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Rodrigo Paz Pereira: Una hipótesis de trabajo

Christian Jiménez Kanahuaty

No es tiempo de pensar en la segunda vuelta electoral, ni tampoco en el margen entre el primer y el segundo candidato que resultaron virtualmente ganadores de las elecciones del 17 de agosto de 2025 en Bolivia.

Lo que es llamativo es el criterio general de los analistas sociales, que al conocer los datos reconocieron que el motivo del porqué de la aparición de Paz Pereira se resuelve por la formula de que “la ciudadanía pide un recambio”.

Pensar en el recambio implica generar renovación y movimiento tanto de los nombres como de las maneras de hacer política. Paz Pereira no es un desconocido en el campo político boliviano, tampoco lo que es Jorge Quiroga. Mucho menos el debate, la campaña y los slogans son nuevas prácticas de hacer política. Y no se puede decir que los partidos políticos sean organizaciones nuevas en la arena donde se pugna por la representación política.

Entonces lo primero que revela un análisis de estas características es la insuficiencia de sociólogos, politólogos y analistas políticos. La insuficiencia en las herramientas con las que leen la realidad, la analizan y la sintetizan bajo la forma de un análisis concreto. Pensar que estas elecciones y sus resultados responden solamente al deseo ciudadano de recambio es hilar con viejos hilos prendas de vestir para alguien que ha crecido en el camino. No se ajusta a la realidad ni mide el contorno del cambio.

Esto no es en todo caso paradójico del estado de situación que vive la política en el país. Es más bien, su síntoma. Toda vez que la democracia representativa se llenó de adjetivos: participativa, intercultural, ampliada, plurinacional. La realidad empezó a mostrar un matiz poco visto en la vida política del país. El debate social y político se circunscribió hacia una clara identificación sobre quiénes detentaban el poder y quiénes controlaban el gobierno.

Pensaron las ciencias sociales sobre la base del líder, caudillo y autoridad gubernamental. Lejos de rebatir la figura protagónica del proceso de cambio, las ciencias sociales, construyeron toda su reflexión sobre los discursos y prácticas que éste daba por medio de sus declaraciones.

Pero además las ciencias sociales se envalentonaron pensando las dimensiones técnicas de la plurinacionalidad. Pensaron bajo la agenda que el gobierno establecía. Pocas veces se desmarcaron del guion establecido por los operadores políticos. A cada acción gubernamental devino una reacción académica. Y en ese sentido, las ciencias sociales y humanas perdieron su capacidad creativa y predictiva. Se encargaron de fortalecer el proceso de cambio o de criticarlo desde fuera.

El acompañamiento crítico duró una gestión, hasta diciembre de 2010. Luego de ella, de a poco vino cierto afán de UDPizar del proceso. La crítica fue interna, y por pugnas de poder más que por modelos de país. Si bien la Asamblea Constituyente fue el espacio que se pensó para resolver los lineamientos del país, sirvió más que todo para gestionar un problema de hegemonía al interior del gobierno y más que todo al interior del Pacto de Unidad.

De ahí en más, el gobierno eligió sus propios sujetos políticos con los cuales interactuar para organizar y gestionar el territorio y sus recursos. Estableció jerarquías al interior de las organizaciones sociales tanto de tierras altas como de tierras bajas. Mientras eso sucedía, las ciencias sociales continuaron preguntándose si era posible un gobierno de los movimientos sociales o qué pasaría con el mestizaje y el racismo en Bolivia. Temas sin duda importantes, pero no como para sostenerse sobre ellos a lo largo de un nuevo quinquenio.

Pensar que es necesaria en el imaginario de la ciudadanía una consigna como la renovación es pensar el presente con los marcos interpretativos del pasado. Es pensar una vez más cómo se descompuso el gobierno de los movimientos sociales y no perfilar el país de aquí en adelante.

Al hacerlo -sin querer-, los analistas políticos confunden más a la población porque simplifican el debate y tercian por la solución más fácil: la ciudadanía está cansada del viejo modo de hacer política y por ello elige a un candidato que ha demostrado que con poco puede hacer mucho.

