A pesar de aquella cínica, pero relativamente acertada declaración de Goebbels, mano derecha de Adolf Hitler, que decía: “Miente, miente, que algo queda”, existen mentiras que tarde o temprano efectivamente quedan… pero al descubierto. Por lo tanto, es absolutamente probable que, en materia de política, sobre todo en nuestro medio, las mendacidades del Gobierno de Evo Morales–Álvaro García Linera de a poco, y en una suerte de dosificación estratégica, vayan develándose por los mismos militantes, partidarios o autoridades actuales (que formaron parte de ese régimen).
No es novedad para nadie, entonces, saber que García Linera no tiene ningún título ni grado académico, ni que el conocimiento que pudo haber adquirido se deba a un empirismo al que no le debió acompañar la más mínima honestidad. Mucho menos creíble fue la infantil explicación que en su momento dio en sentido de que nunca se había fijado en su documento de identidad en que fungía como licenciado en matemáticas, en sus documentos epistolares o correspondencia oficial, firmando como licenciado. Pero todo ello no pasa de ser simples tonterías.
En consecuencia, en los últimos días, Evo Morales, quien por años durante su mandato calificó a quien fuera su más inmediato acompañante como insustituible, ahora no solo lo deja de lado y confirma lo que es de dominio público, sino que confiesa haber sabido que desde que se denunció tal mentira, él la supo. Sobre el particular, García Linera manifestó varias veces, y con descaro, que él nunca había afirmado ser licenciado y que no era responsabilidad suya que el resto del mundo lo calificara como tal (existen videos en los que de forma vehemente dice ser un “licenciado en matemáticas”).
Pero ese hecho es sólo una muestra de la mentira que fue el Gobierno de Evo Morales. Es sabido que cuando un aparato político hace de la verdad su bandera, cuando dice hablar desde la verdad, es cuando más miente, como la falsedad de las nacionalizaciones, muchas por las que hoy el país debe pagar astronómicas sumas de dinero en calidad de indemnizaciones a las empresas afectadas. Es decir que se despojó a varias transnacionales de la explotación minera de manera totalmente ilegal e irresponsable, para luego entregarlas a otras con el agravante de los daños ambientales que hoy sufrimos los bolivianos por la indiscriminada explotación. Y la verdad es que, independientemente de esas mentiras, el blindaje de nuestra economía, aquello de mandar obedeciendo al pueblo, gobernar sin un solo muerto, respetar a la Madre Tierra, jurar obediencia a la Constitución Política del Estado, reformar la justicia y tantas otras cosas, hacen ver con claridad meridiana la conexión que se ha instalado entre la política y la mentira, pretendiendo hacernos sentir como tontos al pensar que hemos creído en sus embustes, lo que nos lleva más bien a esperar, que el Gobierno de Morales todavía nos reserva grandes sorpresas que permanecen ocultas y que sólo un gobierno serio destapará. Entre tanto, que la Defensoría del Pueblo es un organismo independiente del poder político o que la Procuraduría del Estado es una institución que ha servido al país, son mentiras que algún día caerán. Mientras tanto, el nivel de daño de tanta mentira aumenta y afecta algo más profundo que nuestro deseo de tener políticos transparentes, porque las acusaciones y los reproches de un lado y del otro, que en el pasado eran una unidad aparentemente indisoluble, están siendo utilizados por ellos para ocultar problemas mayores. Los ataques entre circunstanciales contrincantes en realidad están evadiendo la discusión sobre lo fundamental: el foso en que se halla la justicia y el abismo al que en picada la economía se dirige. Y la razón para ello es que, en el fondo, “radicales” y “renovadores” son lo mismo.
Pero volviendo al principio: la repetición sistemática de las mentiras de los políticos puede —cuando menos temporalmente— construir un nivel de credibilidad y propagación amparados en un apoyo que de a poco se va diluyendo. En algún momento se levantarán los obstáculos para la averiguación de todas las verdades.
Augusto Vera Riveros es jurista y escritor