Maurizio Bagatin
El hombre natural de Rousseau es la trasformación del mito del buen salvaje en ideología política. En unos de sus más lúcidos textos, Hannah Arendt criticó la Revolución Francesa por diluir la libertad en la liberación del pueblo de la pobreza. En su ensayo Sobre la revolución, publicado en 1963, Hannah Arendt compara la Revolución Americana con la Revolución Francesa para mostrar cómo dos procesos que buscaban la libertad tuvieron resultados diferentes. Hannah Arendt consideraba que la libertad debía ser el objetivo de la revolución, y que lo político debía separarse de lo social para no depender de la necesidad. En cambio, la Revolución Francesa convirtió la satisfacción de las necesidades en el objetivo principal de la revolución.
Saartjie nació en 1789, perteneciente a la estirpe Griqua (del gran pez) del pueblo Khoisan, los más antiguos seres humanos establecidos en África austral, los que fueron bautizados por los invasores europeos, hotentotes o bocimanes (hombres del bosque), pero por ella no fue abatida ninguna Bastilla. El 14 de julio de 1789, a raíz de la proclamación de los Derechos del Hombre (escalofríos recorre por el cuello de Arthur Rimbaud…), en los festejos del Campo de Marte había participado también un negro. Lo que un Robespierre resonante aclamaba, el tempo y su gente borrará. El destino de la Venus de Hotentote fue solo racismo y su arte por la sobrevivencia. Sara Baartman, una mujer esclavizada africana, fue exhibida en Europa como fenómeno de circo, y fue portado a la luz gracias a un extraordinario estudio publicado en los años ochenta por Stephen Jay Gould, con algunas reflexiones sobre la historia natural, en las que incluyó en el capítulo La Venus Hotentote sus percepciones sobre cómo encontró los restos de Sara en el Musée de I´Homme.
“El llanto de siglos/inventado en la esclavitud/en histeria de dramas negros almas blancas perseguidas/y espíritus infantiles de África/las mentiras llantos verdaderos en sus bocas” -Agostinho Neto-
Una engatusadora sourciere de Bertoua una noche me invitó una copa de vino de palma, mirándome fijamente, sin soltar sus enormes ojos negros de los míos. Fiebre y escalofríos, temblor en todo el cuerpo. El este de Camerún está lleno de leyendas. Bajo un árbol de mango se reúnen los viejos del pueblo y empiezan a narrar, amor y muerte son los eternos argumentos -como en la literatura- que acompañan las largas tardes caniculares. Los más viejos recuerdan Cartago y las ceremonias ancestrales, o de cuando Shaka Zulú se hacía al payaso para embaucar a las jovenzuelas de la aldea. Los más sabios hablarán de magia y de rituales religiosos, de lo que ahora es sincretismo de la modernidad. No importa la distancia, no tienen mucha relevancia los nombres y los hechos, lo que cuenta es la narración, el tiempo que fluye bajo la sombra del sempiterno árbol de mango, la magia de la narración, de la memoria oral de un entero pueblo.
Ahora Saartjie, Sarky, la pequeña Sara, ha vuelto a su pueblo natal, ha vuelto a su tierra, lo pidió Nelson Mandela, y lo cumplió François Mitterrand. La vergüenza humana de haberla hecho objeto de los aberrantes zoos humanos del siglo XIX terminó con su trágica muerte, tal vez causada por la sífilis o por una violenta cirrosis al hígado, por cierto víctima de un atroz espectáculo. Kafka nos narra, en uno de sus despiadados cuentos, Informe para una academia: “Excelentísimos señores académicos: “Me hacéis el honor de presentar a la Academia un informe sobre mi anterior vida de mono. Lamento no poder complaceros; hace ya cinco años que he abandonado la vida simiesca”. Y al final nos recuerda: “Por las noches casi siempre hay función y obtengo éxitos ya apenas superables. Y si al salir de los banquetes, de las sociedades científicas o de las agradables reuniones entre amigos, llego a casa a altas horas de la noche, allí me espera una pequeña y semiamaestrada chimpancé, con quien, a la manera simiesca, lo paso muy bien. De día no quiero verla pues tiene en la mirada esa demencia del animal alterado por el adiestramiento; eso únicamente yo lo percibo, y no puedo soportarlo”. Kafka es siempre el interlocutor entre nosotros y nuestros espejos, entre nuestros orígenes y nuestros abismos.
De la historia de la vida de Saartjie quedan muchas publicaciones, una película y una tumba en su pueblo natal. Un filósofo como Ernest Cassirer en su monumental obra El problema del conocimiento en la filosofía y en la ciencia modernas trata en algunas páginas del porque un médico investigador como Georges Cuvier se interesó de los tratos somáticos de la Venus Hotentote. El positivismo era la filosofía y el racismo era el común denominador de todas las sociedades de la época. Cuvier pasa de una descripción de los huesos nasales de Saartjie: “Desde este punto de vista, nunca he visto una cabeza humana más parecida a la de un mono”, al análisis del fémur, afirmando su “carácter de animalidad” y añade: “Sobre todo, ella tenía una manera de gruñir los labios idéntica a la que hemos observado en el orangután”; el intento es claro, en el ‘800 los Hotentotes “competían” solo con los aborígenes australianos por el último escalón de la escala humana, justo encima de los chimpancés y los orangután. Pero, observaba Stephen Jay Gould, que en sus memorias Cuvier repite muchas veces que Saartjie era una mujer inteligente, bien proporcionada, con una memoria excelente, hablaba bien el holandés, con buenas nociones del inglés y que estaba aprendiendo el francés poco antes de morir. Incluye una curiosa observación: “Su espalda, su hombro y su pecho tenían gracia y poseía una main charmante”. Evidentemente las dos cosas convivían en Cuvier, que Saartjie fuera graciosa y al mismo tiempo animalesca.
Negritud negada, Saartjie es el silencio de las colinas, la inmensidad de la sabana africana, es una poesía de Senghor: “Il me faut le cacher au plus intime de mes veines/l’Ancêtre à la peau d’orage sillonnée d’éclairs et de foudre/Mon animal gardien, il me faut le cacher/Que je ne rompe le barrage des scandales./Il est mon sang fidèle qui requiert fidélité/Protégeant mon orgueil nu contre/Moi-même et la superbe des races heureuses…”. (Tengo que esconderlo en lo más íntimo de mis venas/el Ancestro a cuyo tormentoso refugio solo llegan truenos y relámpagos. /Mi animal protector, el tótem mío, tengo que ocultarlo, /porque no quiero romper las barreras del escándalo, /no quiero abandonar la prudencia del mundo ajeno. /Él es mi sangre fiel que demanda fidelidad, /protegiendo mi orgullo desnudo contra mí mismo, /y protegiéndome contra la soberbia de las razas felices.)