, todo el año producen alfalfa, que es alimento de sus tres ovejas, conejos de castilla y cuises.

Acompañados del acullico y los perritos, con cinta de VHS, unida a una cañahueca recién cosechada preparamos cercos protectores que, con el ruido generado por el viento y la luz reflejada del sol espanta a las acechantes aves, que ya se comieron varios choclos; también cortamos botellas de gaseosa a la mitad y con eso tapamos provisionalmente el maíz. En el campo todo es útil, todo se vuelve una herramienta, un utensilio para el trabajo, una pita, un alambre, una caja de plástico, todo sirve.
Estos terrenos en el campo proveen permanentemente y temporalmente de hortalizas, apio, perejil, suico, manzanilla, toronjil, lechuga, achojcha, coliflor, brócoli, repollo, lacayote, carote, escariote, verdolaga, acelga, tomate, papa, maíz, cebolla, zanahoria, tarwi, linaza, arveja, trigo, quinua, amaranto, durazno, manzana, tuna y ulala a sus hijos y sobrinos que viven en Cochabamba. Casi una soberanía alimentaria gestionada por un par de sabios abuelitos.

La herramienta para cada tarea está esperando en el lugar que será usada, lleva solo lo necesario, a veces únicamente su chuspa. La hoz está en la sombra de un duraznero cerca del sembradío de alfa, la sierra acomodada cerca de la leña que espera ser cortada, el cuchillo, el plástico, una tenaza, alambre, cañahuecas largas y secas cosechadas días antes y la cinta negra de VHS están al medio de los cultivos de maíz. Tata Julio ha previsto todo, sabe cómo distribuir su energía y ritmo cada día en Bellaflor. Así es como los comunarios desean rebautizar la comunidad, con el nombre que es la expresión de belleza del lugar, la Villa es Bella como la flor de su belleza: Bella Flor, entonces, que sea.

Mama Ricarda Zárate tuvo dos hermanos y Tata Julio Pardo, dos hermanas. Las tres parejas se casaron, logrando criar a 16 hijos y muchísimos nietos. Además, preservaron y unieron los patrimonios familiares, lo que les permitió a todos salir adelante con las difíciles condiciones de vida que tenía el valle alto cochabambino.

Desde su primer hijo, hace casi 62 años, la pareja de abuelitos trabaja produciendo alimento todos los días de su vida. Cada hijo suyo que iniciaba la etapa escolar era enviado a vivir a Cochabamba junto a sus tíos Zárate Pardo que ya habían emigrado a la ciudad. Esto creó una colaboración familiar campo-ciudad que permitió a los niños estudiar, salir profesionales y hasta emigrar fuera del país en busca de mejores oportunidades. Las tres familias cumplían su rol, Tata Julio y Mama Ricarda enviaban alimento año redondo, hermanos Zárate y Pardo también trabajaron duro criando a sus hijos y a sus sobrinos. Los fines de semana los niños se quedaban en Bellaflor y dependiendo de la temporada ayudaban con las labores familiares: cosechando durazno, trabajando la tierra, pastoreando a las ovejas, pescando el pez «plateado» que aún se lo puede encontrar en el Jatun Mayu y colaborando en el sin fin de tareas familiares que siempre existen.

Regresamos a casa, él me guía, conoce cada metro de su terreno, sabe dónde chaganchar, dónde pisar, qué nombre tiene cada planta y hierba y para qué puede servir. Mientras yo internamente lamento no haber traído botas impermeables, mis pies están fríos y mojados por caminar en medio del rocío mañanero, él continua y me dice “subí por estas gradas” tapadas de maleza, imperceptibles para mis ojos. Llegamos a tiempo, Mama Ricarda, a pesar de tener dificultad para moverse, con mucha destreza hace más de lo que tiene que hacer. Ya nos esperaba recibiendo agua, ahora del grifo para verterla en su olla que usa para cocinar a leña, rompemos las ramas pequeñas, las pone en el fogón y lo enciende en cuestión de segundos, Tata Julio va a cosechar ulupicas y se pone a moler la llajwa en el batán, Mama Ricarda en la mañana ya hizo una exquisita lawa con pollo criollo, me pide que coseche y pique acelga para la ensalada que será acompañada con papa waicu.

Antes del almuerzo, desde Cochabamba llega su sobrino Jhonny, después de 2 años visita a Bellaflor, lo acompaña la novia que es de Potosí. Se entera sorprendido que ahora sus tíos ya no tienen que ir al río a traer agua en baldes para luego purificarla haciéndola hervir. Hace un año perforaron un pozo que abastece de agua potable a las 31 familias integrantes del sindicato. Mientras se ponen al día Mamá Ricarda sigue trabajando, ahora está sirviendo la comida. Tata Julio hace muchas bromas y cuenta que en carnaval recibieron visitas en “su” Muju Wasi (casa de semilla recién inaugurada). Jhonny pregunta qué es esa construcción, en una de cuyas paredes pintaron a sus tíos, responde Tata Julio que ahora es la sede de la comunidad y sirve para guardar las semillas y compartirlas. Justo llegan a pedir prestado herramientas, tres niñas menores de diez años, hijas de una de las ahora cuatro familias que viven permanentemente en la comunidad. Mama Ricarda les dice que se queden a comer lawita, mientras apoyada en su bastón se mueve para poner en la mesa un plato de barro, papa hervida.

En el campo la lucha por tener condiciones dignas de vida es silenciosa y sacrificada. El campesino generalmente no contamina, recicla y reúsa más, conoce y domina muy bien su entorno. Las fronteras entre vecinos no son excluyentes. Son sus manos las que producen el alimento y en tiempos difíciles sabe conservarlo. Todo tiene solución y hay menos egoísmo. En gran medida el alimento de los citadinos proviene del campo y nosotros no sabemos cuál es el sacrificio de los agricultores.

Termina el almuerzo, la pareja y Tata Julio, acompañados de un refresco hervido de toronjil siguen conversando, poniéndose al día, contado cómo está nuevamente llena la comunidad, mucho más los fines de semana, y se ve mayor presencia los días hábiles, ahora regresan hijos y algunos nietos llegan por primera vez. Aprovecho para escaparme a tomar notas, regreso en no más de veinte minutos y Tata Julio a los 83 años, nuevamente baja a continuar el trabajo en sus terrenos.

Esta comunidad está reconstruyéndose y reconstituyéndose poco a poco, el agua ha sido el alma, la fuerza y la energía que ha dado esperanza a todos los comunarios. La sonrisa ha vuelto y la comparten ahora como el plato de lawita con todos los que los visiten.

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