Diario de un indigente
Yo caminé
Por estas calles
Presuroso muy de madrugada
Saludando a las calzadas somnolientas
Mientras avanzaba con la mirada perdida
Sintiendo el contagioso cosquilleo de los que aún soñaban
Yo caminé
Por esas calles
Tarareando las melodías
De utensilios destrozados en ausentes desayunos
Siguiendo el compás
De moribundas lenguas de fuego en cocinas en ayuna
Yo anduve
Rompiendo las horas de calma
Cuando las puertas cerradas
Me guiñaban sus ojos implorándome más silencio
Y las opacas ventanas aún descansaban
Acurrucadas en brazos de sus desteñidas cortinas
Yo caminé
Por estas calles, los recuerdo bien,
Intercambiando coquetas y provocativas sonrisas
Con pajarillos posados sobre enojados postes de cemento,
Donde me recostaba como sufriente amante
Para contemplar el sueño de los perros abandonados
Caminé
Y caminé
Sintiéndome entre los vagabundos uno más de ellos
Con quienes compartía las mismas heridas
Y los mismos dolores perpetrados por insaciables alimañas.
Por eso merodeábamos cargando la misma cruz por el
Gólgota de la vida
Yo caminé
Por esas calles
Cruzando a escondidas las prohibidas alfombras de sus
jardines
Entre el bullicio de quienes me enrostraban
Sus blancas pero impuras sonrisas carcajeando con sorna
A quienes mis fieles amigos les saludaba moviéndoles la
cola
Yo anduve
Siempre a paso firme
Luciendo el brillo de mis polvorientos pies descalzos
Sudando, mientras abría surcos en busca de la sagrada
tierra
Para sembrar árboles en cada espacio de mi hogar
Donde ustedes, los cuerdos, arrojaban sus desechos y
venenos
Caminé
Sin pestañear
Llevándome las manos al bolsillo y hacer el milagro de
multiplicar
Los restos de las monedas como pan en la última cena
Mientras con angurria me atacabas con tus garras de
rapiña
Para llevarte incluso sus restos oxidados
Yo caminé
Apresurado por esas calles
Intercambiando santo y seña con la cruda nostalgia de
la madrugada
Mientras sin creerlo permitía
Que el viento danzara con mis felices cabellos despeinados
Al ritmo del melancólico crujido de los panes heridos
Caminé
Si, caminé
Conjugando la sonrisa de mi estómago vacío
Con el hambre de las maltratadas calzadas
A quienes agredía con alevosía
Con mis pies de fuego lleno de filuda injuria
Aún recuerdo
Caminé siguiendo la métrica relajante
Del quejido de envalentonadas escaleras mal construidas
Mientras cada peldaño flexionaba al compás de mis penas
Y me animaban encorvando los ritmos de mi corazón
Para arribar a la cima antes que ellas
Caminé
En las tardes de verano
Cuando hospedaba gotas de sudor entre mis bolsillos
O cuando jugando a las escondidas con el sol
Aparecía cual etiqueta ajada en una botella vacía
Mientras huía como espuma de un vaso de cerveza
Caminé
Cobijándome del veneno
En mesas llena de manjares
Debajo de los puentes del olvido
Grafiando versos sobre estos ríos detenidos
Y pintando un edén para el resto de mis noches.
Caminé
Entre los míos
Hilvanando la apología de mi crecida nostalgia
Entre piedras abandonadas talladas por el desprecio
Dejando en cada rincón un sorbo de mis versos
Sobre periódicos pasados con noticias de mi pronta partida.
Caminé
En los días de reposo
Buscando el pan y vino cerca de las hornacinas de las
iglesias
Cargando maderos y clavos oxidados con una mano
Y recogiendo con delicadeza, como a pétalo de rosa,
con la otra
Los pedazos irreconocibles de mi propio cadáver.