Muy poca gente cree hoy que el mentado “proceso de cambio” del que se ufana Evo Morales y al que apela desesperadamente Arce Catacora mostrará visos de ser un proyecto exitoso. La percepción generalizada es que fue un intento frustrado que bien pudo ser el verdadero punto de inflexión entre dos momentos de la historia nacional: el del Estado Nacionalista que inauguró el MNR en 1952 y el que intentó construir el MAS.
El proyecto masista de construir un Estado indianizado era, sin duda, un acto que demandaba la naturaleza de la modernidad tardía a la que el propio proceso de transformaciones nacionalistas dio curso. Sin duda, desde cualquier perspectiva ideológica, la inclusión social que suponía lo que García Linera llamaba «indianización» era una asignatura pendiente para la sociedad boliviana. Sin embargo, si por “indianizar” se entiende habilitar los mecanismos de participación efectiva y representación real de identidades sociales excluidas de los procesos estatales, la indianización que pregonaba García Linera solo constituía una actualización de lo que, desde inicios del siglo XX, habían postulado las fuerzas tanto nacionalistas como de la naciente izquierda marxista.
Los documentos tempranos de las fuerzas progresistas de ese entonces postulaban abiertamente la urgencia de iniciar procesos de inclusión indígena y la necesidad de liberar a “los indios” del yugo feudal que los sometía desde la invasión española. Tristán Marof había hecho del eslogan “Tierras al indio y minas al Estado” la más poderosa bandera de lucha política ya a mediados de la década de los años 20 del siglo pasado. En otras palabras, si el Proceso de Cambio se apoyaba en ese postulado, mucho de nuevo no tenía, habida cuenta de que el MNR, al instalar el voto universal y crear así al ciudadano de la modernidad, realizó el mayor acto de inclusión desde la fundación de la República. La diferencia con las acciones del MAS estriba en que la inclusión que ejecutó el masismo fue real, y las del MNR, meramente formal.
A estas alturas no resulta trascendente analizar qué fue lo que pasó. Las interrogantes pasan por intentar encontrar las razones por las que el proyecto de inclusión, que fue sin la menor duda la columna vertebral del “Proceso de Cambio” masista, fue un fracaso. Personalmente, pienso que ese proyecto se quebró cuando, en un movimiento envolvente, el MAS, y particularmente García Linera (el racista mejor preparado del masismo), terminó racializando no solo el esfuerzo por incluir a los sectores excluidos desde siempre, sino también al conjunto de la política nacional.
Racializados los mecanismos de inclusión social, el Proceso de Cambio terminó como el dispositivo más eficiente de segregación racial y exclusión política y cultural. El vapuleado “Proceso de Cambio” se ahogó en las visiones de raza que no podía evitar el régimen. Así, la indianización pasó a ser una forma de exclusión, muy lejos de cualquier intento formal de integración.
Este aspecto quizá sea uno de los más relevantes a la hora de evaluar el fracaso del modelo estatal que intentó vanamente el MAS y que ahora nos pasa la factura. Estamos pagando las cuentas pendientes de un intento fallido que pudo ser realmente revolucionario y que terminó como un discurso racista en medio de una nación inscrita en la modernidad. Esa modernidad en la que las identidades han sustituido a las razas y, en gran medida, a las clases sociales; la misma modernidad que hoy emerge como ciudadanía activa.