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Siles esencial

He dedicado unas horas de lectura al libro Sobre un barril de pólvora, de Rafael Archondo e Isabel Siles, que ha salido a la luz unos meses atrás. Sólo puedo recomendar detenerse en ese texto. Varias son las razones.

El documento recorre la vida fructífera y compleja de uno de los protagonistas de nuestro país desde su nacimiento, su familia, su entorno, y las varias etapas intensas en las que jugó sus fichas. Siles atravesó por los principales episodios del siglo XX (la Guerra del Chaco, la Revolución, las dictaduras, la democracia), fue un eje en los hitos que nos construyeron. Pero está lejos de una hagiografía, el libro nos muestra un hombre en conflicto, tan prisionero de su tiempo como destructor de sus barrotes.

La obra está muy bien documentada y escrita con la fluida pluma de Archondo que sabe combinar la claridad periodística con la argumentación académica, nutrida de documentación histórica. Además, se comparte decenas de fotografías que no ilustran, construyen el ambiente de época.

Debo confesar que no he podido desprender la vida de Siles de la de mi propia familia. He visto en los 60 la interacción con mi abuelo, el General Hugo Suárez Guzmán (hay una foto suya), y con mi padre Luis Suárez que fue asesinado en 1981 buscando democracia. Mientras lo leía, recordaba las conversaciones con mi abuelo que también fue al Chaco, o su interpretación de las Fuerzas Armadas y los acontecimientos de 1964, o los momentos en los que Lucho participaba en movilizaciones en 1980.

Pero hay más. Lo leí, claro está, desde este mundo de desolación, mediocridad y mezquindad política en la que estamos sumergidos en la actualidad. Lo leí, pues, con cierta nostalgia por un pasado igual de conflictivo -nada nuevo-, pero con vocaciones y opciones de otro tipo. Cierto: vivimos un tiempo donde los que controlan el poder (a uno u otro lado del espectro ideológico) se empeñan en mostrar que sólo hay dos caminos, los buenos o los malos, amigos o enemigos, patria o muerte. Siles nos enseña una pasión democrática que no evita el conflicto, que no lo niega, que sabe que este es un país complejo con múltiples aristas y tensiones, pero donde es posible encontrar salidas democráticas, negociadas.

Lo resumen bien los autores en las últimas páginas: “En Siles detectamos un trayecto que va acumulando por capas: su aversión temprana a la violencia, su rechazo a las conjuras elitistas alrededor de los cuarteles, su opción por la insurrección y el complot militar sólo cuando todas las opciones del orden civil se han agotado, su convicción democrática. Es la maduración sostenida de un talante conciliador y fraterno, pero no por ello, cómodo y menos aún conformista”. Cuando escucho al presidente chileno decir que “hay que resolver los problemas con más democracia, no con menos”, me parece estar oyendo a Siles en los momentos más duros de su gobierno en los 80; cuando el mismo Boric sostiene que “la democracia se debe respetar especialmente en elecciones libres cuando gana aquel con quien no estoy de acuerdo y los derechos humanos son avances civilizatorios que deben ser respetados (…). Fuera de la democracia no hay libertad ni dignidad posible…”, siento que está encarnando la vida política de Siles.

Sucede que en realidad el testimonio de Siles, y creo que el libro lo demuestra, es un manifiesto de una democracia progresista construida desde nuestra historia, pensada desde el siglo pasado, con vigencia para el nuevo siglo. Es una agenda posible para el futuro. Si existe una izquierda democrática nacional -sabemos que en realidad está extraviada-, debería volver a las enseñanzas de Don Hernán que con enorme sabiduría supo respetar y defender la democracia aún a costa de perderlo todo. Su proyecto en el último período de su vida fue la democracia; nada por encima de ella, nada que la someta, que la tuerza, que la disfrace.

En la historia boliviana hay personajes que apostaron a la democracia -desde las izquierdas o las derechas-, y que dejaron grandes frutos. Hoy sólo brillan los radicales guerreros sedientos de venganza y odio que ocultan aquel legado democrático que no les beneficia, que devela que su sendero no es el único. En el escenario de los polos -por cierto, idénticos-, los señores de la guerra olvidan que hay otros caminos que privilegien el encuentro, la construcción, la democracia de los diversos. En fin, Siles nos recuerda que otra política es posible. No hay que olvidarlo.

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