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Sesión de brujería

Sagrario García Sanz

Todo estaba listo para la sesión de brujería. Tenía la marmita al fuego y el punto de cocción estaba cercano, en la mesa de al lado había dispuesto los ingredientes necesarios: un mechón de pelo del príncipe, dos huevos podridos, seis ancas de rana, una cola de ratón y, por supuesto, no podía faltar el habitual ojo de tritón.

Tras ver la primera burbuja en el agua, fue echando uno por uno los ingredientes en el escrupuloso orden establecido mientras sofocaba una arcada por el pestilente olor. A continuación, leyó el hechizo en voz alta y a un ritmo pausado y, cuando el caldero relució tres veces, movió y removió el contenido durante una interminable hora con el hueso de una pata de cabra.

Transcurrido ese tiempo, se limpió el sudor de la frente y bajó el fuego, ya no lo debía volver a tocar en las cuatro horas siguientes en que cocería a fuego lento, así que salió al exterior de la choza a respirar aire fresco. La oscuridad de la noche la recibió con esa tranquilidad que solo se disfruta en la profundidad del bosque y donde las lechuzas parecían las únicas que pugnaban con el viento por romper el silencio.

Una vez finalizado el proceso de elaboración, coló el contenido y lo depositó en un recipiente de barro que colocó en el alféizar de la ventana. El tiempo de reposo era de un día a temperatura ambiente. Al día siguiente por la noche machacó la mezcla en un mortero de piedra iluminado por la luz de la luna llena que entraba a través de una pequeña claraboya; por suerte y a diferencia de lo que se pudiera esperar, el olor resultaba mucho más tolerable. Observó el resultado con satisfacción: parecía un puré de verduras bastante concentrado.

Tras recordar lo que le había costado conseguir el maldito el ojo de tritón, la bruja sonrió pensando en que el esfuerzo había merecido la pena. El mechón de pelo había sido lo más fácil, el pobre príncipe perdía su melena a marchas forzadas, dejaba el sofá como si tuviera en casa media docena de mascotas peludas. Ahora solo quedaba convencerle de que se pusiera el emplaste sobre la cabeza para revertir su gran problema de alopecia. O eso, o hacer un viaje a Turquía para un implante capilar.

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