Pareciera que ya no hay porque gastar tinta haciéndonos la vieja pregunta que, desde la comunicación, nos hemos venido haciendo la última década. Pues pareciera ya no tan necesario indagar en torno a los niveles de transmediatización que se hacen carne entre las Redes Sociales Digitales (RRSSDD) y el periodismo formalizado y mediatizado de hoy en día. Y tampoco ya cabe duda sobre el rol de la ciudadanía en los procesos informativos que luego devienen agenda periodística. De forma inevitable, lo que sea de interés público y nazca en las RRSSDD terminará más temprano que tarde en las portadas de los periódicos y en los titulares de los medios audiovisuales.
Mi amiga Claudia Daza ha graficado en una frase una problemática, señalando que “debemos formar no sólo al periodista interno sino también al editor interno”. Pues en el marco del utopismo tecnológico se ha animado de tal manera a que las y los ciudadanos usen su celular para contar historias que han terminado transmitiendo (ojo, no contando) todo lo que pasa por sus ojos mayormente sin contexto, sin cautela, sin filtros. Y tristemente esa utopía va desdibujándose a sí misma cuando lo que reina en las RRSSDD es el morbo, la paranoia y la desinformación. Qué otros resultados tiene sino lo ocurrido el pasado viernes en el asalto-tiroteo cuando aún durante el transcurso de una tragedia una decena de videos empezó a circular por todas las RRSSDD, aparentemente con prioridad en Facebook. No exagero al señalar que al momento que la única víctima mortal mujer perdía el último hálito de vida, todo y toda boliviana con acceso a redes y, luego del mediodía, a una TV, había visto el disparo que causó esta situación, por lo menos una vez.
Ante hechos de esta magnitud huelgan varias preguntas: ¿es necesario registrar un hecho violento por fuera de la cotidianidad? Depende. Bien usado, este simple registro puede significar una prueba forense. Mal usado, puede ir a parar desenfrenadamente a una sociedad ávida de sangre. Luego, ¿es crudo publicar este tipo de información en redes? Depende. Bien enfocado (y hasta editado) puede constituirse en una herramienta pedagógica sobre el comportamiento delincuencial en una sociedad. Mal enfocado puede desinformar sobre los hechos y sembrar rápidamente incertidumbre y miedo. Ya subido el video, ¿es insensible verlo? Depende. Con buena fe, uno/a puede terminar viéndolo por curiosidad e “informándose” de la magnitud de algo inmediatamente. Con mala, puede terminar dándole play reiteradamente, dándole rienda suelta al morbo. Ya visto, ¿es descarnado compartirlo? Depende. Con buen criterio, puede ser material de análisis y alerta hasta estratégica. Con malo, motivo de distracción y de deshumanización. Posteriormente, ¿es injusto generar/publicar conclusiones sobre lo visto? Depende. Si se lo hace con conocimiento de causa pueden aportar a dar contexto al panorama. Sin él, sólo es alimento para una ola desinformativa que con facilidad puede salirse de control.
¿A cuántos clic de inteligencia, criterio, empatía y humanidad se encontrará un video de devenir noticia responsable o miseria colectiva? Ese parece ser el calibre de las preguntas que ahora debieran guiar nuestras búsquedas cuando se trata de indagar sobre el futuro de las RRSSDD en el periodismo.