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Raúl Lara

Miguel Sánchez-Ostiz

Raúl Lara, pintor, boliviano, un recuerdo… Esa fue una buena relación que se vino abajo por un equívoco siniestro. Ramón Rocha Monroy sabe lo que pasó y tal vez lo haya olvidado, yo casi. Yo no tenía dinero para apadrinar a ningún estudiante y pagarle los estudios superiores. Tampoco conocía a nadie que pudiera hacerlo. Ni era ni soy una ONG. A Lara  lo conocí en su preciosa casa-estudio de Tiquipaya, un barrio de Cochabamba, en la que estuve varias veces invitado a almorzar o a tomar algo. En una ocasión vino a buscarme a mediodía  a mi alojamiento de la calle Lanza  para llevarme a su casa y en la recepción coincidimos con los K’Jarkas que (vejestorios) salían después de una noche muy larga de trago y farra dura que había durado hasta entonces. Iban ciegos y le confundieron con un escritor y a mí con un pintor, estaban besucones y con las narices muy tocadas. La última  vez que estuve en su casa fue viendo un pase de cuadros junto a Mariano Baptista que medio se durmió aburrido y eso que en su casa paceña tiene un buen cuadro de Lara. Se trataba de  escribir un texto para un catálogo de una exposición que iba a tener en Santa Cruz de la Sierra. Me dijo que me iba a hacer un retrato. No hubo ocasión, tampoco vi nunca el catálogo para el que le escribí aquel texto. Hoy, que repaso cuadros suyos, pienso que me quedó con su bonhomía (un hombre bueno) y con su arte. Solo que el tiempo pone las cosas en su sitio, salvo que las edulcores, y francamente se me han ido pasando las ganas de poner en escena lo vivido para contentar a quien me lea. Las cosas como las he vivido.

Ese cuadro, La Pérez Velasco (o La Pérez a secas), inspirado en esa plaza o encrucijada paceña por la que pasas a poco que merodees por sus calles a la husma. Toda la vida paca pasa de una manera o de otra por ese lugar. Eso sí, mejor lo hagas de día que de noche, porque de madrugada y por mucho bombillón que haya es un lugar de bronca, eso que los bolivianos llaman pesado: choros, chupacos, putas, travestis, pichicateros… A mi amigo el poeta García le han dado en ese lugar varias pateaduras. De día hay gente al ojeo, vendiendo comistrajos, esperando quién sabe qué, en pose de como quien no hace nada, bajo ese sol del altiplano que no calienta pero quema.

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