Hay que ser un apasionado del socialismo de billetera para creer que te va a dar inmunidad el tener una foto de perfil junto a Evo Morales, atacar como si se estuviera en un mal viaje de drogas y, para colmo, desfogarse con los objetos de los demás, sin esperar réplica. Es ridículo pensar que este personajillo, posible mal-hincha atigrado y reseñador de perogrulladas, va a intimidarme por venir a arrojarme mis libros al regazo, libros que vendo gracias a Subjetiva Editorial (ah sí, llévense caseros, está baratito) y que también me sustentan la existencia, claro, trabajo en eso, porque he preferido la producción a besar culos o amarrar huatos para subir por la escala económica azulenca.
Sucedió el jueves, como suceden cualquier clase de cosas los jueves en todo el mundo. Yo siempre fui de pocas pulgas en las redes sociales y decía lo que me parecía injusto u oportunista; el resultado es que cierta gente se molesta mucho cuando discrepo con sus postulados y, si existe un problema, en vivo lo resolvemos siempre con calma: todo lo puede el diálogo, dicen. Pocas veces me sucedió que los problemas de las redes sociales trascendieran la realidad. El jueves pasado hubiera sucedido de igual manera, pero todo problema se sustenta entre dos personas: el agresor y el agredido que responde, y si el agredido no quiere responder, el problema se vuelve acoso.
Ricardo Bajo, el pseudoperiodista deportivo y político que siempre he criticado de buena y mala manera por las redes sociales, tanto por sus opiniones fuera de lugar, como por su naturaleza política que a veces se confunde por su naturaleza servil (y sí, perdón mi lenguaje, pero les debo una disculpa pública a los jumentos, a los bárbaros y a las personas con capacidades especiales por compararlos con él), se aproximó a mi mesa en la feria al aire libre que había organizado el municipio después del Suma Lectura (realizado en la Casa de la Cultura el ante-anterior fin de semana), para intimidarme.
Yo quise saludarlo, al fin y al cabo, lo cortés no quita lo valiente; pero el susodicho, cual pirata que escapa de un país porque quizá se estaba muriendo de hambre allí, comenzó a insultarme, arrojó la guitarra de Erick Guarachi (otro autor, que en ese momento no se encontraba allí) y me dijo: “Eres un faszcsista (así lo dijo), dime de frente lo que escribes de mí en las redes sociales”, para agarrar uno de mis libros ese momento y arrojármelo, sin hacer caso de la gente que criticó su proceder en ese momento. Yo quería decirle que era un oportunista y un pobre amarillista, así, porque, como dijo un anciano vasco alguna vez: “Miedo y dinero nunca he tenido”; sin embargo, después de insultarme, de dañar la guitarra de mi colega escritor, de arrojarme uno de mis libros y hacer un alboroto al estilo de Laura en América de Euskadi, me preguntó: “¿Qué tienes contra de los vascos, cabrón?”; quería decirle que no conocía a otros vascos, conocía a gente de todas partes del mundo, gente con la que tenía una amistad muy cercana, y que yo, a no ser que tenga Alzheimer, nunca había dicho nada en contra de los vascos; pero el tipo siguió acusándome de fascista (faszcsista), sin esperar escuchar lo que tanto había pedido que yo le dijera.
Al ver que la gente que nos rodeaba comenzó a increparle semejante actuación, escapó. Yo levanté la guitarra de mi amigo y pedí que vieran mi mesa, que ya volvía. Fui a buscarlo.
Tuve que correr hasta dar con él, en medio Prado (de seguro Bajo pensó que había caído tan bajo al hacerme un escándalo, y eso le hizo huir lo más rápido que pudo); le hubiera respondido como se merecía, pero este tipejo, al verme darle alcance, contradijo el dicho ya mencionado y me demostró que, si bien yo “Miedo y dinero nunca he tenido”, él, al contrario, “Valentía y huevos nunca ha tenido”.
Me dijo, mientras le decía que era un cobarde, que volvería para saldar cuentas. Me señaló tres dedos, en ese momento eran las dos de la tarde; dijo también: “Tengo que ir a la radio y vuelvo” o algo por el estilo, no le entendí bien. Regresé con la ira acumulada y la paciencia activa, estaba listo para enfrentármele. Si quería hablar, hablaríamos, si deseaba darme un puñetazo, yo lo recibiría y se lo devolvería con gusto; no me hago líos, tampoco soy un “amarrahuatos” para bajar la cabeza ante alguien que, la Pachamama nomás sabe por qué, llegó a nuestro país, siendo que la tierra de Euskadi es más próspera que España… ¿o será que estaba con cierto mal humor porque The Strongest, el equipo al cual él sigue desde que vive acá, perdió últimamente algunos de sus partidos más importantes?
Y como supuse, no volvió.
Lo esperé hasta las ocho de la noche, ansioso por saber si personas como él cumplen su palabra.
Su palabra, ahora, me vale mucho menos que un par de huevos Caisy.
Podrá ser un pirata atigrado (mal atigrado, por cierto, porque conozco gente muy noble que simpatiza con ese equipo), un fascista que no escucha la réplica y solo ataca, un ególatra que no acepta críticas de las cosas que publica o lo que fuere, pero me parece un poco despistado que se desfogue con cosas como un libro (por suerte, ese libro ya lo vendí) y una guitarra que estaba ahí y que terminó siendo un daño colateral.
Pero a ver, vamos al punto: Hay que ser muy desubicado para maltratar cosas ajenas en un arranque de ira nacida de la impotencia. Ni que te hubiera robado alguna escudilla, che. Si te ofendí, Bajo, atácame a mí, o inténtalo si puedes; no ataques a las cosas que me dan el pan o las que son de personas que trabajan la escritura muchísimo mejor que vos. No sé si te enseñaron en la escuela (¿fuiste a la escuela cuando eras chaval?) que, si algo te molesta, pregunta primero al ofensor y luego procede; si me hubieras dejado hablar, quizá hubieras entendido el por qué para mí no eres más que un imbécil.
Soy de los que creen que todos tenemos nuestros malos días; recuerdo que alguna vez entré en arresto a la FELCC por romperles las narices a algunos tipos que me molestaron por cosas mucho menores a las que hiciste el anterior jueves, Bajo; hubiera querido que en ese tiempo me hubieras dicho o hecho algo, para responderte como mereces.
Cuando gustes, te espero y si solo quieres hablar, hablamos pues y nos vamos a un restaurante que sí sirva sus platos con llajua. Ya te dije, miedo y plata nunca he tenido, así que tú invitas; ahora si quieres resolverlo a puño limpio, con gusto haré todo mi esfuerzo de “alteño fasczsista”.
Y por favor, reponle la guitarra que rompiste a Erick, sé parte justa del proceso de cambio que tanto dices creer; sé más que un socialista de folleto.