Reducir la política a esa consigna es nociva para el debate político. Porque el debate político que se avecina es técnico en dos sentidos. El primero de ellos tiene que ver con la política fiscal y con la manera en que se generará la organización de la política monetaria, que se traducirán en el modo en que se recaudarán los impuestos y el accionar que guiará el gasto, ahorro e inversión en su dimensión pública. Pero esto nos lleva a un segundo y nuevo escenario que es en realidad el más importante. La capacidad política del anterior gobierno fue adecuar todas las decisiones políticas, culturales, económicas y sociales sobre la base de un cuerpo legal determinado por la confección de lo plurinacional. Este cuerpo legal llamado Constitución Política del Estado, marca el destino de los recursos, la administración del suelo y del binomio tierra-territorio y, por tanto, de los recursos naturales y el modo en que las poblaciones y nacionalidades indígenas interactúan con el gobierno y con el Estado.

Pero también la Constitución consolida la administración, gestión, industrialización y comercialización de los recursos. Al tiempo, identifica derechos y obligaciones, luego identifica atribuciones entre los órganos del poder político y establece el patrón de acumulación y el sistema económico por el cual se organizarán las empresas estatales con el fin de indicar la factibilidad que existe al momento de intentar pensar y programar la sustitución de importaciones como manera de transformar el modelo de desarrollo.

Estos pasos son sólo algunos de los que todo gobierno establece para generar recursos, rentas, inversión y ahorro. Todo este proceso sostiene el gasto público sin recurrir al préstamo y endeudamiento.

Ahora, lo que el modelo de 20 años en el país hizo fue sustituir el debate económico por el debate político de la representación y la participación de sectores vulnerables y olvidados de la población. La lucha fue por el reconocimiento y la identidad y no por la vinculación al desarrollo. Cuando se habló de créditos o de ahorro o de inversión, el debate terminó siendo político y no técnico. Se debatió sobre el modo en que se gestionaban las licitaciones y los porcentajes de ganancia. Pero no se interesaron en cierto modo las ciencias sociales, sobre el impacto tanto macroeconómico como microeconómico que tendría en el corto y largo plazo. Lo que se traduciría en por ejemplo, el tipo y alcance de los impuestos, el uso de los recursos para gasto corriente, políticas de empleo y vivienda, fortalecer el sistema de salud o generar infraestructura vial. Estos elementos no hacen sólo a un modo de administrar el dinero recaudado, sino que establece la fisonomía de un gobierno.

Este debate estuvo ausente porque se creó la consigna de que la pugna étnica, racial y en cierto sentido, también de clase, era más importante que la definición de las variables con las cuales entender inversión, ahorro y gestión del excedente. Qué hacer con las regalías se convirtió en una cuestión política que ni siquiera el Censo de población y vivienda pudo resolver.

Pensar en la renovación como eje del voto de Paz Pereira es desplazar una vez más el debate. No es posible pensar un nuevo modelo de país si antes no se enfrenta un proceso de reorganización constitucional. Y este debe ser el eje de toda discusión. La renovación no viene por el rostro o la sigla del candidato, viene por el tipo de política fiscal que ofrece. Por el modelo alternativo de desarrollo que plantea al país para que pueda resolver le desigualdad social y la distribución del excedente.

Pensar en la política como un acto de renovación sólo en términos de composición del campo político es no identificar la demanda económica en la población. Las ciencias sociales han jugado demasiado tiempo en el terreno de la representación y de la identidad y han olvidado que ellas son herederas de la economía. Que es la economía la que decide al final el modo en que la política funciona o no. Toda crisis política se resuelve cuando se cambia un gabinete o se genera una nueva ley, pero una crisis económica corre como pólvora detonando todos los espacios de toma de decisiones hasta que renueva toda la estructura administrativa desde sus cimientos.

El debate sobre el presupuesto, sobre liquidez y uso de los recursos naturales y el modo en que se gestionarán las empresas estatales es el que está en juego. Y por ello el voto fue fracturado. Primero migró de un candidato a otro. En segundo lugar, dejó a la vieja izquierda en un lugar desfavorable mediática y políticamente. En tercer lugar, estableció que la representación cultural ya no es suficiente para administrar un país. Por ello, el escenario marca un balance sobre el sentido de la economía. Bonos, prestamos, inversión, ahorro, gasto público, son sólo algunas de las palabras que han hecho sentido en la ciudadanía y esas palabras han estado ausentes en el análisis de los analistas.

La ciudadanía piensa con el bolsillo, mientras que ciertas ciencias sociales todavía están pensando a través de la vestimenta. Cierto que la capacidad adquisitiva marca el tipo de vestimenta que se porta. Y cierto que lo económico define el lugar en la estructura social. Pero eso no implica que haya una sobredeterminación de lo económico por sobre lo ideológico y lo político, porque pensar aquello sería volver a desplazar el debate de su centro.

