Mirna Luisa Quezada Siles
La reciente y sorpresiva cancelación de la Feria Internacional del Libro en Sucre, prevista para julio de 2025 como parte de las celebraciones del Bicentenario de Bolivia, representa una profunda herida en el panorama cultural del país. Más allá de la pérdida de un evento, que ya tenía avances organizativos significativos, esta suspensión muestra fallas graves en la gestión pública; falta de compromiso institucional y una oportunidad desperdiciada para fortalecer la identidad desde el corazón histórico de Bolivia.
David Pérez Hidalgo, gestor cultural y consultor independiente vinculado a la Cámara Boliviana del Libro, fue una voz fundamental durante toda la crisis. Desde el inicio, Pérez Hidalgo denunció que la cancelación fue comunicada de forma abrupta y unilateral por el Viceministro de Industrias Culturales, vía WhatsApp y sin una notificación oficial posterior, lo cual demostró una falta de formalidad y transparencia lamentable. Más que un detalle administrativo, esta manera de actuar implicó un atropello a los autores, editores, gestores culturales, embajadas, instituciones internacionales y público que llevaban meses comprometidos con la realización del evento. Cabe destacar que, según Pérez Hidalgo, el proyecto contaba con un avance de aproximadamente el 80%, lo que agrava el impacto material y simbólico.
El proyecto tenía como fin posicionar a Sucre como un epicentro cultural que reflejara la rica tradición literaria y artística de Bolivia, especialmente en un año tan emblemático como el Bicentenario. Esta ciudad, que durante décadas careció de una feria del libro estable y reconocida legalmente, confiaba en esta iniciativa como la oportunidad para romper con esa histórica falta. La meta era generar una plataforma anual que respondiera a las demandas de su población y a su vocación cultural. Sin embargo, la suspensión indefinida truncó este avance y profundizó la precariedad institucional, que limitó la concreción de proyectos culturales de largo plazo en Chuquisaca.
La situación trasciende el nivel local porque contamina la percepción nacional e internacional sobre la seriedad con que Bolivia aborda la gestión cultural y la organización de eventos de relevancia. La falta de comunicación oficial; la ausencia de medidas claras para compensar los compromisos incumplidos y la pérdida de confianza entre actores clave (instituciones internacionales, patrocinadores privados y gestores culturales) prueban una preocupante irresponsabilidad que podría repercutir negativamente en futuras convocatorias y alianzas culturales. Esta realidad -además- genera desconfianza sobre la capacidad del gobierno para administrar adecuadamente un evento con la magnitud y trascendencia del Bicentenario.
En contraposición a esta realidad en Sucre, otras ferias del libro en Bolivia confirman una pujanza constante y un interés creciente por la cultura literaria en diversos espacios urbanos. La Feria Internacional del Libro de La Paz, por ejemplo, está programada para realizarse del 30 de julio al 10 de agosto de 2025. Este evento, que llega a su 29ª edición, está especialmente dedicado al Bicentenario y se distingue por su consolidación y masiva asistencia, superando los 100.000 visitantes en 2024. Además, cuenta con una importante capacidad para atraer autores internacionales y un público diverso, posicionándose como el principal evento cultural del país.
De forma paralela, la Feria Internacional del Libro de El Alto (FILEA) cobró protagonismo y celebró su segunda edición del 27 de marzo al 6 de abril de 2025. FILEA significó una renovación significativa en la escena cultural, ampliando el acceso a la literatura. Con un programa de actividades que incluyó talleres, presentaciones y expresiones artísticas, FILEA contribuyó a diversificar y enriquecer la oferta cultural boliviana y también forma parte de las iniciativas del Bicentenario. Santa Cruz, por su lado, consolida una feria con casi tres décadas de historia, que favoreció sostenidamente a fortalecer el sector editorial y el hábito de lectura en una región de gran peso económico y cultural para el país.
Esta diversidad y vitalidad contrastan marcadamente con la suspensión en Sucre, subrayando la necesidad urgente de mejorar la descentralización cultural y de garantizar equidad en el acceso a eventos literarios de gran envergadura en todas las regiones. La literatura y la cultura son herramientas poderosas para la construcción de la identidad nacional, pero sólo si se aseguran espacios inclusivos y una gestión comprometida. La experiencia de Sucre revela una fractura que debe ser reparada, pues la falta de diálogo eficiente y compromiso efectivo pone en riesgo tanto eventos puntuales como el desarrollo cultural sostenible del país.
