Eliana Suárez
Y sí, el cristal se ha roto. Una imperceptible grieta deja discurrir la arena como las horas vanas se han ido en insensateces jamás reconocidas.
La arena discurre y se escurre en cada acción que apuramos tras la ilusión de que algo hacemos con nuestras vidas. Arena huidiza entre los entretelones de un escenario grotesco. Reímos llorando por dentro y las máscaras se han pegado a los huesos.
No importa. La arena, grano a grano, nos recuerda la impotencia de nuestro andar. Paso adelante, grano perdido; paso hacia atrás grano esfumado.
No es juego. El viento quiebra el cristal y el cristal vomita a la arena. la arena cae y el mar la arrastra hacia el hueco negro de la no existencia. Aquello vaguedad impuesta por ojos cerrados y mentas vacías.
Grano perdido, grano añorado. No hay modo de recogerlo si en el vacío pululan garras invisibles y tras la piel solo habita un enorme hueco.
Crono devora a sus hijos pero, esta vez, no los devolverá. Dentro de su estómago se desharán en millonésimas partes de nada. Nada alimentada por sombras y negada a la luz.
Somos lo que hemos querido ser. Ahora el cristal se abre en gruesas grietas y borbotones de blanca arena se pierden en el infinito.
Un reloj sin agujas y hecho de llaves rezuma el aliento. Doce llaves ancladas en la madera detienen los afanes incestuosos entre fuga y placer. Cada hora una llave y cada llave esconde un misterio.
Ciegos, vistiendo anteojeras de caballos desbocados, extendemos las manos para asir inútilmente llaves y arena. No hay modo de sostener unas y atrapar las otras.
No hay cábala ni hechizo ni negación que valga. Crono ríe a carcajadas. Nos ha engullido y asimilado en minúsculas células danzando en su roja savia.
Ahora el reloj de arena se ha roto. Ahora, las inexistentes agujas giran en sentido contrario y las llaves se han transformado en piedra. Quien las toque, las destruirá.