Lo que pasa es más bien la suma para nada aleatoria entre economía y política. Y aún más, y que recuerda a un libro clásico de la sociología. Este momento es la suma entre economía y sociedad. Entendida la sociedad no sólo como la agregación cultural y territorial de la población que vive en un territorio político y nacional. La sociedad en esta vertiente es la capacidad de organizarse para resistir una crisis sanitaria, primero, y luego económica. Sociedad en el sentido de aspiraciones, metas y apropiaciones que van desde las profesionales y familiares, hasta las medioambientales y energéticas. Sociedad en el sentido de ejercicio constante de derechos y obligaciones, desde las tributarias hasta las festivas. Sociedad en el sentido de rechazo a un modelo de país que se vislumbra agotado, contradictorio y sin salida. Y economía como forma en que se gestiona la creatividad social que produce mercancías para convertirlas en bienes de uso o de cambio. La producción, la tecnología, la innovación, la seguridad para los beneficiarios de bonos, rentas y asistencias sociales, están por tanto en disputa en cada fase del modelo económico, y todo está relacionado entre sí.

Cuando traducimos estos parámetros a través del resultado electoral que converge con cierta decisión política no es sólo el desencanto por el partido de gobierno. Tampoco es una negativa hacia todo lo que provenga de la izquierda como fuerza política. Es una sanción hacia la izquierda tal como gobernó el país en estos 20 años. Esto no es simple renovación. Es imaginación social. Porque lo que no han visto los analistas políticos es que ambos candidatos han ofrecido no una renovación, sino esquemas previos sobre cómo hacer funcionar un Estado. Están entre el viejo tratado del neoliberalismo y el no tan antiguo estado de bienestar. Entre la libertad absoluta del mercado y el intervencionismo. Y esto no es renovación. Porque también el partido de gobierno osciló entre ambas tendencias en distintos momentos de su administración. Lo que sucede es que ahora los candidatos resuelven esas medidas desde el inicio. Entre un liberalismo salvaje y uno atenuado o de centro izquierda moderada.

Hay que recordar que el MAS en su segundo periodo también tuvo estas influencias en su interior y ellas le permitieron gobernar tanto en Santa Cruz como en Tarija y Cochabamba. Y tener respaldo en El Alto, en La Paz y Potosí y otras regiones del país. Ahora lo que sucede es que el país económicamente está igualado debido a la crisis traducida en inflación y debilitamiento del boliviano como moneda de cambio a nivel internacional. Pero ante todo está en la misma condición porque el campo político ha perdido a uno de sus agentes. Cuando se elimina a un actor político de campos políticos tan dinámicos y concentrados como el boliviano, es difícil sustituirlo por otro de las mismas características de manera inmediata. Ello va tomar tiempo. Y mientras tanto, las regiones y los gobiernos municipales entrarán también en una crisis de legitimidad galopante toda vez que sus alcaldes intentaron convertirse en presidentes pidiendo licencia en sus funciones para hacer campaña electoral.

La verdadera disputa no es a causa de un llamado de renovación. Porque ambos son políticos conocidos para la ciudadanía. El verdadero indicador es la necesidad de una transformación en el modelo de desarrollo del país. Es decir, cómo evitar que los precios de la canasta básica sigan subiendo semana tras semana, qué política debe emplearse para que los servicios básicos paren su escalada, el modo en que el salario mínimo sea nuevamente ajustado al gasto corriente, el contrabando, el comercio informal, cuáles son las medidas para mejorar la educación superior, para hacer competitivos los productos producidos en el país. Estas y no otras son las medidas que se demandan desde la ciudadanía.

Simplificar el resultado electoral, en definitiva, no es otra cosa que simplificar el estado de situación que atraviesa el país. Es simplificar la necesidad y el hambre, el desempleo y el cierre de comercios, empresas y fábricas textiles. Si el análisis político electoral simplifica la realidad, los datos cuantitativos de las elecciones no significarán nada. Significarán lo que siempre dicen: voto castigo, voto nulo, voto revancha. Y la ciudadanía es mucho más inteligente que esas muletillas.

Por tanto, la primera vuelta electoral ha demostrado una serie de condiciones sobre el campo político e intelectual en el país, pero no es el final. La segunda vuelta electoral es posible que recién revele el verdadero plan de gobierno de ambos candidatos y el grado de especificidad de cada uno de ellos dependerá de la capacidad de interpelación y debate que propongan tanto los medios de comunicación como los analistas políticos. Aquí no se deciden cinco años de gobierno, se decide un modelo de país, un esquema de dominación y una estructura económica y ellas tienen efectos a largo plazo.     

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