Vano es darse el beneficio de la duda sobre el futuro del país antes de entregarse a los brazos de Morfeo cada noche, agotados por horas de cavilación inquieta, pues al despertar, sin haber comenzado a golpear la sensibilidad las noticias, las evidencias de la catástrofe estructural de Bolivia llegan en simples percepciones producidas por el solo hecho de vivir, y los ánimos se desploman. Hoy peor que ayer y pero menos que mañana.
Da lo mismo que sea lunes, miércoles o sábado; mañana, tarde o noche; en Santa Cruz, La Paz o Tarija. Las facturas por el latrocinio han sido emitidas contra todo tiempo y lugar, y están siendo pagadas en cuotas más elevadas, sin plazo adicional ni negociación posible. Por fuerza. Con elevación de precios y carestía de artículos. Con desesperanza y angustia como únicas certezas. Es que se cosecha lo que se siembra.
Hay bloqueo general e indefinido, no de caminos: del país entero y no sólo están varados los motorizados por falta de combustible, sino la producción, la iniciativa y la esperanza, porque lo que es de todos fue expropiado en su beneficio por los militantes del “proceso”, del MAS, “Instrumento Para la Sustracción del Patrimonio” (IPSP) en todas sus versiones; y lo que es privado, está agonizando por la asfixia que ellos mismos le provocan.
Así es: no hay combustible porque no hay dinero; no hay dinero porque el que hubo gracias a los “neoliberales” y a los precios internacionales de las materias primas, se lo cargaron en despilfarro y corrupción, y el que pudo haber no habrá porque “lo que natura no da, Salamanca no presta” y a la canalla, esa sin intuición ni entendimiento para hacer otra cosa que no sea medrar de lo que otros producen con su esfuerzo y su creatividad, tampoco le importa. Seguirá hurtando los aportes de los trabajadores activos y jubilados, y seguirá contratando préstamos a diestra y siniestra para dilapidar y embolsillarse lo que pueda.
Además, la canalla quiere miseria porque es aliada de la opresión, como lo demuestran Cuba y Venezuela. Claro, la gente hambrienta es menos peligrosa. Se preocupa de hacer colas, de agarrar lo que pueda para distraer el hambre o, finalmente, de esperar la muerte. Lo único que cuidan los socialistas del siglo XXI es que la oposición esté dividida para no tener que molestarse en hacer un fraude más grande del acostumbrado, y eso no es muy difícil.
Catástrofe de proporciones sospechadas ya al inicio de los discursos falaces sobre el pasado para la instalación de enero de 2006 como el arribo de la maravilla de maravillas, con la llegada de un redentor encargado de conducir al pueblo a la tierra prometida; individuo dueño de ventajas comparativas identificadas según los cánones del postmodernismo: su probada destreza en el autoritarismo sindical bajo riguroso entrenamiento a la cabeza de los productores de la materia prima de la única industria floreciente en el país; su elevado orgullo por su falta de información y escasa comprensión, lucidas cual pruebas de idoneidad para mandonear sin límite ni consideración a nada ni a nadie; su relativismo moral completo, garantía de actuación bajo el principio de “todo vale”; además, inagotables complejos, resentimiento y angurria de poder. Modelo de su insignificante elegido, prueba de que los títulos universitarios no acreditan nada.
Catástrofe con el hundimiento de la economía por el extractivismo depredador, la improvisación y la corrupción de proporciones insospechadas, rasgos inherentes del modelo estatista fantasmal “pluri” operado por el séquito de adláteres abusivos e incompetentes, haciendo lo que les viene en gana impunemente. Catástrofe con el hundimiento de la institucionalidad y la legalidad, condiciones propicias para el reinado de la arbitrariedad que siembra y cosecha anomia; donde el crimen no es aliado sino parte del aparato monopolizador de la fuerza para la imposición de su voluntad, garantizando sus cuantiosas ganancias a costa de la vida y las vidas, envenenando las aguas de los ríos, incendiando los bosques, asesinando la fertilidad de los suelos y la biodiversidad. A costa de las haciendas también, avasallando las propiedades de la gente. Catástrofe con el hundimiento físico del territorio bajo los azotes de la naturaleza en fase de desahogo de su furia contenida, haciendo desplomar montañas y desbordar ríos, ante la impotencia de la gente y la negligencia y la incapacidad del ejército de bur(r)ócratas iletrados, diseñadores y ejecutores de los caminos partidos y puentes caídos.
Así está Bolivia en 2025, moribunda en vísperas del Bicentenario de su fundación, rumbo a las cavernas asida de las manecillas del malhadado y simbólico reloj choquehuanquesco. Es tiempo de frenar en seco esa carrera suicida, con todas sus consecuencias, para conquistar la oportunidad de ir hacia el futuro. En las urnas y en calles, demostrando de qué estamos hechos. Con o pese a los aspirantes a la presidencia que parecen víctimas de un sortilegio que les impide ver más allá de sus narices.