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Sixto Sarmiento

Diario de un indigente

Yo caminé

Por estas calles

Presuroso muy de madrugada

Saludando a las calzadas somnolientas

Mientras avanzaba con la mirada perdida

Sintiendo el contagioso cosquilleo de los que aún soñaban

Yo caminé

Por esas calles

Tarareando las melodías

De utensilios destrozados en ausentes desayunos

Siguiendo el compás

De moribundas lenguas de fuego en cocinas en ayuna

Yo anduve

Rompiendo las horas de calma

Cuando las puertas cerradas

Me guiñaban sus ojos implorándome más silencio

Y las opacas ventanas aún descansaban

Acurrucadas en brazos de sus desteñidas cortinas

Yo caminé

Por estas calles, los recuerdo bien,

Intercambiando coquetas y provocativas sonrisas

Con pajarillos posados sobre enojados postes de cemento,

Donde me recostaba como sufriente amante

Para contemplar el sueño de los perros abandonados

Caminé

Y caminé

Sintiéndome entre los vagabundos uno más de ellos

Con quienes compartía las mismas heridas

Y los mismos dolores perpetrados por insaciables alimañas.

Por eso merodeábamos cargando la misma cruz por el

Gólgota de la vida

Yo caminé

Por esas calles

Cruzando a escondidas las prohibidas alfombras de sus

jardines

Entre el bullicio de quienes me enrostraban

Sus blancas pero impuras sonrisas carcajeando con sorna

A quienes mis fieles amigos les saludaba moviéndoles la

cola

Yo anduve

Siempre a paso firme

Luciendo el brillo de mis polvorientos pies descalzos

Sudando, mientras abría surcos en busca de la sagrada

tierra

Para sembrar árboles en cada espacio de mi hogar

Donde ustedes, los cuerdos, arrojaban sus desechos y

venenos

Caminé

Sin pestañear

Llevándome las manos al bolsillo y hacer el milagro de

multiplicar

Los restos de las monedas como pan en la última cena

Mientras con angurria me atacabas con tus garras de

rapiña

Para llevarte incluso sus restos oxidados

Yo caminé

Apresurado por esas calles

Intercambiando santo y seña con la cruda nostalgia de

la madrugada

Mientras sin creerlo permitía

Que el viento danzara con mis felices cabellos despeinados

Al ritmo del melancólico crujido de los panes heridos

Caminé

Si, caminé

Conjugando la sonrisa de mi estómago vacío

Con el hambre de las maltratadas calzadas

A quienes agredía con alevosía

Con mis pies de fuego lleno de filuda injuria

Aún recuerdo

Caminé siguiendo la métrica relajante

Del quejido de envalentonadas escaleras mal construidas

Mientras cada peldaño flexionaba al compás de mis penas

Y me animaban encorvando los ritmos de mi corazón

Para arribar a la cima antes que ellas

Caminé

En las tardes de verano

Cuando hospedaba gotas de sudor entre mis bolsillos

O cuando jugando a las escondidas con el sol

Aparecía cual etiqueta ajada en una botella vacía

Mientras huía como espuma de un vaso de cerveza

Caminé

Cobijándome del veneno

En mesas llena de manjares

Debajo de los puentes del olvido

Grafiando versos sobre estos ríos detenidos

Y pintando un edén para el resto de mis noches.

Caminé

Entre los míos

Hilvanando la apología de mi crecida nostalgia

Entre piedras abandonadas talladas por el desprecio

Dejando en cada rincón un sorbo de mis versos

Sobre periódicos pasados con noticias de mi pronta partida.

Caminé

En los días de reposo

Buscando el pan y vino cerca de las hornacinas de las

iglesias

Cargando maderos y clavos oxidados con una mano

Y recogiendo con delicadeza, como a pétalo de rosa,

con la otra

Los pedazos irreconocibles de mi propio cadáver.

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