El retraso y cancelación de la feria en Sucre influyen directamente en el ambiente literario nacional: escritores pierden espacios fundamentales para presentar su obra; editoriales ven comprometidos sus planes de distribución y difusión; el público local queda privado de una oportunidad única para conectarse con saberes, historias y reflexiones que solamente una feria de esta magnitud puede ofrecer. Pérez Hidalgo expresó -además- que esta suspensión deja secuelas en la esfera económica y laboral de gestores culturales y especialistas que dedicaron meses de trabajo y de inversión personal, sin recibir respaldo ni respuesta oficial adecuada.
El proyecto inicial contemplaba que la feria se realizara en el emblemático Centro Plurinacional de las Culturas y las Artes Matilde Casazola «La Sombrerería», un espacio seleccionado por su infraestructura y simbolismo. Las fechas estratégicas elegidas entre el 6 y el 13 de julio de 2025 -pensadas para no coincidir con las ferias de Santa Cruz y La Paz- probaban una planificación inteligente, orientada a optimizar la participación de libreros y editoriales. Sin embargo, cambios unilaterales y postergaciones a último momento hicieron inviable concretar este diseño, incrementando la incertidumbre y dificultando la logística. Pérez Hidalgo señaló que las reiteradas modificaciones y la inestabilidad en la interlocución con el ministerio (los enlaces cambiaron varias veces sin continuidad) complicaron especialmente la gestión.
La tragedia más profunda de este episodio es el daño a la confianza social y cultural para ejecutar proyectos similares que necesitan continuidad, pues la cultura responde a procesos de mediano y largo plazo. Sucre demanda desde hace años un evento que legitime su patrimonio cultural y se institucionalice como feria anual. La suspensión arroja dudas sobre la voluntad política de apoyar procesos culturales descentralizados y debilitados históricamente, un punto que Pérez Hidalgo no dejó de subrayar en sus declaraciones en medios.
Este desaire institucional contrasta claramente con las declaraciones oficiales que proclaman el apoyo gubernamental al Bicentenario y los compromisos para promover la cultura. Se confirma así que el verdadero desafío radica no en la voluntad formal o declarada, sino en la capacidad real para articular políticas claras, predecibles y permanentes que ofrezcan un sustento tangible a las expresiones culturales. Pérez Hidalgo enfatizó que para fortalecer las ferias nacionales se requiere más tiempo, inversión y un esfuerzo conjunto entre lo privado y lo estatal, garantizando transparencia y compromiso.
La experiencia de Sucre permite una lectura crítica del modelo y gestión estatal en Bolivia, destacando la necesidad de promover procesos participativos donde gestores culturales, comunidades, instituciones públicas y privadas puedan construir acuerdos sólidos y sostenidos en el tiempo para evitar frustraciones que desmoralizan al sector. Proyectos culturales de esta magnitud demandan años de preparación, inversión y diálogo constante.
Cabe destacar que el recorrido de La Paz, El Alto y Santa Cruz es un ejemplo esperanzador de que Bolivia puede fortalecer su sector cultural a partir de su heterogeneidad regional y pluralidad social. Sucre, en tanto, puede ser no sólo víctima de este fracaso; sino también un referente de aprendizaje si se atienden sus demandas; se reconocen los errores y se impulsan soluciones renovadas con un compromiso serio y de largo plazo.
En los últimos dos días, las declaraciones de la Ministra de Culturas, Descolonización y Despatriarcalización, Esperanza Guevara y del Viceministro de Patrimonio e Industrias Culturales y Creativas, Juan Carlos Cordero Nina, añadieron desconcierto al panorama. Ambos reconocieron que el Ministerio de Culturas era el principal encargado de organizar la Feria Internacional del Libro de Sucre; pero argumentaron que se vieron obligados a suspenderla debido a los conflictos sociales que afectaban al país en ese momento. Esta explicación, sin embargo, fue recibida con críticas por parte de actores culturales, que consideran que la decisión se tomó de forma tardía, cuando ya existía un trabajo avanzado y compromisos asumidos con diversos sectores.
Como remarcó Pérez Hidalgo, las autoridades no hicieron nada concreto para organizar la feria, más allá de sostener reuniones de coordinación y permitir que el equipo conformado en Sucre instale una oficina en el Centro Plurinacional Matilde Casazola. Ese equipo, finalmente recogió los muebles tras confirmarse la cancelación.
Si no existía compromiso, ¿por qué alentaron viajes? ¿Por qué autorizaron el uso de espacios oficiales? ¿Por qué mantuvieron reuniones hasta hace pocas semanas? Esta incoherencia hiere la gestión cultural del país y transmite un mensaje alarmante: que los acuerdos de palabra, el trabajo adelantado y los compromisos de la sociedad civil pueden ser descartados como si nada.
Sucre merece una respuesta clara y un proceso de reparación. La cultura no puede construirse desde el abandono ni desde la negación institucional.