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Silvia Rózsa en el eterno viaje al interior de sí misma

Márcia Batista Ramos

Silvia Rózsa Flores (1963), poeta y escritora cruceña, cuya fuerte riqueza interior rebaza a su poesía.

En todo momento, la poeta habla de su mundo interior y, al hacerlo, está aludiendo a algo dicho a propósito de la poesía y a su vez, a propósito de la vida, tal vez, de su vida (ya que las experiencias personales suelen tener carácter de universalidad).

 La poeta cruceña, habla de una distancia, aparentemente insalvable, al articular, a partir de la pérdida, sus preocupaciones reflexivas. Dejando antever la rotura entre la mirada y lo que se toca, lo que se oye, lo que se siente y que de alguna forma va abandonando.

La distancia, supuestamente insalvable, Silvia alcanza a disiparla gracias a la construcción de una intimidad, donde la poeta ordena y dispone cada objeto, cada sentimiento, de tal forma, que el lector ve ahí, no sólo las cosas, sino al habitante mismo; en esa operación poética, el sujeto lírico habla de su casa, del lugar donde habita y vive: habla de la poesía.

Al reunir los fragmentos que la componen y reconstruirse permanentemente, ante sus propias circunstancias, Silvia Rózsa, transita por el reino de los afectos disolutos, experimentando meticulosamente las vivencias de las pérdidas y escribe:

 “…Y estoy aquí, \sin el susurro \en tus ojos, \sin la ternura \y los matices del festejo \del oleaje; \sin cabalgar sobre el azul\ de la marina huella \de tu mirada, \sin la onda del néctar \sobre la piel salina, \enamorada \sin la caricia \de tus manos de espuma.\Estoy.”

Silvia Rózsa constantemente, ensaya nuevas cartografías personales, trayendo a la superficie sus relaciones afectivas. En su patria intima están el tiempo, los retratos de los que se fueron, el azul como color simbólico de la mirada de quien más amó o de quien más la amó; están los cuadros emergidos de las paredes de la memoria con trenes, paisajes, música y luz. Todo en un singular conjunto que puebla su patria íntima.

Así, al intentar describir y comprender los pliegues y despliegues del ente interior, Silvia utiliza un lenguaje altamente poético. Aun cuando opta por dirigir su mirada a elementos exteriores o urbanos, es la mirada interior la que prevalece. Tal vez, porque Silvia logra, como pocos poetas, vivir dentro de la poesía, entonces, lo único de lo que puede hablar es de esa vida interior:

“El aroma de la arena mojada \vuela para traerme esa nostalgia \ya casi congelada. \Esa nostalgia que sólo resucita cuando \las calles tienen el resplandor de los neones \en sus aceras y la gente corre a refugiarse \de los recuerdos y es entonces cuando mi \cuerpo se estremece de memoria y no \comprendo si esa añoranza es real o imaginaria, \si la lluvia que desparrama alegrías o tristezas \sobre las calles de la ciudad, \es un llamado, es un alto o simplemente \una tormenta que luego traerá calma, mucha calma \a la ciudad convertida en ríos.”

Silvia se muestra siempre capaz de crear e invocar el poder de adaptación que tiene el ser humano, para afrontar cada nuevo reto, cada nueva etapa que la vida le depara, sumado a los recuerdos propios, los prestados y a sus gestos, los ajenos, ya que la palabra poética es siempre un pequeño momento que vivimos y revivimos a partir de imágenes, que uno ya no sabe si son propias o prestadas.

Las incursiones que la poeta emprende hacia sus adentros, corresponden a su reino de la poesía y revela:

“Ahora que yaces a mi lado \que acaricio los dibujos de tu espalda \y mis ojos juegan con tu risa; \Ahora que miro el horizonte, \que mi sello guarda \cruzadas y huracanes; \Ahora que el Sol se pierde entre \las palmeras y los bosques del abuelo; \Ahora sé, \que la quimera no me pertenece, \que el invierno transparente \llegó para quedarse \y que mi alma cansada \busca tu regazo palpitante.”

El intimismo y otros aspectos revelados en la poesía de Silvia Rózsa, como la intimidad exterior, y ese tono diferente de lo común que emerge para exteriorizarse mediante dos operaciones muy singulares: revelándose sin hablar y ocultándose sin callar.

Así, en todo momento, la escritura de Silvia está destinada a ansiar comprender y nombrar aquello que la excede:

“Estoy habitada por seres de maíz y de arcilla \por hombres de lanzas y pies nómadas, \por mujeres de Violeta y hombres de puño y grito; \habitada por espuma salada y esquimales inviernos \por palmeras reacias al viento \por truncados sabores de infancia \por rostros sin nombre \por dolor en las huellas \por     en el alma \habitada \por ausencias \siempre.”

De modo que el objeto que pertenecía al mundo, como la generalidad de cosas, ha pasado a ser parte de la experiencia personal de la poeta vuelta hacia afuera, que comparte con cada uno de nosotros, en el momento que la leemos; y por eso mismo, participamos de un instante de comunión poética:

“La lluvia limpia \el último residuo \que tercamente \se empeñaba \en seguir adherido \a mis cristales. \Ahora, \la claridad. \me deja ciega \de recuerdos.”

Si bien, el lenguaje poético gira en torno a argumentos de la interioridad de la poeta, eso se debe a que Silvia Rózsa vive dentro de la poesía, como dentro de algo que la excede y no que ella maneja a su complacencia:

“Te propongo habitar \en una de las parcelas \de tu corazón, \no por meses, ni por años, \tan sólo por escasos días, \ (si quieres, horas). \Puedes alquilarme una o dos, \no sé en cuánto espacio \cabrán las caricias \que urgen de ti. \Tan sólo permite habitar \una que yace \agrietada de la vida \y que urge de mí. \Tan sólo, permítelo.”

Además, su poesía es rica en hallazgos con variada temática; siempre haciendo gala de su humanidad y de su perfección artística, justificando la clave poética de su obra que es un eterno viaje al interior de sí misma.

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